lunes, 21 de diciembre de 2015

EL VIAJE DE MI VIDA. Las afueras de Miami y Key Biscayne

Tras el parón obligado por los catarros habituales en estas fechas (y los no menos habituales compromisos), seguimos con el tercer día de mi viaje.

Tras recorrerme enterito y a patita o en bici la mitad sur de Miami Beach, tocaba hacer una escapadita a otro de los lugares más conocidos del área metropolitana de Miami. Little Havana.




Pero hete aquí, que para ello tendría que enfrentarme a coger nuevamente el coche...que tras la experiencia de mi llegada, no era lo que más me apetecía. Pero de eso trataba este viaje, no? De afrontar mis miedos. Y de ver cosas. Pues bien, la calle 8, centro neurálgico del barrio cubano de Miami, está a 11 millas de South Beach, asi que el coche parecía la única opción razonable.



Tras un café rápido en un Starbucks cercano al aparcamiento, me subo al Malibú, y al encender el GPS, descubro que ya le he cogido cariño a Celia Cruz y su pronunciación cubanoamericana, con lo que ya no cambio el idioma. A cambio, espero que me cante Guantanamera, pero no lo hace. Así que, tras un par de dudas resueltas con bocinazos de los coches que me siguen (salvo prohibición expresa, en USA, aunque el semáforo esté en rojo, puedes girar a la derecha e incorporarte en los cruces) crucé por mi cuenta (ayer lo hice en bus) el largo puente en el que se transforma 5th Street y que, con una mediana repleta de palmeras te conduce hasta el icónico skyline de Downtown Miami.

Aunque sobrepaso el límite de velocidad (45 millas por hora) holgadamente, tengo la impresión de ir como una tortuga por los 3 carriles del puente, pero poco a poco voy cogiendo confianza, y con la luz del sol, y las espectaculares vistas, empiezo a disfrutar de la conducción (eso si, con la pierna izquierda al borde de la gangrena con tal de forzarla lo suficiente para no pisar el embrague imaginario).
Es una sensación maravillosa como decía (en un descapotable ya tiene que ser lo más) conducir sobre el mar en dirección a Downtown, mientras las palmeras se mueven con la brisa y bandadas de águilas pescadoras sobrevuelan los rascacielos más emblemáticos de la ciudad.

Disfruto tanto que pongo la radio del Chevy. Reggaetón. No. Más Reggaetón. Tampoco. Salsa. Psé. No. Merengue. No. La Gozadera. Venga, va. Total, ¿qué lugar mejor que Florida
 para escucharla? Esa sería la primera de 80 veces que Miami (no Puerto Rico) me regaló esa ¿canción?.

Aún así, repito. Escuchar a Pitbull, Tito el Bambino y Ricky Martin mientras conduces por las calles de Miami, tiene algo placentero, cuando en cualquier otra situación, me sangrarían los oídos.

Bueno, al lío. Unos 25 minutos y 10 bocinazos más tarde, estaba aparcado en plena calle 8.
En realidad, el secreto de esta calle está en sus gentes. Banderas cubanas, conversaciones en los diferentes acentos de la isla caribeña, restaurantes típicos (y muy buenos), un club de dominó y muchas tiendas de puros.



Y por supuesto, son cubano de fondo. A veces saliendo de los locales. Otras veces, música en directo.
Paré a tomar un zumo en la famosa frutería "Los Pinareños", y he de decir que jamás he probado (y será difícil que pruebe) un zumo de piña y otro de mango como los que tomé aquí.
Que sabor tan sumamente exquisito. Soy gran amante de la fruta y me pierden las tropicales. Pero esto era algo de otro planeta, la verdad.



Tras entablar conversación con un matrimonio de Montevideo y la dueña del local (obviamente, de Pinar del Río), descubrimos que todos teníamos abuelos gallegos. Lo mío es bastante obvio, pero los 4 abuelos de la pinareña procedían de la provincia de Lugo, y un abuelo del hombre uruguayo de Ourense, y un abuelo de su mujer, de Betanzos.

Al final será verdad que hay un gallego en la luna.

Proseguí mi paseo por la calle 8 (calle 8 que llega hasta Naples, en el Golfo de Méjico, con el nombre de Tamiami Trail, atravesando los Everglades) descubriendo el monumento homenaje a los mártires de Bahía de Cochinos (Bay of Pigs). Igualito que en La Habana, seguro. Cuestión de perspectivas, imagino.



En lo que si están de acuerdo todos los cubanos, es en la importancia de su héroe de la independencia, Jose Martí, que también tiene sus recordatorios en Little Havana.

