Fuese como fuese, tocaba salir de cama, disfrutar de un último y copioso desayuno en Tampa y volver al centro comercial, que a este paso, iba a tener dominado. Todo ello, lo antes posible, pues me quedaban, mínimo, 3 horitas de autopista para llegar a Everglades City, otra de las entradas al maravilloso paraje natural del que os hablé hace unos días.
Desayuno, maleteo, check out sin mayores incidencias. Y de vuelta al Malibú, y a la carretera.
Como aún era temprano, decidí dar un poco de rodeo, y apuntarme los Busch Gardens (el parque de atracciones al lado del hotel) para una posible próxima visita. Mucho más barato, y casi tan "exciting" como Disneyworld, aunque sin la magia propia de éste, decía en mi inefable guía. Y la verdad, las montañas rusas tienen una pinta estupenda.
Pero no era momento de atracciones. Así que me dirigí al centro comercial, pasando una última vez junto a mi querido Raymond James Stadium (nos volveremos a ver, pensé).
Aún no son las 10, así que una buena cantidad de adoradores y freaks de la obra de Steve Jobs, esperan en la puerta de la tienda Apple como zombies en película de George Romero. Yo entre ellos, claro.
Un gordito pelirrojo muy simpático, sale de la tienda minutos antes de abrir para establecer el orden de prioridad para las consultas de soporte técnico y garantía, y en ese momento, hago gala de mi pasado como defensa central y como jugador de fútbol americano para ocupar uno de los primeros puestos.
Me toman nota, y a esperar.
A las 10.00, comienza a abrirse la verja...y los 40 o 50 trabajadores de la tienda, perfectamente uniformados de gris, empiezan a aplaudirnos como si no hubiera mañana. "Sa jodío" que aplauden. Con la pasta que nos vamos a gastar, como para abuchearnos.
Bueno, me atiende Chris Tucker con rastas, y he de decir que es, probablemente, la persona más amable que jamás me haya atendido en una tienda, restaurante, centro sanitario, cafetería, papelería...Da igual. Si le digo que me regale un Ipad y la funda, yo creo que me lo regala.
Tras estudiar el caso, y comprobar que el dìa anterior había ido por lo mismo, finalmente se quedan con mi teléfono, y me dan uno completamente revisado. Y se que no es nuevo porque no va en la caja sellada, porque por lo demás, lo parece. Me comenta Chris "Rastafari" Tucker que en determinados iPhone 6 Plus, acontecía ese problema de no reacción de la pantalla, asi que, al estar en garantía, tengo derecho a la reparación exprés. Y como soy turista, y me voy al sur de Florida, directamente me dan uno reparado. Hoy día me pregunto en manos de quién estará mi viejo móvil.
El caso es que me voy contento como unas castañuelas. Ahora si funcionará el teléfono. Y a pesar de haber perdido algunos datos de los que no pude hacer copia de seguridad, lo principal sigue intacto.
Cojo el coche, y mientras le pido las indicaciones para ir a mi desitino, le comento a Celia Cruz que haría buena pareja con Chris Tucker. Ella sólo me dice que gire a la derecha. Está muy sosa la tía, y eso que ya hace una semana que nos conocemos.
Conduzco tranquilamente y relajado, atravesando nuevamente el espectacular Sunshine Skyway Bridge y me incorporo a la Interestatal 75, pero ahora en dirección sur. Al ser lunes a media mañana, el tráfico es mucho menor que el viernes en hora punta, y puedo disfrutar mucho más. Aún así, los camiones que me adelantan por derecha e izquierda, me siguen poniendo los pelos como escarpias.
3 horas más tarde, sobre las 2 pm, llego a Everglades City. City? en serio? mil habitantes da como mucho para Everglades Town, o Glades Village o algo así.
Pero que preciosidad de lugar. Palmeras, árboles tropicales, casas típicas americanas, un bonito puerto deportivo (agua dulce navegable hasta Marco Island y al parque de las 10.000 islas, un idílico entorno marino muy popular), un ayuntamiento precioso, y también, la población más grande en la zona de los Everglades. El último reducto de la civilización, vaya.
Tras hacer el check in en el espectacular Ivey House (no es barato, pero me interesaba por las interesantes excursiones que ofrece por la zona), y ver que hay hoteles de cinco estrellas que no tienen tantas comodidades, busco un lugar donde comer.
