miércoles, 13 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Tampa y Saint Petersburg.

Toque de diana por la mañana muy temprano. Tan temprano que no hay más que ver la foto, y como comentaba en la entrada anterior, a disfrutar del desayuno.



Me preguntaron varias personas si es verdad que te puedes hacer tus propias tortitas. Para ser exactos, la masa líquida está preparada. Tú solo te encargas de ponerlas en el calentador hermético, de darles la vuelta y vigilar que no se quemen (o que algún aguililla coja la que estás preparando tú mientras vas a por el zumo).

El caso es que, como buen español ante un buffet libre, cogí todas cuantas cosas podía, sin ningún tipo de medida. Bueno, como buen español no sé. Pero sin duda, siendo fiel a mi mismo. Eso. Sin medida.

Tras salir flotando del comedor, me dirigí a mi primer destino del día. Downtonwn Tampa. Quería dar un paseíllo mañanero por la zona más céntrica de la ciudad del Golfo.



El día anterior era de noche, así que prácticamente no había podido apreciar bien la ciudad. Conduciendo hacia el sur, en dirección al caudaloso río Hillsborough en torno a cuya desembocadura se desarrolla la zona más emblemática de Tampa, pude comprobar que, si bien Miami es una ciudad tropical, y Naples una pequeña localidad quasivacacional, Tampa se parece mucho a la imagen que tenemos de una ciudad sureña de los USA. Casas bajas, con amplios jardines, avisos de huracán y tornados, con las zonas de evacuación perfectamente indicadas, y mucha población de raza negra.
Y con unas distancias enormes, cosa común en Norteamérica. La ciudad tiene 350.000 habitantes repartidos en 440 kilómetros cuadrados, aunque el área metropolitana de Tampa presume de ser una de las más pobladas del sudeste americano, con más de 2 millones y medio de personas.

El calor sigue siendo sofocante, pero el cielo de Tampa tiene cierta tendencia (aumentada hacia las últimas horas de la tarde) a estar siempre gris. Como decía, raro es el día en que no llueve, especialmente durante el verano y el otoño, a menudo con aparato eléctrico.

Es sábado por la mañana, y las inmensas circunvalaciones que llevan a los diferentes puntos de la ciudad, o a otras ciudades de la bahía (Saint Petersburg, Sarasota o Clearwater) están casi vacías de coches, lo cual agradezco, porque no son las calles mejor señalizadas que he visto. Gracias a Celia, que aquí sigue, inasequible al desaliento, en poco más de 15 minutos llego a Downtown Tampa.
Los rascacielos son menos emblemáticos y menos rascacielos que en otras grandes urbes americanas, pero pegados al río Hillsborough, y rodeados por un precioso paseo marítimo, proporcionan un bonito entorno típico de ciudad sureña, especialmente cuando el sol del atardecer se va hundiendo en las aguas de la bahía, tornando de color dorado las cristaleras de los edificios.



Aprovecho para dar una vueltilla por el paseo marítimo, mientras camino junto al barco pirata del capitán Gasparilla, que da nombre a uno de los festivales (tipo desembarco vikingo de Catoira, o moros y cristianos) más populares de la ciudad.

Es sorprendente la cantidad de gente (más aún aquí que en Miami) que te saluda cuando cruzas la vista con ellos, o que intenta ayudarte al comprobar que eres turista. Debe ser lo que llaman hospitalidad sureña.



Tras un paseo por una zona arbolada llena de espectaculares mansiones victorianas, me dirijo nuevamente al coche con dirección al Manatee Viewing Centre, un curioso observatorio de vida salvaje que se halla en el peor de los enclaves imaginables. Una central térmica.



Si, tal y como lo leéis. Una central térmica bajo la cual, sobre todo manatíes, pero tambien otro tipo de fauna, se reúne desde finales del otoño hasta pasado el mes de marzo para disfrutar de las excepcionalmente cálidas aguas resultantes de la refrigeración de la central.