Como era temprano para comer, y Little Haití no está demasiado lejos (10 minutos en coche), decido probar el Chef Creole, un pintoresco restaurante ubicado en esta zona marginal de Miami para comprobar (de día, eso si) como se vive en los suburbios de la urbe más conocida del sur de Estados Unidos.

Si alguno recordáis el GTA San Andreas (si, ya sé que este se desarrollaba en California) y sabéis como era el barrio de CJ, el protagonista del juego, os haréis una idea de como es Little Haití.



Casas bajas, vallas metálicas, letreros de cuidado con el perro, graffitis, basura en los jardines, indigentes, calles anchas y sin apenas tráfico, grupos de gente de raza negra vestidos igual y mirándote fijamente cuando pasas. Ojo, no amenazadoramente, pero si curiosos de que alguien con un coche tan bueno como el mío haya decidido aparcar delante de su casa. Y es que de pronto, el vehículo más cutre de South Beach, se convierte en el más lujoso de Little Haití, tras ser uno más en Little Havana.

Bueno, a la luz del día, no me pareció muy atemorizador y una vez encontrado el restaurante, una especie de "takeaway criollo", aparqué y a comer que me fui.

Si es verdad, que de noche no lo recomendaría ni a mi peor enemigo. Bueno, si. A ti si, cabronazo. jajajaja. Al resto, la verdad es que no.

Tengo un buen nivel de inglés, pero se ve que el "argot" haitiano añadido al inglés de Miami no es mi fuerte, asi que aunque pedí exactamente lo que quería, un sabrosísimo arroz con habichuelas (maldita Gozadera) y alitas de pollo con salsa criolla picante, el camarero entendió que era para llevar.  No puso ningún problema cuando le indiqué que lo tomaría en el peculiar comedor, hecho a base de barriles de vino, bancos de parque y madera sobrante de sabe Dios que sitios.



Y a uno de los que esperaba su plato...no le hizo mucho gracia que, según su punto de vista, me hubiesen atendido antes que a él (allí atienden antes a los de llevar) y se puso a protestar.
Y aquí se produjo una situación surrealista que algún día llevaré al cine. Discusión en francés entre el cliente (probablemente borracho), un "espontáneo" hasta arriba de crack, vestido con peluca rubia y una ropa que no se pondría ni Lady Gaga y que cada poco tiempo me miraba diciendo que estuviese tranquilo, y los camareros del restaurante.



No hay palabras para describir lo que era comerme las alitas de pollo en ese panorama.
Finalmente, al "indignado" le trajeron la comida, y protestó diciendo que no había pedido eso, y fue "invitado" a abandonar el comedor de manera poco elegante por el más grande de los trabajadores del Chef Creole. Y el haitiano más grande de un restaurante con 20 empleados entre camareros y cocineros, no es cosa baladí. (siempre quise usar esta palabra. Gracias, querido blog, por la oportunidad que me has brindado)

Finalmente, le entregué las sobras de mi comida, que sirven siempre en cubiertos y platos de plástico, al Lady Gaga negro, que asi, de buenas a primeras, se encargaba de separar la comida de lo reciclable, con la excusa de ser de una ONG de protección medioambiental (prometo que me lo dijo) y aprovechando también, para acabarse lo que los clientes no pueden o quieren. En fin, surrealista no. Lo siguiente.

Todo esto con música de Bob Marley y Janis Joplin de fondo. Cualquier cosa que os explique, se quedará corta.

Bien, como os decía, Little Haití no es un barrio para pasear demasiado, y tras echar un vistazo en un par de "botánicas", y a los productos de vudú que en ellas se venden, volví a por mi Malibú, con la intención de pasarme la tarde en un parque estatal. El de Key Biscayne (Cayo Vizcaíno para los amantes del tenis).



La verdad es que si Miami es en general un lugar bastante paradisíaco, Key Biscayne es el paraíso dentro del paraíso.

Naturaleza, playas protegidas y un enclave privilegiado, con buenas vistas tanto de South Beach como de Downtown Miami.

Un bañito en una preciosa cala de arena blanca en la que estoy yo solo (hasta que vino un tío cachas a hacer yoga) y un agua cristalina y fresquita, no como la de South Beach, que contrasta maravillosamente con el intenso calor reinante (ese día si me había puesto protector solar, por cierto).



Tras pasar un par de horas atrapado en mis pensamientos y observando con sorpresa como el tío cachas no se rompía por cuatro partes en alguna de sus posturas, me volví al coche, pensando en una duchita reparadora, no sin antes visitar el lugar más sur de Miami, que es a la vez la construcción más antigua del estado de Florida que se mantiene tal cual se construyó, que es el faro de Biscayne Key.



Como os decía, me dirigía al coche cuando...sorpresa!! Un mapache subido al árbol más próximo al Malibú. Qué bonito. Y que suerte ver uno, con lo que me gustan. Me acerco sigiloso, y el "raccoon" me gruñe. Tras varias fotos, y ya a punto de subirme al coche, el bonito animal se pone a 20 centímetros de mi para pedirme comida. Me pone ojitos, pero estoy entrenado. Mi perro lo hace todos los días. Eso si. Al mapache no lo acaricio porque no me parece prudente, pero el bicho está tan cómodo, que hasta se lame sus partes íntimas mientras sigue esperando a que le de algo.



Me marcho alucinado de la suerte que tuve...y 50 metros más adelante, en un merendero, veo que hay más mapaches que personas, y múltiples carteles indicando que no se les dé de comer. Al final, parece que, tras todos mis esfuerzos en interactuar con el mapache, lo difícil era no hacerlo.




Vuelvo sin más incidencias al hotel entre el imposible tráfico de media tarde. Marc Anthony, Enrique Iglesias y 57 anuncios de carreras universitarias impartidas en inglés y español me amenizan los 50 minutos de colas, durante las cuales, las palmeras y el atardecer ya no parecen tan chulos.

Duchita y minisiesta, y me voy dando un paseo a Ocean Drive mientras cae la noche. Ahora sí. A pesar de que sopla un viento importante, ahora si disfruto Ocean Drive. Cochazos modernos y clásicos, neones, chicas arregladas como Sharon Stone en "El Especialista", que también tenía lugar en Miami, música en directo, travestis, locales gays, fiestas privadas y un montón de gente.



Puede gustar más o menos, pero esto si es el South Beach de las películas. Me encantó viajar solo, y fue una experiencia inigualable, pero esta parte de Miami, la de la vida nocturna, si que creo que la hubiese disfrutado mucho más en compañía.

Aún así, tras una rica cena, me tomo un sabroso mojito en una terraza de la que casi salgo volando. En Miami el viento sopla, pero bien. Me pregunto como será Chicago para que la llamen "The Windy City".



Tras observar a la fauna que transita por las calles en busca de fiesta, y ya con ganas de meterme en cama, me cojo una bici y aprovecho que el viento sopla de sur a norte, para llegar al hotel en el viaje en bicicleta de paseo más rápido jamás hecho.

Un día curioso. Un día más de un viaje inolvidable.

jueves, 10 de diciembre de 2015

EL VIAJE DE MI VIDA. Primer día en Miami

Hola a todos. Aqui seguimos con la narración donde la dejábamos ayer. Espero que sigáis disfrutándolo tanto como yo recordándolo.



El hotel en el que había reservado, el Alden Hotel, no es una maravilla, pero tampoco podemos decir que estuviese mal. Un muy amable recepcionista (cubano, por supuesto) me explica todas las condiciones de la reserva, y me recuerda que no hay desayuno y que el hotel no tiene aparcamiento.

Ojo, que esto es importante si queréis conducir por Miami. Salvo los Marriott, Hilton y los famosísimos hoteles Art-Decó, ningún hotel de los disponibles para la plebe va a tener parking disponible para clientes.
Y aparcar en Miami Beach no es que sea difícil, porque difícil no es. Lo que es es caro. Protestad por la H.O.R.A. de vuestras ciudades, y después pagad 3 dólares por dejar el coche 1 hora aparcado en CUALQUIER parte de Miami Beach (y del área de Miami en general).

Bueno, miento. Hay ciertas zonas, como Little Haití, o los suburbios donde no hay que pagar para aparcar. Más bien, hay que pagar para que no te lo roben. Pero eso es otra historia.

Volvamos a South Beach. Lo bueno, es que hay numerosos aparcamientos privados en las zonas hoteleras. Por 4 días, pagué 60 doláres (algo más de 50 euros). Precio razonable, y con el añadido de la seguridad.

Eso si. Estaba a 15 minutos andando del hotel Alden.

El hotel, pues no todo era malo, estaba justo al lado de una parada de bus (en South Beach no hay metro), limpio, habitación amplísima y limpísima, con todas las comodidades para hacerte tu propia comida, nevera, cubiertos y platos. Y una piscina muy coqueta.



