jueves, 10 de diciembre de 2015

EL VIAJE DE MI VIDA. Primer día en Miami

Hola a todos. Aqui seguimos con la narración donde la dejábamos ayer. Espero que sigáis disfrutándolo tanto como yo recordándolo.



El hotel en el que había reservado, el Alden Hotel, no es una maravilla, pero tampoco podemos decir que estuviese mal. Un muy amable recepcionista (cubano, por supuesto) me explica todas las condiciones de la reserva, y me recuerda que no hay desayuno y que el hotel no tiene aparcamiento.

Ojo, que esto es importante si queréis conducir por Miami. Salvo los Marriott, Hilton y los famosísimos hoteles Art-Decó, ningún hotel de los disponibles para la plebe va a tener parking disponible para clientes.
Y aparcar en Miami Beach no es que sea difícil, porque difícil no es. Lo que es es caro. Protestad por la H.O.R.A. de vuestras ciudades, y después pagad 3 dólares por dejar el coche 1 hora aparcado en CUALQUIER parte de Miami Beach (y del área de Miami en general).

Bueno, miento. Hay ciertas zonas, como Little Haití, o los suburbios donde no hay que pagar para aparcar. Más bien, hay que pagar para que no te lo roben. Pero eso es otra historia.

Volvamos a South Beach. Lo bueno, es que hay numerosos aparcamientos privados en las zonas hoteleras. Por 4 días, pagué 60 doláres (algo más de 50 euros). Precio razonable, y con el añadido de la seguridad.

Eso si. Estaba a 15 minutos andando del hotel Alden.

El hotel, pues no todo era malo, estaba justo al lado de una parada de bus (en South Beach no hay metro), limpio, habitación amplísima y limpísima, con todas las comodidades para hacerte tu propia comida, nevera, cubiertos y platos. Y una piscina muy coqueta.



En general, teniendo en cuenta la privilegiada situación (se puede ir andando a la parte más turística de South Beach, y decir eso en USA es mucho) y la calidad de las instalaciones y el precio más que razonable, no me importaría repetir estancia.

Y la cama es de lo más cómodo que he catado nunca. Un sueño reparador se agradece.
Eso si, entre el jet lag y que el sol sale a las 5.30 a.m. me desperté muy temprano, a eso de las 7 estaba con los ojos como platos y decidí buscarme un sitio para desayunar.

Como os comentaba ayer, me llevé un susto morrocotudo con el coche, y la verdad es que quería pasar sin mayores incidencias mi primer día en Miami, así que me decidí a hacer andando las 29 calles que hay hasta el punto más sur de South Beach. El Chevy estaba muy bien en el aparcamiento.

Primera apreciación de las avenidas de Miami de día.
Es como estar en un GTA. Dan ganas de robar un coche, y empezar a saltarse semáforos (que en USA están en el medio de los cruces, no antes de llegar) y de robar bancos con una recortada.



Una vez pasado ese primer impulso videojueguil, cruzo Washington Avenue y compruebo que de mi hotel a la enooooorme playa de Miami hay como 100 metros, y por fin allí estoy. Por primera vez viendo el Océano Atlántico desde el otro lado.
A esas horas de la mañana, el paseo marítimo de Miami Beach es un hervidero de corredores (perdón, runners), ciclistas y paseantes. Algún turista hay, pero pocos. La verdad es que si en Galicia fuese tan de día a las 7 de la mañana, y en cambio, no entrase a trabajar hasta las 10 (horario comercial en USA), yo también haría deporte a esas horas.



Miami, además, como toda Florida, es completamente plana, así que es un auténtico placer echarse unas carreritas o pegar unas pedaladas por cualquiera de sus zonas.

