lunes, 4 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Último día en Miami.

Feliz año 2016 amigos.

Continuamos comentando cosillas de mi viaje a Florida del pasado noviembre.

A estas alturas, ya sabéis que fui sólo, y aunque para mi supuso una experiencia inigualable que no cambiaría por nada, es cierto que, si algún día eché de menos ir con alguien, fue este.

Y es que Miami, como ya os dije, es espectacular...como Benidorm a lo bestia. Fiesta, playa, mojitos y más fiesta es algo que siempre se disfruta más con amigos, y si alguna vez vuelvo a ir, será con alguien.
Como no había muchas más cosas obligadas para ver, decidí que era un buen momento para hacer las típicas compras (regalos, encargos y caprichos para mí).

Así que me fui a un enorme centro comercial, llamado (en Miami no podía ser de otra manera) Dolphin Mall.

 

Estaba a unas 11 millas (casi 20 kilómetros) de South Beach, pero por internet había leído que era un paraíso para los amantes de las compras (entre los que no me incluyo, dicho sea de paso).

Como no tenía prisa, y ya tenía el coche, el GPS y la ciudad dominada, de camino al Mall, me fijé entre asombrado y encantado en la gran cantidad de águilas pescadoras que sobrevuelan los rascacielos del Downtown, recordándome que, pese a la modernidad de South Beach, a muy pocos kilómetros se hayan varias zonas naturales y salvajes que pronto iría a visitar.



Llegué al Dolphin Mall a las 10 de la mañana, me pegué un desayuno completito en el Starbucks de turno, y hala a pasear por esta microciudad.

¿¿Recordáis la mítica serie de animación de Hanna Barbera llamada en castellano Los Supersónicos?? (The Jetsons en inglés)
Pues el Dolphin Mall viene siendo lo más parecido. Con una decoración repleta de delfines y palmeras (y si, tenían palmeras de verdad DENTRO del centro comercial), luces psicodélicas, tiendas de todo tipo, restaurantes, salones de café y té...

Quizá no sea el centro comercial más grande del mundo (vivir en una ciudad como A Coruña, con el más grande de España y tercero de Europa influye en la percepción), pero si da una sensación de pequeña ciudad que no da ningún otro centro comercial en el que haya estado antes.

Realmente, tras un breve paseo y para no variar, agobiarme enseguida del ambiente consumista, me fui derecho a la tienda de ropa deportiva. Por cierto, gracias al cielo por los planos de "usted está aquí", porque sin ellos, aún estaría literalmente allí.

Compras rápidas de ropa de fútbol americano, smoothie de piña y mango en la heladería, y, tras dos intentos fallidos, salgo por la puerta más adecuada para coger el coche.

Y ahora, ¿qué hago? No muy lejos del Dolphin Mall, está Little Havana, y como el día anterior había ido bastante temprano y no era hora de comer, decidí probar uno de esos típicos sándwiches cubanos, sin mucha expectativa, la verdad.

La guía recomendaba "El Exquisito" para tomar uno, y como yo soy "muy mandadiño" allá me fui.



Y chicos. ¡Qué cosa más rica! Simple si, pero riquísimo. Pan dulce, queso muy sabroso, jamón en su punto (no jamón york, sino más bien jamón asado).

Una de las mejores comidas en Florida, y a muy bajo precio. Y la camarera encantada de que yo hablase español, porque ella de inglés, ni idea.

Como había poca gente (las 2 es una hora tardía para comer en los USA), el dueño del local (y a la sazón, de la mitad de los locales de calle 8) y que tenía el aspecto típico de galán de telenovela, entabló una animada conversación conmigo, y descubrí que sus abuelos eran de Santiago de Compostela y que el, de niño había visitado A Coruña.

Alberto (así se llamaba el "actor")  ya había nacido en Miami, y me comentó que sus hijos apenas hablaban español, y que era la tendencia de los latinos en Florida para integrarse: Cubrir sus propias carencias en inglés, haciendo que la siguiente generación olvidase el castellano.

Ni tanto, ni tan calvo, creo yo. El caso, es que tanta labia tenía el tío, que la mitad del sándwich me lo comí frío, jajajaja.

Interactuar con los locales es estupendo...pero no tanto, jajajaja.

Tras presentarme a su mujer y despedirme con un afectuoso abrazo, Alberto me dejó terminar mi sándwich ,tomarme un café muy rico, pero que despertaría a un muerto (más posos que líquido, diría yo) e irme a dar otro paseo por Little Havana, con más calma que en mi visita anterior. Es decir, como lo haría un cubano.

Me fijé que en el suelo había un "paseo de la fama" con artistas latinos (Raphael o Rocío Durcal entre ellos) y disfruté de un poco de música en directo desde una terraza con aspersores para refrescar el abrasador ambiente.



Ya en pleno atardecer, y a unos pocos metros de Little Havana, llegué hasta el Marlins Park, uno de los estadios de béisbol más espectaculares de USA, donde juegan los Miami Marlins, y aunque estaba cerrado, disfrute de la espectacular estructura desde fuera.



Media hora más tarde, y ya con el sol poniéndose, decidí darme un último baño antes de regresar al hotel, ignorando las advertencias de Jeremy Wade (el de Monstruos de Río) sobre bañarse de noche y más en el triángulo de ataques de tiburón que forman las Bahamas al Este, Daytona Beach al norte y Miami Beach al sur.

Pero tampoco se cuando volveré a bañarme en esta emblemática playa, así que (muy cerca de la orilla, eso si) decido refrescarme un poco tras un dia de largos paseos.



Huguito, mañana te toca coger coche rumbo a la costa del golfo. Nuevas aventuras me esperan allí, pensaba, mientras un transatlántico iluminado hasta los topes, desaparecía poco a poco en el horizonte rumbo, muy probablemente, a la isla de Gran Bahama.



Tras una cena en el Subway (no todo va a ser platos típicos y sanos), a hacer la maleta de nuevo, y a dormir.

Al día siguiente tocaban 500 kilómetros de conducción (281 millas hasta Tampa, pero con paradas y visitas) además de unos 25 kilómetros en bicicleta por los Everglades y era importante estar descansado.

Pero estas aventuras...quedan para otra entrada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario