Había sido (estaba siendo) un viaje increíble, y una pequeña parte de mi se quedaría para siempre en las aguas turquesas de Florida. Pero esa sensación de tristeza desapareció con un potente desayuno en el Wooden Spoon a base de té frío artesanal y Key Lime Pie, la típica tarta de lima de los Cayos.
¿A que dedicaría mi día de hoy? Desde luego, no a conducir. Bastante había cogido el coche en los días anteriores...y además, tendría que conducir 120 millas más al día siguiente de camino a Miami.
Así que, tras una lectura de mi guía Lonely Planet, decidí dirigirme unas 20 millas al norte, al Parque Estatal del Arrecife de Coral, para realizar varias de las múltiples actividades que ofrecía este espectacular parque de Key Largo. Una vez allí, ya vería cuales realizaría y cuales no.
La verdad es que, tras hacer kayak por los Everglades, ya me veía hasta buceando entre tiburones. Así me había cambiado la mentalidad. Ya veríamos al llegar al parque, si seguía pensando lo mismo.
Tras menos de media horita de coche, lo que en USA, especialmente en los Cayos, es poca cosa, llegué al parque John Pennekamp.
Pennekamp fue un periodista de Miami especialmente comprometido con la preservación de la naturaleza de Florida, fundamental para la consideración de los Everglades como parque nacional y principal valedor de la necesidad de un parque para proteger la barrera de coral del Caribe, la segunda más grande del mundo tras la Australiana.
Y es que el parque estatal del arrecife de coral, es, en su mayoría, un parque marino, siendo el primero de su clase en los USA.
La primera alegría del día es que no me cobran entrada. Es el Veterans Day, y todos los parques y museos son gratis hoy. Aunque no hayas estado en Vietnam o en Corea. Punto positivo, americanos.
La extensión "terrícola" del parque es muy limitada. Una cafetería, un merendero, una pequeñísima playa, un puerto deportivo y un aparcamiento. Como decíamos, es un parque marino. Parece que habrá que mojarse para disfrutar de la visita.
La guía recomienda tres actividades por encima de las demás. Kayak por los manglares, buceo en la barrera de coral y paseo en un barco con fondo de cristal para disfrutar al mismo tiempo de la navegación y del fondo marino.
También es cierto que se recomienda cierta experiencia para bucear en la gran barrera de coral, y la mía no pasa de meter la cabeza a medio metro en la piscina, así que me quedaré con las experiencias 1 y 3. La próxima vez, me digo.
Además, el Cristo del Abismo y los Corales, seguro que merecen mucho la pena...pero sería presa fácil de tiburones y morenas. Repito, la próxima vez.
Compro mi ticket para el barco, y como tengo dos horas hasta que salga, me voy a por la actividad número 1.
Me agencio un portaobjetos impermeable, meto móvil, cartera y llaves del coche en el mismo, y me alquilo el kayak para el circuito corto. Sobre una hora de trayecto entre manglares, con la única ayuda de un mapa de plástico que me proporciona un tipo con pinta de surfero. Allá vamos.
El trayecto es delicioso, y el agua fresca que de cuando en cuando entra en la embarcación se agradece debido al calor reinante y al esfuerzo físico. Hay que tener cuidado, eso si, con las embarcaciones a motor, que producen oleaje, y en una ocasión, me faltó el canto de un euro para caerme al agua.
Aún así, como decía, el trayecto entre los manglares es fantástico, y en todo momento estás acompañado por aves marinas y peces tropicales.
Una hora después, vuelvo al punto de inicio sorprendido por mi buen sentido de la orientación, el cual, cuando conduzco por Coruña fuera de mis rutas habituales, es cuestionado frecuentemente por mis copilotos, jajajaja.
Me acerco a la cafetería a reponer líquidos y energías, y me pido una coca cola gigante, y un perrito XXXL, que haría palidecer a Nacho Vidal o a Rocco Siffredi. Y que rico el jodío. El perrito digo. No vayamos a confundir conceptos.
Me conecto un ratito al WIFI en la terraza con vistas al océano, hablo con mis seres queridos, no olvidando la parte fundamental, consistente en dar mucha envidia, y espero a que sea la hora de coger el barco.
Finalmente, las 12.00. Toca embarcar. El barco va a ir bastante lleno, por lo que veo, y ya hay hostias para colocarse en la zona del fondo. Yo me voy a la cubierta aprovechando que llevo gorra y que no he olvidado embadurnarme bien en protector solar.
El viaje es espectacular, y merece muchísimo la pena. La embarcación comienza desplazándose lentamente entre los manglares, y una suave brisa hace más llevadero el intenso calor.
Posteriormente, llegamos a mar abierto, y cogemos velocidad de crucero, mientras los cormoranes nos observan desde las boyas y otras señales marinas.