Tras 20 minutos andando y disfrutando de la brisa marina (y de las sonrisas y saludos de todos los atletas y caminantes que me encontraba) llegué a la altura de Lincoln Road Mall, que a pesar de su nombre, no es estrictamente un centro comercial, si no una calle tipo Preciados, repleta de tiendas, cafeterías y restaurantes, y decidí desviarme de la playa, para meterme en la zona más pija de Miami. Entre la gente que hace deporte, ya es difícil encontrar cuerpos feos (imagino que los que me encontrasen en su carrera matutina, contarían en el trabajo lo poco en forma que estoy igual que si hubiesen visto un Bigfoot), pero lo de Lincoln Road Mall es excesivo. Hay pases de modelos (masculinos y femeninos) donde la gente lleva ropa más barata y es más fea.
No se como me dejaron pasar, la verdad.

Bueno, aprovechando, y puesto que ya eran casi las 10, aproveché para tomarme algo en la única cafetería que abría antes de esa hora. Como no..el Starbucks.

Conexión al WIFI, saludos a la familia y amigos confirmando que sigo vivo (esa mañana el WIFI del hotel no funcionaba muy bien), latte machiatto y pastel de calabaza delicioso.

Después, un paseo abajo y arriba de Lincoln Road, y un smoothie tropical en una terraza a la sombra, que a las 11 de la mañana, para un gallego, el calor ya era infernal.



Y de ahí continué ya rumbo al distrito Art Decó (que maravillosamente horteras son estos edificios, fiel reflejo de los habitantes de Miami) y a la calle más famosa de esta parte del mundo. Ocean Drive.



Es curioso comprobar, pensé, que cuanto más al sur de Miami Beach, mejores y más espectaculares coches te vas encontrando. No soy gran admirador del lujo, pero si que he de reconocer cierta debilidad por los coches espectaculares, especialmente deportivos. Y no creo que haya muchos sitios en el mundo (mundo occidental al menos) con una colección de Lamborghinis, Ferraris, Aston Martin y Bentleys como South Beach.

El distrito art decó es pintoresco, pero Ocean Drive de día, me dejó bastante frío dentro del achicharrante sol que pegaba.
Me quedaban aún 5 calles para llegar al punto más sur de la ciudad, y como estaba bastante cansado, decidí alquilar una bicicleta de las municipales.

Mejor idea no pude tener. El resto de los días, me hice usuario habitual de las mismas, y comprobé que, si bien parece (y es) un lugar poco amigable para conducir, en cambio los habitantes de Miami son tremendamente respetuosos con las bicicletas.



En 10 minutos de tranquilas pedaladas, me planté en el bonito parque que marca el sur de Miami Beach. Allí no hay gaviotas. Hay preciosos y silenciosos ibis blancos. Ventajas de vivir en una ciudad tropical.

Mientras observaba cómodamente el conocido e icónico skyline de Downtown Miami al otro lado de Biscayne Bay, caí en la cuenta de que no había puesto protector solar. Brillante idea, melón. La próxima vez ven también sin gorra, y ya que te trasplanten el cerebro cuando explote.



Así que decidí volverme con la bicicleta al hotel, dando un agradable paseo bordeando la playa, y buscando la sombra de cada palmera que encontraba.

No parecía estar muy quemado, y la verdad, había sido una agradable mañana.
Pero había hambre. Y precisamente, pegadito a mi alojamiento, estaba uno de los restaurantes recomendados por la guía, Indomanía. Un restaurante indonesio que, además, estaba muy bien valorado en TripAdvisor.

Ducha, protector solar, y a comer.

La verdad, no pude haber elegido mejor. Un agradable camarero italiano me recibió, y me dejé aconsejar por él. La carne estaba deliciosa, y el arroz en su punto, pero la principal diferencia, la marcó el delicioso arroz negro dulce que me tomé de postre. Uno de los más exquisitos "desserts" que jamás he tomado. Y, a pesar de la casi obligación de dejar propina, el precio es sumamente razonable. Y eso teniendo en cuenta que Miami es de las ciudades más caras de USA. Resumen...Estados Unidos no es caro. Para nada. Y eso que el Euro no está en su momento más fuerte.



