martes, 12 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Del Atlántico al Golfo de Méjico.

Hola amigos. Continúo con la narración de mi viaje en uno de los poquitos ratos libres que me quedan estos días, en los que nuestro querido señor Servizo Galego de Saúde ha decidido que semana y media era tiempo más que de sobra para poner la fecha de la oposición.


En fin. Dejemos eso por un rato, que ahora mismo tiene difícil solución, y sigamos.

Me levanté temprano (como todos los días de mi viaje) y tras hacer la maleta, y tomarme unos cereales con yogur de mango que previamente me había agenciado en un supermercado cercano, me despedí del recepcionista y me di un paseíllo con la maleta hasta el aparcamiento donde estaba el Malibú, que esperaba (Celia Cruz mediante) me llevase sano y salvo a mi destino en Tampa, unas 300 millas al Noroeste. (500 kilometritos de nada).



A esas horas (8 de la mañana), para variar, el calor apretaba de lo lindo, y entre llevar la maleta y la mochila, y esquivar a una iguana cabreada, llegué al coche sudando como un pollo.

La próxima vez, melón, haz el favor de ir a por el coche primero, y luego ya subes el equipaje. Pero bueno, de donde no hay, no se puede sacar, jajajaaja.

La idea era tomar la Tamiami Trail (que obviamente, conecta Tampa y Miami) y a unas 40 millas de Miami, parar en una de las entradas más habituales al parque nacional de los Everglades, otro de los momentos cumbres de mi viaje. Esta entrada, tiene nombre de guarida de villano de cómic. Shark Valley.



Este lugar es uno de los más populares para los turistas por su cercanía a la principal metrópoli del sur de Florida, y por las posibilidades que tiene para visitar el parque en su zona más norte.

Supongo que la mayoría habéis oído hablar de los Everglades, una inmensa extensión de pradera húmeda y pantanos, que supone uno de los espacios naturales más espectaculares en cuanto a flora y fauna de todo Estados Unidos, entrando solo en competencia, quizá, con Yellowstone. Poned voz del Oso Yogui (No lo confundas con Jellystone, Bubu, jujujuuuu).

El animal más emblemático de los Everglades es sin duda el aligátor (o caimán) americano, en general pequeño y poco agresivo, pero también podemos encontrar peligrosos cocodrilos americanos (en áreas cercanas a la costa, aunque son muy escasos), osos negros, zarigüeyas, linces, ciervos, todo tipo de aves rapaces y zancudas, serpientes de cascabel, mocasines, y la rarísima Pantera de Florida (una subespecie de puma).

Pues bien, debido a mi bien conocida querencia por la fauna salvaje, la posibilidad avistar a alguno de estos animales (o a varios) era, para mi, uno de los momentos clave de mi estancia en Florida.

Sin embargo, como os dije, solo planeaba pasar parte de la mañana en el parque, puesto que iba a pernoctar a 250 millas de allí, y no quería llegar muy tarde.

Os comentaba también que Shark Valley ofrece múltiples posibilidades...y la que había elegido yo era la de alquilar una bicicleta para recorrer el sendero circular de 13 millas (que poquito parecen 25 kilómetros dichos en millas) que se adentra en el corazón de los Everglades.

Para entrar en este parque nacional es preciso pagar 12 dólares (en contraste con los 4 dólares por coche que cuesta acceder a los parques estatales), pero también da permiso para entrar y salir cuantas veces se quiera durante una semana. Guardando el recibo, por supuesto.

El amable guardabosques (si, lo sé. Habéis puesto voz de oso Yogui otra vez) de la entrada, me comentó algo de sus vacaciones de juventud en Madrid y las borracheras, pero en vista de que el coche de detrás llevaba 5 minutos esperando, la conversación no pudo ir mucho más allá.

En el centro de visitantes de Shark Valley (ahora pienso más en Parque Jurásico), te dan información y mapas sobre esa zona de los Everglades, además, como decía, de la posibilidad de alquilar una bicicleta y continuar por el sendero asfaltado que se extiende a continuación. Alguna gente lo hace paseando, y otros esperan al típico trenecillo turístico, pero la estrella, sin duda, son las bicis.

El alquiler de la bicicleta es de 9 dólares la hora (esperaba no tardar más de dos horas en recorrer las 13 millas) y te recuerdan que lleves agua y líquidos abundantes. Ha sido el mejor consejo que me han dado nunca desde que mi madre me decía que no hablase con extraños.

Qué maravilla...y qué calor!! 33 grados, zona pantanosa, sin sombra y pedaleando medio acojonado por si me encontraba con un aligátor o una serpiente de cascabel.