No es fácil en un pueblo tan pequeño, pero en uno de los bares locales, me permiten comer al mismo tiempo que los empleados, aunque ya estaban a punto de cerrar. Repito, serán lo que sean, pero la hospitalidad de los americanos, me ha dejado realmente sorprendido para bien.
El caso, es que, estando en los Everglades, era obligatorio pedirme una hamburguesa de caimán. Y que rica. Quién dice que sabe a pollo, o miente, o nunca ha comido pollo. Yo más bien diría que tiene un toque a pescado, pero con la textura de la carne. El caso es que está deliciosa.
Vuelvo al hotel, y me tumbo en una de sus dos enormes camas (mi habitación da a la piscina interior) mientras comunico a mis seres queridos en España que todo va bien, antes de que sea demasiado tarde en la península.
Y de pronto, descubro la pega de Everglades City. Todas las ventanas y todas las puertas son dobles, además de tener mosquitera. Los mosquitos aquí, en la estación húmeda (que aún está terminando) son del tamaño de portaaviones, y pueden resultar realmente molestos. De ahí que cuenten con esa maravillosa piscina interior. Aquí sería una locura ponerla exterior.
Me duermo una pequeña siesta aprovechando el fresquito de la habitación (en el exterior, como siempre, el calor es abrasador, aunque algo menos que en Tampa) y cuando me despierto, está llegando el atardecer.
Pocos atardeceres tan bonitos he vivido como el de aquel lunes de noviembre, paseando por las calles de Everglades City, con las casas y el ayuntamiento cambiando poco a poco de color, variando entre tonos amarillos y anaranjados, y el avistamiento (lejano, todo hay que decirlo) de mi primer caimán (hamburguesa al margen), en un lago y con el sol poniéndose de fondo.
Pierdo la noción del tiempo observando ese lago, y alcanzo un estado de absoluta relajación. Los días anteriores habían sido algo estresantes (si es que con el maravilloso viaje que me estaba pegando, se podía hablar de estrés), con tanta conducción, ciudades magníficas, pero ciudades al fin y al cabo, horarios que cumplir y un teléfono estropeado.
Por fin no tenía prisa para nada. La excursión en kayak por los Everglades, que reservé nada más llegar al Ivey House, estaba programada para el día siguiente, con lo que ese atardecer lo tenía solo para mi.
Maravillado por los contrastes de la cada vez más escasa luz, y la tranquilidad con la que el caimán patrullaba sus territorios, aproveché para hacer balance de un año difícil pero que tanto me había aportado, y de un viaje que ya había pasado su ecuador, pero que estaba resultando mejor de lo imaginado.
Con la noche cerrada, volví al hotel con la linterna del móvil puesta, no fuese a pisar una serpiente o un gecko.
Serpientes no vi (quizá ellas a mi si), pero geckos trepando por las paredes, los que queráis.
Cogí el Malibú y conduje hasta el restaurante que recomendaba la guía, para tomar una típica cena sureña. El Oyster House.
En su primer fallo, Celia me lleva conduciendo hasta la residencial y paradisíaca isla de Chokoloskee, a un par de millas de Everglades City, pero el restaurante está a medio camino entre ambas, así que deshago el camino andado y en 5 minutos, llegaba al lugar de mi cena
Cuando pensáis en el típico restaurante/bar del sur de USA, de madera, con parafernalia deportiva y animales disecados en las paredes, máquina para elegir la música y camareras sureñas con acento de paletas, pero tremendamente eficientes y serviciales, estáis pensando en el Oyster House, solo que aún no lo sabíais. De nada.
Me pido una cerveza Samuel Adams (muy recomendable), y un plato de ancas de rana (insípidas por completo) gambas picantes (ríquisimas), patatas fritas dulces (plato típico cajún) y coliflor (si, lo sé. No suena apetitoso. Pero es lo típico, y pega muy bien con el resto del plato. Si, disfruté la coliflor. Se que no tengo perdón, pero así fue.
Tras tomarme un helado de piña de postre, tocaba marcharse de tan típico lugar, y refrescarme en la estupenda piscina que os comentaba antes.
Allí me pasé una hora chapoteando (lo sé, tampoco hice la digestión. Vivo al límite), y me metí en la cama para ver desde allí el Monday Night Football.
Me costó dormir, porque al día siguiente...tocaba hacer kayak por los Everglades, y, esperaba, ver de cerca por fin a los "Gators". ¡¡Que nervios!!