Navegamos surcando las aguas del océano Atlántico, y entonces, y no solo una, si no varias veces, consigo ver a mis animales favoritos de Florida (hasta ese momento no lo sabía)...las tortugas marinas.
Que maravilla. Que elegancia nadando, que agradable sorpresa ver ese color entre verde y marrón, y como vuela mi imaginación imaginándolas recorriendo una "autopista" como en Finding Nemo.
También vemos un par de delfines. Magnífico. Pero mis ojos buscan, sobre todo, más tortugas marinas.
De pronto, unos 20 minutos más tarde, y muy alejados ya de la costa, el barco se detiene sobre unas zonas más verdosas, y entonces, bajamos al fondo marino...con nuestros ojos. Estamos en la Barrera de Coral Americana.
El fondo de cristal del navío, permite muy buena visión del arrecife, y podemos observar corales de múltiples tonalidades y pequeños peces de colores en cuanto nos detenemos.
Flotamos sobre el arrecife, con pequeños acelerones para cambiar la zona, y es curioso comprobar los escalones que se producen en la barrera de coral, e incluso, ver como las tonalidades del agua son muy diferentes en los extremos del arrecife. Más claros sobre el mismo, más oscuros a medida que nos adentramos en el océano y la profundidad aumenta.
Un consejo si alguna vez realizáis esta actividad. No miréis todo el rato el fondo. Tomaos pequeños respiros.
Estáis flotando en un barco, mirando a través de un cristal y fijando mucho la vista. Receta ideal para marearse.
3 o 4 personas, tienen que abandonar el interior de la nave para salir y vomitar a gusto durante el resto del viaje. Es mejor perderse un tiburón, que pagar por marearse.
Aproximadamente, pasaremos 45 minutos sobre el arrecife, mientras la tripulación (4 o 5 chicas rubias y de muy buen ver, por cierto) nos explican que estamos viendo en todo momento.
¿Que qué vimos? De todo. Anémonas, corales, el invasivo y superdepredador (pero precioso) pez león, originario del Índico, pero que debido a irresponsables aficionados a los acuarios se ha vuelto una plaga en el Caribe y el Golfo de Méjico, un par de barracudas y, sobre todo, bastantes tiburones nodriza (en ingles nurse shark...o sea, como yo, enfermero) y la estrella, un tiburón de arrecife caribeño. El único animal realmente peligroso que vimos (aunque un mordisco de barracuda, también sería "pa´verlo").
El tiempo se pasa volando, y me da la sensación de estar en un acuario gigante...donde los observados somos nosotros, mientras la vida se desarrolla a nuestro alrededor.
Finalmente, casi dos horas después de partir del puerto del parque estatal, volvemos a toda máquina hacia el mismo.
Subo a la cubierta, y disfruto del viaje mientras la luz empieza a tomar las tonalidades propias del atardecer, aunque aún es muy temprano.
Tras un último vistazo a los manglares, y tras agradecer a las guías su amabilidad, me bajo del barco con cierta pena, recordando que esta es, posiblemente, la última actividad de mis vacaciones.
Me tumbo un rato en la minúscula playa del parque, mientras el sol se pone, y pienso en lo mucho que me ha aportado mi viaje. La pena desaparece. Me hubiese quedado otros 10 días aquí. O 20. Pero mis seres queridos están al otro lado de ese océano que estoy contemplando, y la verdad, ya tengo ganas de verlos. Y de que ellos me vean a mi. Y sobre todo, siento que este viaje ha merecido muchísimo la pena. Por todo lo que os he contado aquí. Por lo que he visto, y lo que he sentido. Pero sobre todo, ha merecido la pena, porque la persona que vuelve a A Coruña, es mucho mejor persona que antes, un poquito más sabia, un poquito más madura, y, en definitiva, sale un Hugo más molón de todo esto (y con un teléfono nuevo).
Había cumplido muchos sueños que me parecían irrealizables: Ver a los Buccaneers en Tampa, ver un partido de la NBA, ver caimanes, tortugas, delfines, manatíes y tiburones en su medio natural, pisar América, desenvolverme solo a 6000 km de casa, conducir en dirección contraria (bueno, este no era un sueño, y no tengo ganas de repetirlo, jajajaja) y muchas otras vivencias increíbles.
Si había podido hacerlo...¿Cuántos sueños "irrealizables más me quedaban por alcanzar?
Mientras conducía de vuelta al Motel, ya con la noche cerrada, lágrimas de felicidad corrían por mi rostro.
Y cuando encontré un Taco Bell en Marathon...aún fui más feliz.
Dormí como un bebé, no sin antes prometerme que éste no sería las últimas vacaciones de este tipo que haría.
En la próxima entrada os hablaré del viaje de vuelta, que sin duda, fue movidito.
P.D. Las imágenes de la tortuga y del Christ of the Abyss, no son mías.
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