Tras recorrerme enterito y a patita o en bici la mitad sur de Miami Beach, tocaba hacer una escapadita a otro de los lugares más conocidos del área metropolitana de Miami. Little Havana.
Pero hete aquí, que para ello tendría que enfrentarme a coger nuevamente el coche...que tras la experiencia de mi llegada, no era lo que más me apetecía. Pero de eso trataba este viaje, no? De afrontar mis miedos. Y de ver cosas. Pues bien, la calle 8, centro neurálgico del barrio cubano de Miami, está a 11 millas de South Beach, asi que el coche parecía la única opción razonable.
Tras un café rápido en un Starbucks cercano al aparcamiento, me subo al Malibú, y al encender el GPS, descubro que ya le he cogido cariño a Celia Cruz y su pronunciación cubanoamericana, con lo que ya no cambio el idioma. A cambio, espero que me cante Guantanamera, pero no lo hace. Así que, tras un par de dudas resueltas con bocinazos de los coches que me siguen (salvo prohibición expresa, en USA, aunque el semáforo esté en rojo, puedes girar a la derecha e incorporarte en los cruces) crucé por mi cuenta (ayer lo hice en bus) el largo puente en el que se transforma 5th Street y que, con una mediana repleta de palmeras te conduce hasta el icónico skyline de Downtown Miami.
Aunque sobrepaso el límite de velocidad (45 millas por hora) holgadamente, tengo la impresión de ir como una tortuga por los 3 carriles del puente, pero poco a poco voy cogiendo confianza, y con la luz del sol, y las espectaculares vistas, empiezo a disfrutar de la conducción (eso si, con la pierna izquierda al borde de la gangrena con tal de forzarla lo suficiente para no pisar el embrague imaginario).
Es una sensación maravillosa como decía (en un descapotable ya tiene que ser lo más) conducir sobre el mar en dirección a Downtown, mientras las palmeras se mueven con la brisa y bandadas de águilas pescadoras sobrevuelan los rascacielos más emblemáticos de la ciudad.
Disfruto tanto que pongo la radio del Chevy. Reggaetón. No. Más Reggaetón. Tampoco. Salsa. Psé. No. Merengue. No. La Gozadera. Venga, va. Total, ¿qué lugar mejor que Florida
para escucharla? Esa sería la primera de 80 veces que Miami (no Puerto Rico) me regaló esa ¿canción?.
Aún así, repito. Escuchar a Pitbull, Tito el Bambino y Ricky Martin mientras conduces por las calles de Miami, tiene algo placentero, cuando en cualquier otra situación, me sangrarían los oídos.
Bueno, al lío. Unos 25 minutos y 10 bocinazos más tarde, estaba aparcado en plena calle 8.
En realidad, el secreto de esta calle está en sus gentes. Banderas cubanas, conversaciones en los diferentes acentos de la isla caribeña, restaurantes típicos (y muy buenos), un club de dominó y muchas tiendas de puros.
Y por supuesto, son cubano de fondo. A veces saliendo de los locales. Otras veces, música en directo.
Paré a tomar un zumo en la famosa frutería "Los Pinareños", y he de decir que jamás he probado (y será difícil que pruebe) un zumo de piña y otro de mango como los que tomé aquí.
Que sabor tan sumamente exquisito. Soy gran amante de la fruta y me pierden las tropicales. Pero esto era algo de otro planeta, la verdad.
Tras entablar conversación con un matrimonio de Montevideo y la dueña del local (obviamente, de Pinar del Río), descubrimos que todos teníamos abuelos gallegos. Lo mío es bastante obvio, pero los 4 abuelos de la pinareña procedían de la provincia de Lugo, y un abuelo del hombre uruguayo de Ourense, y un abuelo de su mujer, de Betanzos.
Al final será verdad que hay un gallego en la luna.
Proseguí mi paseo por la calle 8 (calle 8 que llega hasta Naples, en el Golfo de Méjico, con el nombre de Tamiami Trail, atravesando los Everglades) descubriendo el monumento homenaje a los mártires de Bahía de Cochinos (Bay of Pigs). Igualito que en La Habana, seguro. Cuestión de perspectivas, imagino.
En lo que si están de acuerdo todos los cubanos, es en la importancia de su héroe de la independencia, Jose Martí, que también tiene sus recordatorios en Little Havana.
Como era temprano para comer, y Little Haití no está demasiado lejos (10 minutos en coche), decido probar el Chef Creole, un pintoresco restaurante ubicado en esta zona marginal de Miami para comprobar (de día, eso si) como se vive en los suburbios de la urbe más conocida del sur de Estados Unidos.
Si alguno recordáis el GTA San Andreas (si, ya sé que este se desarrollaba en California) y sabéis como era el barrio de CJ, el protagonista del juego, os haréis una idea de como es Little Haití.
Casas bajas, vallas metálicas, letreros de cuidado con el perro, graffitis, basura en los jardines, indigentes, calles anchas y sin apenas tráfico, grupos de gente de raza negra vestidos igual y mirándote fijamente cuando pasas. Ojo, no amenazadoramente, pero si curiosos de que alguien con un coche tan bueno como el mío haya decidido aparcar delante de su casa. Y es que de pronto, el vehículo más cutre de South Beach, se convierte en el más lujoso de Little Haití, tras ser uno más en Little Havana.
Bueno, a la luz del día, no me pareció muy atemorizador y una vez encontrado el restaurante, una especie de "takeaway criollo", aparqué y a comer que me fui.