18 doláres por una comida en un buen restaurante con su postre y dos Coronas (no digáis Coronitas, que eso es una tontería que solo decimos los españoles) es más que razonable.

Precisamente, en el Indomanía, tuvo lugar una de las anécdotas que mejor recuerdo de mi estancia en Miami.

Había un chico colombiano comiendo cuando yo entré y posteriormente, un grupo de argentinas.
Todo el mundo hablaba en castellano, y se enviaban pullas amistosas relacionadas con el fútbol (James Rodríguez, Messi) de las cuales, también en perfecto castellano, participaba el camarero.

Todo el mundo hablaba en castellano en ese restaurante, excepto cuando se dirigían a mi. Yo, mientras hablaban de fútbol, y puesto que Messi ganaba en los votos a mejor jugador emitidos por los comensales, decidí poner cara de "panoli", cosa que, por otra parte, se me da muy bien.

El problema fue cuando la amigable discusión derivó hacia la mejor cerveza del mundo, indicando las argentinas (médicos por cierto) que la Quilmes era sin duda la mejor.

Ahí, me vi obligado a intervenir. "Me van a disculpar, señoras, caballero, pero como Estrella Galicia, pocas. Y desde luego, no la Quilmes".

La cara de sorpresa de las doctoras al verme manejar el idioma de Cervantes no tiene precio, pues poco antes habían estado hablando de lo mal que está nuestro país por culpa de Rajoy (de cerveza ni idea, pero de política, parece que si).

El "gallego", y en este caso, gallego de verdad, se incluyó en la conversación desde entonces, y disfrutamos todos de una agradable sobremesa en castellano a muchos kilómetros de Córdoba, A Coruña y Bogotá, pues este era el lugar de nacimiento del periodista colombiano que aún estaba en el local.

Después, y bien embadurnado de crema para el sol, me dirigí a la playa, pero no a la parte cercana a mi hotel, sino a la zona más sur, paralela a Ocean Drive, que es donde se encuentran las famosas casetas de vigilantes de la playa pintadas de colores.



En esta parte de la playa, también "prohíben" la entrada  a los feos y feas, por lo que pude observar. Vaya desfile de cuerpazos. Yo casi me quedo sin aire de meter la barriga pa'dentro y con joroba de intentar marcar los músculos de los brazos y hombros.
No tengo claro si di el pego.

Tras leer un rato, bañarme en un agua calentita como un caldo gallego y sacarme unos cuantos selfies ridículos, tocaba volver al hotel, pues llegaba la hora de mi primera gran cita en tierras americanas.
Un partido de la NBA, Miami Heat-Atlanta Hawks, en el espectacular American Airlines Arena.

Cuando llegaba al hotel a cambiarme, temí que Sauron hubiese trasladado su torre oscura de Mordor a South Beach, porque en cuestión de segundos, el cielo se cubrió de negro y cayó un chaparrón de dimensiones bíblicas. Sirvió para refrescar, diréis. No, sirvió para mojarse un poco y seguir muriendo de calor, pero mojado.

Eso sí, 5 minutos después, la lluvia paró, aunque el sol no volvió a verse hasta el día siguiente, y los relámpagos seguían muy visibles, especialmente en cuanto la noche empezó a caer.

Tomé el bus camino del American Airlines Arena (en Downtown, pero pegado al mar, y en un emplazamiento inmejorable) y tuve la suerte de que me salió gratis. La máquina de introducir los billetes no funcionaba, así que el hijo afroamericano de Carlos Sainz, me dijo que no pagase, y acto seguido empezó a tomar las curvas como si Luis Moya se las fuese cantando.

Con el temor de otro chaparrón, disfruté del paseo por Downtown desde la parada hasta el AAA.

Los rascacielos son impresionantes, e iluminados tienen una magia especial. Pero yo, sobre todo, quería llegar a tiempo al partido.