Cualquiera disfruta de esto, ¿no? Pues yo (demos gracias al Gatorade y al agua fesquita) lo disfruté como un enano.

Antes de coger el sendero, unos letreros avisan del comportamiento y la distancia de seguridad que debemos guardar en caso de encontrarnos fauna salvaje, y obviamente, de la inconsciencia que supone alimentar a un caimán. Que emoción...allá vamos...



Y en mitad del pedaleo...hostia. Que la bici no tiene frenos. Ya se que están muy de moda las bicicletas "fixies", pero esa, con pinta de BMX no se parece a una "fixie", y sobre todo: yo jamás me había subido a una bici sin frenos. Voy probando como reducir velocidad invirtiendo el pedaleo, y bordeo la "hostia terrible" en varias ocasiones. Finalmente me hago con el control del vehículo, que realmente, es muy simple. Pero como con el coche automático, hizo falta acostumbrarse.

Dominado el pedaleo por fin, comienzo a observar el paisaje bajo la protección inestimable de mi gorra y de la crema para el sol.



Garzas, buitres negros, halcones, ranas, lagartos, cuervos y hasta un martín pescador pasan muy cerca de mi, e incluso me miran como aburridos de ver gente por esa carreterilla.

Pero caimanes, nada de nada. Aún así, la sensación de caminar por lo salvaje es espectacular. Hay muy poca gente, y apenas me cruzaría con dos o tres parejas de ciclistas en los 25 kilómetros del trayecto, y el paisaje es increíble. Humedales, anfibios y aves por doquier y una enorme extensión de terreno llano y verde que da una sensación de amplitud y soledad que sobrecoge.



Tras cubrir las primeras 7 millas del sendero, se llega a un observatorio elevado (muy feo, pero magníficamente situado), que nos proporciona un poco de sombra y unas vistas increíbles, que, con el día soleado, llegan a más de 10 millas a la redonda.

Allí, mientras unos buitres me sobrevuelan, me siento en la gloria. Pero ha pasado ya una hora desde que comencé el trayecto, asi que me hidrato nuevamente, y continúo por el sendero, que, como os decía, es circular, ya de vuelta al centro de visitantes.



En todo el camino de vuelta tampoco veo ningún caimán, así que no puedo negar que me frustro un poco, pero vuelvo a disfrutar de fauna que no había visto antes, como cigüeñas americanas y una enorme tortuga mordedora, que a mi paso, se introdujo rápidamente en su charca.

También, un esqueleto de serpiente de cascabel en el medio de la calzada, daba prueba de que, se viese o no, la fauna más salvaje y peligrosa no andaba muy lejos.



Al llegar al centro de visitantes, sudando como nunca en mi vida, y justo dentro del límite para pagar dos horas de alquiler, pensé que, aún no viendo ningún reptil peligroso...aquellas habían sido unas pedaladas para no olvidar nunca, en un entorno increíble y con unas sensaciones inigualables.

Realmente, eso es lo bonito de la naturaleza. Que es imprevisible. Para ver animales a tiro fijo, hubiese ido al zoo de Miami. Yo quería otra cosa, y realmente, cuanto más lo pienso, más contento estoy de esas 13 millas en bici bajo el sol de Florida recorriendo uno de los parajes naturales más espectaculares del mundo.

Bueno, pues con mi camiseta de la universidad de Alabama (por cierto, campeones de la NCAA esta noche pasada) empapada hasta decir basta, y con el coche más caliente que el séptimo círculo del infierno, cogí camino al oeste, hacia la ciudad de Naples, ya en el golfo de Méjico.

La guía indicaba que era una encantadora ciudad, con amplias avenidas, parques, y la mejor playa urbana de toda Florida. El paraíso de los jubilados americanos, me han dicho después, jajajaja.

Casi 80 millas más tarde llegué a Naples, tras conducir por la siempre recta Tamiami Trail, entre avisos de peligro por ser lugar de paso para la "Florida Panther", múltiples anuncios de paseos por los Everglades, poblados de los indios Semínolas supuestamente intactos, y la estación de correos más pequeña de los Estados Unidos, que se encuentra en Ochopee, a tiro de piedra de Everglades City, que sería otro de mis destinos en mi regreso hacia la costa Atlántica, unos días más tarde.



A las 2 de la tarde, hora tardía como sabéis por estos lares, me costó encontrar en Naples un lugar donde comer, pero finalmente, pude agenciarme una sabrosísima hamburguesa con jalapeños que, eso si, precisó de 4 coca colas light para apagar el infierno que, del coche, se había trasladado a la lengua.