En general, teniendo en cuenta la privilegiada situación (se puede ir andando a la parte más turística de South Beach, y decir eso en USA es mucho) y la calidad de las instalaciones y el precio más que razonable, no me importaría repetir estancia.

Y la cama es de lo más cómodo que he catado nunca. Un sueño reparador se agradece.
Eso si, entre el jet lag y que el sol sale a las 5.30 a.m. me desperté muy temprano, a eso de las 7 estaba con los ojos como platos y decidí buscarme un sitio para desayunar.

Como os comentaba ayer, me llevé un susto morrocotudo con el coche, y la verdad es que quería pasar sin mayores incidencias mi primer día en Miami, así que me decidí a hacer andando las 29 calles que hay hasta el punto más sur de South Beach. El Chevy estaba muy bien en el aparcamiento.

Primera apreciación de las avenidas de Miami de día.
Es como estar en un GTA. Dan ganas de robar un coche, y empezar a saltarse semáforos (que en USA están en el medio de los cruces, no antes de llegar) y de robar bancos con una recortada.



Una vez pasado ese primer impulso videojueguil, cruzo Washington Avenue y compruebo que de mi hotel a la enooooorme playa de Miami hay como 100 metros, y por fin allí estoy. Por primera vez viendo el Océano Atlántico desde el otro lado.
A esas horas de la mañana, el paseo marítimo de Miami Beach es un hervidero de corredores (perdón, runners), ciclistas y paseantes. Algún turista hay, pero pocos. La verdad es que si en Galicia fuese tan de día a las 7 de la mañana, y en cambio, no entrase a trabajar hasta las 10 (horario comercial en USA), yo también haría deporte a esas horas.



Miami, además, como toda Florida, es completamente plana, así que es un auténtico placer echarse unas carreritas o pegar unas pedaladas por cualquiera de sus zonas.

Tras 20 minutos andando y disfrutando de la brisa marina (y de las sonrisas y saludos de todos los atletas y caminantes que me encontraba) llegué a la altura de Lincoln Road Mall, que a pesar de su nombre, no es estrictamente un centro comercial, si no una calle tipo Preciados, repleta de tiendas, cafeterías y restaurantes, y decidí desviarme de la playa, para meterme en la zona más pija de Miami. Entre la gente que hace deporte, ya es difícil encontrar cuerpos feos (imagino que los que me encontrasen en su carrera matutina, contarían en el trabajo lo poco en forma que estoy igual que si hubiesen visto un Bigfoot), pero lo de Lincoln Road Mall es excesivo. Hay pases de modelos (masculinos y femeninos) donde la gente lleva ropa más barata y es más fea.
No se como me dejaron pasar, la verdad.

Bueno, aprovechando, y puesto que ya eran casi las 10, aproveché para tomarme algo en la única cafetería que abría antes de esa hora. Como no..el Starbucks.

Conexión al WIFI, saludos a la familia y amigos confirmando que sigo vivo (esa mañana el WIFI del hotel no funcionaba muy bien), latte machiatto y pastel de calabaza delicioso.

Después, un paseo abajo y arriba de Lincoln Road, y un smoothie tropical en una terraza a la sombra, que a las 11 de la mañana, para un gallego, el calor ya era infernal.



Y de ahí continué ya rumbo al distrito Art Decó (que maravillosamente horteras son estos edificios, fiel reflejo de los habitantes de Miami) y a la calle más famosa de esta parte del mundo. Ocean Drive.



Es curioso comprobar, pensé, que cuanto más al sur de Miami Beach, mejores y más espectaculares coches te vas encontrando. No soy gran admirador del lujo, pero si que he de reconocer cierta debilidad por los coches espectaculares, especialmente deportivos. Y no creo que haya muchos sitios en el mundo (mundo occidental al menos) con una colección de Lamborghinis, Ferraris, Aston Martin y Bentleys como South Beach.

El distrito art decó es pintoresco, pero Ocean Drive de día, me dejó bastante frío dentro del achicharrante sol que pegaba.
Me quedaban aún 5 calles para llegar al punto más sur de la ciudad, y como estaba bastante cansado, decidí alquilar una bicicleta de las municipales.

Mejor idea no pude tener. El resto de los días, me hice usuario habitual de las mismas, y comprobé que, si bien parece (y es) un lugar poco amigable para conducir, en cambio los habitantes de Miami son tremendamente respetuosos con las bicicletas.



En 10 minutos de tranquilas pedaladas, me planté en el bonito parque que marca el sur de Miami Beach. Allí no hay gaviotas. Hay preciosos y silenciosos ibis blancos. Ventajas de vivir en una ciudad tropical.