El manatí de las Indias Orientales está críticamente amenazado, especialmente debido a los accidentes con lanchas y barcos recreativos, así que desde que se descubrió ese peculiar santuario (al que también acuden tiburones toro, mantarrayas y tarpones), el estado de Florida cuida con mimo el entorno de la central térmica.
El Manatee Viewing Centre, está a unas 15 millas del centro de Tampa, en la localidad de Apollo Beach, y al ser un "simple" observatorio, es completamente gratis.

Llego sin mayor novedad, pero los voluntarios encargados del centro, indican que, a pesar de estar ya bien entrado Noviembre, va a ser difícil avistar ningún manatí. Es uno de los otoños más cálidos de la historia, así que las enormes vacas marinas no han precisado aún buscar las cálidas aguas cercanas a la central.

Aún así, hay suerte. Una enorme bestezuela nada tranquilamente ante mis ojos, y me mira como curioso y confiado. Bonito no es...pero entrañable, al máximo. Como el típico amigo gordito.



Parece una hembra preñada, nos explican, de ahí que haya acudido al refugio de invierno antes que el resto de sus congéneres. Parece increíble que alguien pueda hacerle daño porque sí a estos animalitos. Y más aún, que los marineros de hace siglos, los confundiesen con sirenas. Supongo que tras meses en el mar, se produce un fenómeno similar al conocido como "ligue de las 6 de la mañana, a estas horas todo vale".

La verdad es que el calor en la zona es infernal, entre la temperatura ambiente y el calor de la central, pero es sumamente relajante e hipnótico observar el lento desplazamiento de la manatí por las aguas, a muy pocos metros de nosotros, y tan amistosa, que parece que quisiese invitarnos a entrar.

A unos metros de distancia, ya más cerca del mar abierto, y ciertamente también, muy impresionante, las mantarrayas saltan (no sabía que lo hacían) probablemente pescando, o huyendo de las aletas (si, van a ser tiburones) que aparecen de cuando en cuando sobre la superficie.
Un contraste increíble este de ver tanta vida salvaje al lado de una edificación tan horrible y contaminante. Al final será cierto que la naturaleza se abre camino.

Hacia las 11 de la mañana, el calor se va haciendo insoportable, así que decido coger el coche y volver hacia el norte, cruzando uno de los espectaculares puentes sobre Tampa Bay, hacia otro de los momentos clave del viaje. El museo de Dalí de St. Petersburg.
Bueno, he dicho "uno de los" espectaculares puentes. La verdad es que el Sunshine Skyway Bridge, es una auténtica virguería. Un puente colgante que atraviesa la bahía de Tampa, dejando el Golfo de Méjico a un lado, y la bahía al otro, teniendo la sensación de ir por el medio del mar, durante casi 2 kilómetros, y alcanzando una altura en su punto más alto de 131 metros. Conducir por este puente con la música a tope (mientras las zarigüeyas cruzan la carretera en plan suicida y te sobrevuelan halcones y pelícanos) es de las experiencias más satisfactorias que he tenido nunca al volante de un vehículo. La próxima vez, en un descapotable.



Una vez llegados a Saint Petersburg, y tras pasar junto al Tropicana Field (estadio de los Tampa Bay Rays, de béisbol), Celia Cruz me dirige, como os comentaba, hacia el Dalí Museum.

Salvador Dalí, sin duda mi pintor (y por añadidura, artista) favorito, nunca vivió en Florida, pero si pasó un tiempo exiliado en los Estados Unidos, donde conoció a la familia Morse, y les donó gran cantidad de sus obras,  especialmente del período tardío, así como manuscritos y dibujos de su niñez y juventud.
Los Morse si se mudarían años después al sur de Florida, y es allí donde erigieron el museo.

La visita al "Dalí" en sí, merecería un capítulo aparte del blog. Que edificio tan espectacular, inspirado en el propio Salvador, y que personaje tan excepcional era el genio de Cadaqués.
Merece muchísimo la pena, y si sois amantes del arte, no lo dudéis ni un segundo. Los 24 dólares que cuesta la entrada, no son nada en comparación de la sensación que experimentaréis una vez dentro del museo, que, como no, se halla al final de Dalí Boulevard, en un enclave privilegiado junto al mar.