Si es verdad, que de noche no lo recomendaría ni a mi peor enemigo. Bueno, si. A ti si, cabronazo. jajajaja. Al resto, la verdad es que no.
Tengo un buen nivel de inglés, pero se ve que el "argot" haitiano añadido al inglés de Miami no es mi fuerte, asi que aunque pedí exactamente lo que quería, un sabrosísimo arroz con habichuelas (maldita Gozadera) y alitas de pollo con salsa criolla picante, el camarero entendió que era para llevar. No puso ningún problema cuando le indiqué que lo tomaría en el peculiar comedor, hecho a base de barriles de vino, bancos de parque y madera sobrante de sabe Dios que sitios.
Y a uno de los que esperaba su plato...no le hizo mucho gracia que, según su punto de vista, me hubiesen atendido antes que a él (allí atienden antes a los de llevar) y se puso a protestar.
Y aquí se produjo una situación surrealista que algún día llevaré al cine. Discusión en francés entre el cliente (probablemente borracho), un "espontáneo" hasta arriba de crack, vestido con peluca rubia y una ropa que no se pondría ni Lady Gaga y que cada poco tiempo me miraba diciendo que estuviese tranquilo, y los camareros del restaurante.
No hay palabras para describir lo que era comerme las alitas de pollo en ese panorama.
Finalmente, al "indignado" le trajeron la comida, y protestó diciendo que no había pedido eso, y fue "invitado" a abandonar el comedor de manera poco elegante por el más grande de los trabajadores del Chef Creole. Y el haitiano más grande de un restaurante con 20 empleados entre camareros y cocineros, no es cosa baladí. (siempre quise usar esta palabra. Gracias, querido blog, por la oportunidad que me has brindado)
Finalmente, le entregué las sobras de mi comida, que sirven siempre en cubiertos y platos de plástico, al Lady Gaga negro, que asi, de buenas a primeras, se encargaba de separar la comida de lo reciclable, con la excusa de ser de una ONG de protección medioambiental (prometo que me lo dijo) y aprovechando también, para acabarse lo que los clientes no pueden o quieren. En fin, surrealista no. Lo siguiente.
Todo esto con música de Bob Marley y Janis Joplin de fondo. Cualquier cosa que os explique, se quedará corta.
Bien, como os decía, Little Haití no es un barrio para pasear demasiado, y tras echar un vistazo en un par de "botánicas", y a los productos de vudú que en ellas se venden, volví a por mi Malibú, con la intención de pasarme la tarde en un parque estatal. El de Key Biscayne (Cayo Vizcaíno para los amantes del tenis).
La verdad es que si Miami es en general un lugar bastante paradisíaco, Key Biscayne es el paraíso dentro del paraíso.
Naturaleza, playas protegidas y un enclave privilegiado, con buenas vistas tanto de South Beach como de Downtown Miami.
Un bañito en una preciosa cala de arena blanca en la que estoy yo solo (hasta que vino un tío cachas a hacer yoga) y un agua cristalina y fresquita, no como la de South Beach, que contrasta maravillosamente con el intenso calor reinante (ese día si me había puesto protector solar, por cierto).
Tras pasar un par de horas atrapado en mis pensamientos y observando con sorpresa como el tío cachas no se rompía por cuatro partes en alguna de sus posturas, me volví al coche, pensando en una duchita reparadora, no sin antes visitar el lugar más sur de Miami, que es a la vez la construcción más antigua del estado de Florida que se mantiene tal cual se construyó, que es el faro de Biscayne Key.
Como os decía, me dirigía al coche cuando...sorpresa!! Un mapache subido al árbol más próximo al Malibú. Qué bonito. Y que suerte ver uno, con lo que me gustan. Me acerco sigiloso, y el "raccoon" me gruñe. Tras varias fotos, y ya a punto de subirme al coche, el bonito animal se pone a 20 centímetros de mi para pedirme comida. Me pone ojitos, pero estoy entrenado. Mi perro lo hace todos los días. Eso si. Al mapache no lo acaricio porque no me parece prudente, pero el bicho está tan cómodo, que hasta se lame sus partes íntimas mientras sigue esperando a que le de algo.
Me marcho alucinado de la suerte que tuve...y 50 metros más adelante, en un merendero, veo que hay más mapaches que personas, y múltiples carteles indicando que no se les dé de comer. Al final, parece que, tras todos mis esfuerzos en interactuar con el mapache, lo difícil era no hacerlo.
Duchita y minisiesta, y me voy dando un paseo a Ocean Drive mientras cae la noche. Ahora sí. A pesar de que sopla un viento importante, ahora si disfruto Ocean Drive. Cochazos modernos y clásicos, neones, chicas arregladas como Sharon Stone en "El Especialista", que también tenía lugar en Miami, música en directo, travestis, locales gays, fiestas privadas y un montón de gente.
Puede gustar más o menos, pero esto si es el South Beach de las películas. Me encantó viajar solo, y fue una experiencia inigualable, pero esta parte de Miami, la de la vida nocturna, si que creo que la hubiese disfrutado mucho más en compañía.
Aún así, tras una rica cena, me tomo un sabroso mojito en una terraza de la que casi salgo volando. En Miami el viento sopla, pero bien. Me pregunto como será Chicago para que la llamen "The Windy City".
Tras observar a la fauna que transita por las calles en busca de fiesta, y ya con ganas de meterme en cama, me cojo una bici y aprovecho que el viento sopla de sur a norte, para llegar al hotel en el viaje en bicicleta de paseo más rápido jamás hecho.
Un día curioso. Un día más de un viaje inolvidable.