11 días maravillosos, 11 días de sol y de tormentas, de calor, y de más calor, de exploración, de deportes vistos en vivo, y también practicados. En hoteles y en moteles. De playa, de campo y de ciudad. 11 amaneceres y 11 atardeceres.
11 días que estarán, por siempre, grabados a fuego en mi memoria.
Pero tocaba volver a la realidad. A mi casa. Con mi familia y mi perro. Con mis amigos, y, esperaba, con otra mentalidad, y otra manera de afrontar la vida, con menos agobios estúpidos y más agradecido por lo que tengo.
Así que, como no, me levanté temprano para poder conducir sin prisa de vuelta a Miami (unas dos horitas y media), arreglar el asunto del coche (sabía que me caería una lagrimilla al despedirme de mi Chevy Malibú y de mi GPS, aka Celia Cruz).
Pero había algo diferente esa mañana. Me picaba todo el cuerpo, especialmente los brazos y las piernas.
¿Que me había pasado?
Pues nada. Que si los cayos hubiesen sido zona de riesgo, yo me hubiese contagiado esa noche de malaria, dengue, chikunguya y fiebre amarilla. Dos veces. Cada una.
Los mosquitos de Florida son probablemente el principal problema del estado del sur, especialmente en la estación lluviosa que, como os dije, estaba terminando.
Un par de picaduras (del tamaño de disparos de rifle, y tras ponerme repelente, eso si) haciendo kayak por los Everglades, habían sido hasta ese día mi única experiencia con los abominables insectos.
Pero...ahora lo recordaba, la noche anterior había cometido un error. Salí a hacer la colada, dejé la puerta entreabierta, pues iba cargado de ropa...y había olvidado la peor pesadilla del sur de Estados Unidos. Bueno, una de las tres peores, junto al Ku-Klux-Klan, y a Donald Trump.
Y lo iba a pagar. No tanto hoy, como durante la primera semana en A Coruña, que el picor era continuo. Quién me pudo ver, da fe de que hay enfermedades de la piel que dejan marcas más pequeñas que las que tuve yo durante 10 días, especialmente en las piernas.
En ese momento, aún no lo sabía, así que preparé la maleta tan feliz, y me fui a por un último desayuno en el Wooden Spoon (hoy, tortitas con chocolate y un zumo de piña), hice el check out en el estupendo Sea Dell Motel...y rumbo al Miami International Airport.
La conducción fue placentera, y disfrutaba de cada sonido del motor del Chevy, cada nota de música de la radio, cada rayo de sol, cada vista del mar.
Espera...¿quién eres tú y qué has hecho con Hugo? Mi último día de vacaciones, vuelta al trabajo y a la rutina...y estaba disfrutando las cosas!!!!!
Sorprendente.
Al llegar a Key Largo, una hora larga después, me fijo en los interesantes carteles de la marisma, dónde indica que hay que tener cuidado con los cocodrilos.
Me imagino que los cocodrilos tendrán carteles señalándoles que tengan cuidado con los seres humanos (o con los sentimientos, como diría nuestro ínclito presidente Mariano Rajoy).
Finalmente, tras rellenar el depósito del Malibú...POR SEGUNDA VEZ EN 11 DÍAS, llegó a la zona de vehículos de alquiler del aeropuerto.
Comprueban que todo esté correcto y me devuelven los 36 dólares que pagué al alquilarlo para no tener que llenar el tanque de gasolina (no me acordaba) y me pongo muy contento, porque llenarlo me había costado 20. Sin querer, gano 16 dólares.
Y tras coger mi equipaje, con los ojos húmedos por la tristeza de decirle adiós al Chevrolet, y las axilas igual de húmedas por el infernal calor (si, lo sé, no es romántico, pero le imprime realismo a la narración), me dirijo a la terminal de vuelos internacionales, buscando Air Europa.
Lo encuentro sin dificultad, y...oh sorpresa. Como mi vuelo sale a las 7 de la tarde, el mostrador de Air Europa, no abre hasta las 5...y son las 12 de la mañana. Me quedan solo 5 horas en el aeropuerto, cargando con las maletas.
Mi idea era facturarlas lo antes posible, y acercarme a comer al centro de Miami en taxi. Pues va a ser que no.
Tampoco hay consigna, no vaya a ser que pongas una bomba o dejes allí droga...asi que, nada. Las siguientes 5 horas dan para un tratado acerca de las mil y una maneras fallidas para evitar el aburrimiento en un aeropuerto sin WIFI.
Finalmente, recuerdo el libro de Hemingway comprado en Key West, y me lo leo.
Tras observar y confirmar que absolutamente todos los empleados de aeropuerto son latinos (cubanos sobre todo), e hincharme a nachos, hamburguesas y coca colas (light, eso si), dan por fin las cinco. Facturo, paso el control de seguridad más exhaustivo jamás pasado (hora y media), y por fin me puedo sentar y relajarme, esperando a que salga el vuelo.
¿Puedo? Pues tampoco. En las televisiones se muestran inquietantes imágenes de un tiroteo en algún lugar del mundo.
Me acerco, y veo que se trata de París, nada más y nada menos. Un par de escalofríos me recorren la espalda según va aumentando el número de muertos y se conocen más detalles de la tragedia.
Ha sido un día larguísimo, y acaba con un extraño silencio en la zona de embarque. Con gente de todo el mundo pendiente de la televisión y sin alzar para nada la voz.
Por fin, toca embarcar. Ocupo mi asiento (que me aspen si no es el mismo que el de la ida), pero esta vez, detrás no hay ningún orondo pasajero. Ni flaco tampoco, nadie. Quizá en este viaje si que pueda dormir, me digo.
Cenamos el pollo con puré de patata que nos traen las amables azafatas (las mismas de la ida), y me pongo por enésima vez El Señor de los Anillos. Tras las hostias como panes de Las Dos Torres, se me cierran los ojos.
Son las 10 de la noche hora del este de USA, y entre el cansancio y que mi compañera de asiento se ha descalzado proporcionado un ambiente similar al de una fosa séptica, no puedo mantenerme despierto.
Cuando abro los ojos, han pasado 5 horas. Así si que mola viajar. Ya estamos sobrevolando Portugal, y las azafatas nos traen el desayuno.
El aterrizaje y la escala en Madrid no tienen mayores incidencias...y en el vuelo Madrid-A Coruña, sorprendentemente, vuelvo a dormir. Repito. Así, si que mola el avión.
En el aeropuerto me esperan mis padres y mi pequeño Brego...y sonrío mucho. Muchísimo. Estoy en casa, por fin.
Vaya viaje, amigos. Vaya viaje. Un viaje que me acompañará el resto de mi vida.
Espero que hayáis disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiéndolo.