jueves, 4 de febrero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Kayaking the Everglades

Como os comentaba en la anterior entrada, los nervios ante la aventura que me esperaba por la mañana, me hicieron dormir poco y mal. Y cuando por fin logré conciliar el sueño, sonó el despertador. O eso me pareció al menos.



Ya os hablé de lo maravilloso que me pareció el Ivey House, y aunque solo sirven desayunos (incluidos en el precio), el comedor está abierto las 24 horas para coger zumos, té frío, agua y hielo.

Pero me tocaba desayunar. Ah...el desayuno más estupendo jamás tomado. Quizá lo saboreé más ante la posibilidad de ser el último (soy un poco tremendista, lo sé), pero esa colección de frutas tropicales, bollería artesana (si, en USA bollería artesana) y, nuevamente, tortitas que podías hacerte tu mismo añadiéndole toda clase de siropes...merece un puesto en el Olimpo de los desayunos.



Con el estómago lleno, cosa muy recomendable para hacer kayak 4 horas por gélidas aguas repletas de caimanes, me puse a hacer la maleta para tenerla lista cuando volviese de los pantanos. Y si no volvía, sería más fácil enviarle mis pertenencias a mis padres si las tenía ya recogidas, jajajaja.

Al volver a la recepción del hotel, ya está allí Jack, un hombre de unos 55 años nativo de Illinois, y que será nuestro guía. El grupo, además, lo componen dos parejas francesas de mediana edad, dos jóvenes alemanes, una pareja de Ohio y una señora en edad de jubilación nativa de California, que por lo que cuenta, ya ha ido en barca por el Zambeze (probablemente el río más peligroso del mundo), buceado en el lago Victoria, y acampado en solitario en el parque de Yellowstone. Si os parece increíble, pensad en que yo estaba a punto de meterme con esa señora en un sistema fluvial plagado de caimanes...sin haber dado una palada de kayak en mi vida.

Jack nos tranquiliza desde el principio mientras nos lleva en su furgoneta hasta el lugar indicado para comenzar la actividad, que se halla en la muy cercana reserva de Big Cypress (si veis los documentales de guardianes del pantano del Discovery Max, es probable que os suene).
Nos indica que los caimanes, por amenazadores que parezcan, son los crocodílidos más tranquilos que existen, y tendrán tan pocas ganas de acercarse demasiado a nosotros, como nosotros de acercarnos a ellos.



Los cocodrilos si son peligrosos, pero son escasísimos, y viven en zonas más cercanas al mar, con aguas salobres. En 14 años trabajando en los Everglades, solo ha visto dos, nos dice. Y una sola "Florida Panther". Malo será, me digo.

Bajamos los kayaks del remolque entre todos, y ya veo el primer problema. Uno de los dos alemanes, se cae al agua intentando subirse a la embarcación. Esperad a que vaya yo, pienso. He tenido la precaución de meter mi nuevo teléfono en una bolsa hermética de plástico, y esta a su vez, en el bolsillo del chaleco salvavidas.
Toda precaución es poca.

Tras una serie de titubeos, consigo subirme a mi canoa gris sin mayores incidencias, pero las primeras paladas son lamentables, y me voy continuamente hacia la izquierda. Veo que, señora de California aparte, los que vamos solos (las dos parejas francesas y los de Ohio van en un K-2) tenemos serias dificultades, especialmente el alemán que cayó al agua nada más subirse.



Eso me tranquiliza...o no. Quizá seamos devorados por una horda de animales salvajes debido a su (nuestra) inutilidad.

Aún así, enseguida llegamos a una zona más ancha, de belleza indescriptible, donde practicamos determinados movimientos para girar rápido, avanzar, e ir hacia incluso hacia atrás. Con una mente privilegiada como la mía, no es difícil hacerme con el control del asunto, y pronto se vuelve automático. Mientras, enormes garzas y martines pescadores, campan a sus anchas por el trecho de río en el que nos encontramos, y todo el grupo, abrumados por la belleza del lugar, e iluminados con la luz de la mañana, guardamos un respetuoso silencio, intentando en lo posible, no interferir con la vida salvaje que está a nuestro alrededor.



Y entonces, mientras Jack, antes de adentrarnos en zonas más angostas del río, nos da una serie de recomendaciones de seguridad, aparece un aligátor. Un caimán, vamos. Nadando relajado y probablemente acostumbrado a más excursiones, no nos presta mucha atención, pero a mi me sobrecoge, y mientras todo el grupo intenta mantenerse en su posición, sin golpear mucho el agua con el remo, la californiana, probablemente pensando que somos unos sosos, intentando tomar las mejores fotos posibles, e ignorando lo de la distancia de seguridad, comienza a remar hacia a el.



El caimán piensa que verdes las han segado, e introduce su cabeza en el agua, y adiós muy buenas, ya no hay caimán. Por un momento, te apetece que el enorme terremoto que se espera en la falla de San Andrés para un futuro próximo, coja a esta señora en la bañera.

Continuamos avanzando, un poco temerosos (cagaos ,vaya), y observo como, de pronto, todos los turistas cogemos el remo mucho más lejos de los extremos, no sea que metamos la mano en el agua y la saquemos sin un dedo.

Voy de último de la fila en ese momento, y cuando paso por la zona donde el caimán se sumergió, de pronto, miro a la derecha, y ahí está, a poco más de un metro de mi, completamente tranquilo, y observándome con sus ojos de reptil, tal y como miraría un Velociraptor de Parque Jurásico.
Se me pone toda la carne de gallina, pero entiendo también, que salvo imprudencia, esos animales tienen pocas ganas de buscar bronca.
Nunca imaginé estar tan cerca de un animal tan salvaje, pero siento una comunión con la naturaleza que nunca había sentido antes. Y no, no fumé ningún tipo de hierba aromática. Es difícil de explicar esa sensación, pero la recomiendo por completo. Está claro que no estamos jugando con cachorritos, y hay que tener mucho respeto por los caimanes (y por todo tipo de animales salvajes), pero es una especie de vuelta a los orígenes, una manera de sentirse Mowgli, y una mejor forma de entender la canción de Baloo (The Bare Necessities - Lo más vital no más). Somos parte de esta naturaleza, y esa naturaleza, forma parte de nosotros.



La carne de gallina por el miedo, deja lugar a la carne de gallina típica de un placer extraordinario, y continúo disfrutando de la zona más angosta, pasando incluso por debajo de un puente, en el que tengo que agacharme para no golpearme la cabeza.

Disfruto un montón el mero hecho de surcar las aguas, y me prometo a mi mismo volver a hacerlo en A Coruña, que será por agua.

La fauna y la flora es espectacular, y vemos águilas calvas, aves zancudas e incluso, un pájaro carpintero. De cuando en cuando, los caimanes hacen acto de presencia, aunque siempre alejados de nosotros, y les perdemos poco a poco el miedo, aunque nunca el respeto (excepto Miss California 1954, que no le teme a nada).



Antes de descansar y tomarnos un refrigerio en el lago más idílico que os podáis imaginar, tenemos que atravesar un espectacular túnel de manglares. Sabéis que los manglares (o mangles) son esos árboles que captan el oxígeno del agua, de ahí esas raíces intrincadas que se adentran en las aguas de zonas tropicales, y que a veces, pensamos, fastidian playas paradisíacas. Nada mas lejos de la realidad. Los manglares son fundamentales para el ecosistema, y cuando forman conjuntos como el que atravesamos, sin dejar pasar la luz del día, se convierten en algo mágico. Arañas enormes al margen, pasar bajo el túnel de manglares es una experiencia singular.
Se recomienda dejar el remo en el fondo de la canoa, y desplazarse agarrándose a las ramas, porque incluso diviéndolo en dos, como en las zonas más estrechas, tocaría con las ramas haciendo imposible la navegación.
Lo grabo todo en un video maravilloso con mi flamante iPhone...hasta que, por usar una sola mano para agarrarme a los manglares y moverme así...me quedo atascado entre las raíces del mangle, y con la parte trasera de mi kayak tocando también contra otro árbol.
Bonita broma, pienso, porque vuelvo a ir de último. Tras dos minutos maniobrando como cuando aparcas con 3 centímetros de margen por delante y por detrás, y habiendo guardado el móvil, como no, consigo salir del atasco, y llego enseguida al lago que os decía. La verdad es que navegar entre la penumbra y llegar a un sitio así, pleno de luz, de aguas transparentes, nenúfares y peces, es solo comparable a coger el metro de Roma, y salir en la parada del Coliseo. Digamos que esto, es su equivalente natural. Solo que el trayecto por el túnel de manglares, es bastante más interesante que el del metro.