El baloncesto no es mi deporte favorito, y estos dos equipos tampoco me decían nada, pero el espectáculo prometía, y la verdad es que estrellas como Wade, Bosh, Whiteside, Millsap o Horford, garantizaban buenos minutos de juego.

Antes de entrar, primera curiosidad. Por los altavoces, en castellano y en inglés, se recuerda al público asistente que no se pueden introducir ni bebidas, ni comida, ni mochilas ni armas de fuego. Que mejor, las dejes en el coche. Llama la atención, pero se agradece saber que la gente no va a pasar con botellas de agua...;)



Y una vez dentro, lo pasé como un enano. El pabellón es espectacular, como una pequeña ciudad, la gente, incluso aficionados de los Hawks en permanente buen rollo y, además, me hice un poquito de los Heat...que finalmente perdieron (como no) y disfruté con el ídolo de la afición, Andersen, que en los pocos minutos que estuvo en cancha, hizo subir el nivel de decibelios del AAA hasta límites insospechados.
En el descanso, tocó comprarse la camiseta de "The Bird", apodo del rubio, barbudo y carismático pivot.

Por supuesto, no faltó la ración de himno americano ni las cheerleaders. Y realmente, en montar el show, no hay nadie como los estadounidenses.
Unas alitas de pollo y una cervecita, completaron el dibujo "typical American".



Al salir del partido, hasta triste por la derrota de un equipo que ni me iba ni me venía, me dirigí a una de las frikadas que tenía anotadas para hacer en mi viaje. Aviso a las feministas. No me crucifiquéis.
Visitar el Hooters de Bayside, a pocos metros del pabellón, y sacarme unas fotos con las chicas tal y como le había prometido a un buen amigo.

Para quién no lo sepa, el Hooters es un "sports bar" típicamente americano, con 20 pantallas enormes de televisión, retransmitiendo football, baloncesto, "soccer" y hasta petanca si hace falta. Comida rápida y cervezas. Todo normal...excepto que las camareras, tienen un uniforme muy peculiar, más bien escaso de tela, y suelen ser chicas explosivas. Para muchas, es una especie de rampa de salida hacia trabajos en el mundo de la moda.

Ahora veo que lo más difícil de mi viaje fue pedirles fotos a las chicas sin parecer un salido. No lo conseguí, a pesar de la excusa de que es para un amigo. Supongo que eso, como mucho, hizo que me considerasen como un salido pardillo.



Al margen de las chicas, que trabajan extraordinariamente bien (y así se llevan las propinas que se llevan), el local es genial, y si pides unos nachos como entrante, te traen una fuente enorme repleta de ellos...que ni yo me pude terminar.
Con hambre no vas a salir. Y si te gustan los deportes, este es tu sitio.
También fue grato comprobar que entre los clientes había un gran número de mujeres, lo que me hacía sentir un poco menos "cerdito".

Tras soltarle una buena propina a Lena, mi camarera, que me rellenó 3 veces el vaso de Corona, me volví al hotel en autobús.
Antes de subir al mismo, un indigente joven y muy educado, me pidió algo de dinero, y yo le dije. "No soy de aquí, y tengo el dinero justo para el bus" A lo que el me contestó. "Yo tampoco soy de aquí, man. Yo soy de Virginia".
Mas o menos igual que yo, si.

Sin más incidencias, me subí al autocar.
Ah, por cierto. En los buses no devuelven cambio. 2.50, importe exacto. Y si metes 5 dólares, te quedas sin vuelta.
Eso si, siempre puedes contar con un conductor enrollado, que tras meter tu billete de 5, le dice al siguiente pasajero que te de los 2.50, y hala, listo.
En serio. Solo me encontré gente maja en los 11 días que duró el viaje.



Y tras tan largo día, vistazo al Facebook, un rato de lectura y a dormir.

P.D. Y si, si que me había quemado por la mañana, jajajaja.

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