Si queréis más información, no dudéis en visitar la página oficial del museo ,http://thedali.org/ que os informará mucho mejor que yo.

Pero si digo que El Retrato de Lincoln y El Torero Alucinógeno, me dejaron con la boca abierta. No son las únicas obras, pero si son dos pinturas que juegan con las perspectivas y las ilusiones ópticas de una manera inimaginable para cualquiera que no sea un genio como Dalí.



Solo por estas dos obras, merece la pena recorrerse 6000 kilómetros desde casa. No exagero.
Pasé 3 horas espectaculares visitando cada rincón del edificio (que en sí, es una obra de arte) y empapándome de un poquito de cultura gracias a las audioguías gratuitas que tenemos a nuestra disposición una vez hemos pagado la entrada.

Tras una tapa de tortilla (como no podía ser menos, los cocineros de la cafetería son catalanes) y una coca cola, me dirigí a la tienda de regalos, y después, a comer.



La guía recomendaba el Moon Under Water, muy cerca del museo, en la zona del puerto. Un restaurante indio que me dejó más que satisfecho, y en el que, además, pude disfrutar de varios partidos simultáneos de fútbol americano universitario.



Tras un breve paseo para hacer la digestión, y siempre siguiendo los consejos de mi guía (bendito Lonely Planet), me dirigí más al este, a la isla con el nombre más romántico del mundo, Honeymoon Island (si, la isla de la luna de miel), donde se haya un parque estatal (ya sabéis, 4 dolarcillos por coche) que merece mucho la pena. Varias playas maravillosas, y senderos entre palmeras y vegetación, donde, eso si, es conveniente vigilar donde se pisa, ya que en toda la isla hay letreros de cuidado con las Serpientes de Cascabel.



Tras un breve paseo por la isla, me dirijo a una de las preciosas playas de la isla, aunque al ser sábado, dista mucho de parecer una playa paradisíaca. La arena es blanca, las piedras y las conchas son preciosas. El agua es azul y transparente...pero para mi gusto, demasiados niños jugando y demasiada gente gritando.

Creo que por la semana, la experiencia hubiese sido aún mejor. Aún así, un nuevo bañito en las aguas del golfo, tras el calor pasado por la mañana, es reconfortante.



A unas pocas millas, se haya la localidad de Clearwater, famosa por tener otra de las mejores playas de Florida...y por ser la cuna (aún hoy está allí su cuartel general) de la Iglesia de la Cienciología.

Hacia ella me dirijo aprovechando lo despejado del día, para disfrutar de una maravillosa puesta de sol sobre las aguas del golfo, y la verdad es que no quedo decepcionado. Las tonalidades anaranjadas que cubren la playa, y por añadidura, la ciudad, proporcionan un cuadro idílico, y que difícilmente podría ser más espectacular. Bañarse en la playa de Clearwater (que hace honor a su nombre) mientras el sol se hunde sobre el mar es otra de esas experiencias que quedan grabadas a fuego en la mente y en el corazón de cualquiera que disfrute de las pequeñas cosas de la vida.



Tras acudir a un bar deportivo, y tomarme otra hamburguesa con jalapeños mientras veo jugar (y palmar) a la universidad de Florida State, debatiendo con los habitantes locales si el quarterback está preparado para la NFL o no, me retiro a mis aposentos en Tampa, a unas 20 millas de allí. Mientras conduzco, compruebo como el cielo de la bahía, sin nubes durante todo el día, decide llamar la atención con unos cuantos relámpagos aquí y allá, haciendo honor al nombre de Lightning Capital of the World (aunque si nos ceñimos a los datos, Tampa sería "sólo" la capital estadounidense del relámpago).



Al día siguiente era el gran día. Por fin, iba a ver a los Buccaneers en su estadio. Estaba como un niño en la noche de Reyes. Y como un niño en la noche de Reyes...me fui a cama temprano...y me costó conciliar el sueño.

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