Al llegar, veo que yo no iba de último. Falta una de las parejas de franceses. Se ve que se quedaron atascados también, pero finalmente aparecen y cuentan que, en efecto, tuvieron un problema similar al mío, aunque en su caso, más entendible, puesto que su canoa, lógicamente, es más grande.

Tras tomar un par de chocolatinas y la muy necesaria agua, atravesamos el túnel de nuevo, de camino a la civilización.
Esta vez, voy abriendo el grupo y por suerte, recorro el manglar sin problemas, y es en cambio, uno de los dos alemanes (el más torpe) el que se queda a verlas venir en el medio del trayecto.



Un par de caimanes y 2000 maravillosas paladas después, el mágico viaje se acaba. Recogemos las embarcaciones, y le damos los chalecos salvavidas y una propinilla para Jack por ser el gran guía que es. Cuando cojo el móvil de la bolsa, está más caliente que el palo de un churrero. Mierda!! Me dejé el video puesto cuando me atasqué, y ahora tengo un vídeo de 1 minuto de manglares, y dos horas de oscuridad. Entre eso, el calor reinante y la bolsa de plástico...a ver si no conseguí estropear el teléfono en menos de 24 horas.

Pero no, en cuanto lo apago, se enfría, y funciona (hasta el día de hoy) perfectamente.

Ducha rápida, check out, y a por el Malibú.

Me quedaban 160 millas (unas 3 horas de coche) hasta llegar a Marathon, uno de los cayos centrales de los "Florida Keys", y última parada de mi maravillosa aventura.

El viaje transcurrió sin más incidencias, comiendo un par de sándwiches y bebiendo te frío rosa, hasta llegar a Key Largo, el primero de los cayos. Supuestamente estoy en una isla, pero es tan ancho, que apenas veo el mar en ningún momento. Cuando paso a Islamorada, tres cuartos del mismo. Creo que se han pasado con la carretera a través del mar (Overseas Highway) y ya no se ve ni el mar.

La conducción se hace un tanto aburrida, hasta que por fin llego a Duck Key, un pequeño cayo en el que por fin, puedo ver el mar a ambos lados de la carretera. A continuación está Marathon, justo en el centro de la Overseas Highway y que serviría de centro de operaciones para mis últimos 3 días en Florida.



Llego cansado, y al atardecer. Así que, tras hacer check in en el Sea Dell Motel (espectacular también. Precio muy asequible, con tu apartamento individual perfectamente cuidado, y el WIFI más rápido que jamás he visto) me zapateé en la piscina aprovechando los últimos rayos del día, en la compañía de un matrimonio mayor de Kansas City que bebían cerveza como si fuese zumo de piña, y de pequeños lagartos, muy abundantes en los Keys.



Tras cenar en el Wendy´s cercano al motel, y leer 10 minutillos, me quedé dormido temprano incluso para los estándares estadounidenses. Poco descanso el día anterior, y un día lleno de emociones y esfuerzo físico, me condujeron "ipso-facto" a los brazos de Morfeo. La comodidad de la cama y el suave mecer del ventilador de techo, también tuvieron su parte de culpa.



Soñé con ese ojo antediluviano que me observó tan de cerca, y con tanta curiosidad, al menos, como la que tenía yo.

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