Tuve dos pensamientos en ese momento. El primero, que qué maravilla que pagando una vez cualquier refresco, te lo rellenen las veces que haga falta. El segundo, no tan edificante: todo lo que pica cuando entra, pica cuando sale.

Bueno, y ¿ahora? tras un breve paseo por el bonito puerto deportivo de Naples, me dirigí a la playa, a ver si era tan espectacular como decían, y a pegarme mi primer baño en el Golfo de Méjico, aprovechando que no estaba mi mamá para decirme que esperase a hacer la digestión.



¿La playa? Espectacular es poco. Sino fuese por otra maravilla de la que os hablaré en unos días (y aún así tengo dudas) la playa más increíble que jamás haya pisado.



Un kilómetro de arena blanca y fina, palmeras, aguas turquesas, peces de colores y pelícanos. Siii, pelícanos!! Con lo que molan a mi los pelícanos!!

El baño fue obligado, y el agua, perfecta, ni muy caliente ni muy fría, me sirvió para recargar pilas tras el largo de día de bici, calor y conducción.



Me hubiese quedado allí toda la vida, especialmente pensando en el espectacular atardecer que se avecinaba, pero me quedaban aún 170 millas (unas dos horas y media) por la interestatal 75, hacia el norte, rumbo a la bahía de Tampa, así que abandoné el paraíso terrenal, y me volví a subir al Malibú.




La Tamiami Trail, viene siendo un equivalente a una carretera nacional en España, y salvo los avisos de "peligro, panteras cruzando", la conducción es relajada.

La interestatal 75, que va desde el sur de Florida hasta los Grandes Lagos y Canadá, es lo más parecido al "sálvese quién pueda". Una autopista de tres carriles en toda regla, con un montón de tráfico en ambas direcciones y State Troopers (policías con Chevrolet Camaro encargados de las infracciones de tráfico) cada 10 o 20 millas.



Ah, y eso que vemos en las películas de camiones largos como un día sin pan, adelantando por la izquierda es la pura realidad. Tú vas a 90 millas por hora (velocidad máxima permitida), y a veces, para qué negarlo, un poco por encima, y un camión como el del coche fantástico te pasa por la derecha y otro más grande y potente aún, por la izquierda.

Y aún así, conducir por esa interestatal es de las cosas más divertidas que he hecho con un coche nunca. Se ve que ya lo tenía dominado, y como no había muchos desvíos que tomar, hasta Celia Cruz callaba y disfrutaba del viaje.

El sol poniéndose a mi izquierda, música country o rock clásico en la radio y a disfrutar.



Al llegar a la altura de Saint Petersburg, la segunda ciudad más grande del área de la bahía, en la península opuesta a Tampa, empezó a llover a cántaros (yo creo que en Tampa Bay llueve un poco todos los días, y un mucho algunos de ellos además de ser la capital mundial de la tormenta eléctrica) y con la noche cerrada y el siempre caótico tráfico de la zona, la conducción se hizo un poco más estresante, pero a eso de las 20.30 h, estaba en Tampa, y unos 20 minutos más tarde, en el hotel Baymont Inn and Suites near Busch Gardens. Si, lo sé. Hay reyes con nombres más cortos.
Pero los americanos son así. no se complican. ¿Carretera de Tampa a Miami?...Tamiami.
¿La cuarta calle? 4th Street.
¿Hotel de la cadena Baymont Inn cerca de Busch Gardens? Pues eso. Baymont Inn and Suites Near Busch Gardens.



El hotel, si bien sencillo, es muy grande y está razonablemente bien situado, teniendo en cuenta que hablamos de una ciudad extensísima, al lado de la Universidad de Central Florida, y de (si, lo habéis adivinado) los Busch Gardens, un muy interesante parque de atracciones, y cuenta con una estupenda piscina, un amplio aparcamiento, y una habitación enorme con cama King Size y televisión tamaño pantalla de cine, hall con sofá y otra televisión, escritorio y por supuesto cuarto de baño completo.



El desayuno tipo buffet, con todo tipo de manjares (adoro hacer tortitas yo mismo) y el personal muy atento y servicial.

Es verdad que la habitación no es supermoderna, y hay cosas que quizá podrían estar mejor cuidados, pero por lo que pagué...barato me pareció.

Tras el largo viaje, y pese a que era viernes y bastante temprano, me bajé rápidamente al Taco Bell más cercano (¿¿¿en serio sólo  4 dólares por un burrito + un taco + refresco con todos los "refills" que quieras???) y luego, a aprovechar la cama King Size. Me quedé frito viendo a Alabama contra LSU en el partido estrella del viernes de football universitario.



Seguro que soñé con pelícanos, tortugas y playas paradisíacas. Vaya día había sido, amigos. Vaya día.

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