Mientras observaba cómodamente el conocido e icónico skyline de Downtown Miami al otro lado de Biscayne Bay, caí en la cuenta de que no había puesto protector solar. Brillante idea, melón. La próxima vez ven también sin gorra, y ya que te trasplanten el cerebro cuando explote.



Así que decidí volverme con la bicicleta al hotel, dando un agradable paseo bordeando la playa, y buscando la sombra de cada palmera que encontraba.

No parecía estar muy quemado, y la verdad, había sido una agradable mañana.
Pero había hambre. Y precisamente, pegadito a mi alojamiento, estaba uno de los restaurantes recomendados por la guía, Indomanía. Un restaurante indonesio que, además, estaba muy bien valorado en TripAdvisor.

Ducha, protector solar, y a comer.

La verdad, no pude haber elegido mejor. Un agradable camarero italiano me recibió, y me dejé aconsejar por él. La carne estaba deliciosa, y el arroz en su punto, pero la principal diferencia, la marcó el delicioso arroz negro dulce que me tomé de postre. Uno de los más exquisitos "desserts" que jamás he tomado. Y, a pesar de la casi obligación de dejar propina, el precio es sumamente razonable. Y eso teniendo en cuenta que Miami es de las ciudades más caras de USA. Resumen...Estados Unidos no es caro. Para nada. Y eso que el Euro no está en su momento más fuerte.



18 doláres por una comida en un buen restaurante con su postre y dos Coronas (no digáis Coronitas, que eso es una tontería que solo decimos los españoles) es más que razonable.

Precisamente, en el Indomanía, tuvo lugar una de las anécdotas que mejor recuerdo de mi estancia en Miami.

Había un chico colombiano comiendo cuando yo entré y posteriormente, un grupo de argentinas.
Todo el mundo hablaba en castellano, y se enviaban pullas amistosas relacionadas con el fútbol (James Rodríguez, Messi) de las cuales, también en perfecto castellano, participaba el camarero.

Todo el mundo hablaba en castellano en ese restaurante, excepto cuando se dirigían a mi. Yo, mientras hablaban de fútbol, y puesto que Messi ganaba en los votos a mejor jugador emitidos por los comensales, decidí poner cara de "panoli", cosa que, por otra parte, se me da muy bien.

El problema fue cuando la amigable discusión derivó hacia la mejor cerveza del mundo, indicando las argentinas (médicos por cierto) que la Quilmes era sin duda la mejor.

Ahí, me vi obligado a intervenir. "Me van a disculpar, señoras, caballero, pero como Estrella Galicia, pocas. Y desde luego, no la Quilmes".

La cara de sorpresa de las doctoras al verme manejar el idioma de Cervantes no tiene precio, pues poco antes habían estado hablando de lo mal que está nuestro país por culpa de Rajoy (de cerveza ni idea, pero de política, parece que si).

El "gallego", y en este caso, gallego de verdad, se incluyó en la conversación desde entonces, y disfrutamos todos de una agradable sobremesa en castellano a muchos kilómetros de Córdoba, A Coruña y Bogotá, pues este era el lugar de nacimiento del periodista colombiano que aún estaba en el local.

Después, y bien embadurnado de crema para el sol, me dirigí a la playa, pero no a la parte cercana a mi hotel, sino a la zona más sur, paralela a Ocean Drive, que es donde se encuentran las famosas casetas de vigilantes de la playa pintadas de colores.



En esta parte de la playa, también "prohíben" la entrada  a los feos y feas, por lo que pude observar. Vaya desfile de cuerpazos. Yo casi me quedo sin aire de meter la barriga pa'dentro y con joroba de intentar marcar los músculos de los brazos y hombros.
No tengo claro si di el pego.

Tras leer un rato, bañarme en un agua calentita como un caldo gallego y sacarme unos cuantos selfies ridículos, tocaba volver al hotel, pues llegaba la hora de mi primera gran cita en tierras americanas.
Un partido de la NBA, Miami Heat-Atlanta Hawks, en el espectacular American Airlines Arena.

Cuando llegaba al hotel a cambiarme, temí que Sauron hubiese trasladado su torre oscura de Mordor a South Beach, porque en cuestión de segundos, el cielo se cubrió de negro y cayó un chaparrón de dimensiones bíblicas. Sirvió para refrescar, diréis. No, sirvió para mojarse un poco y seguir muriendo de calor, pero mojado.

Eso sí, 5 minutos después, la lluvia paró, aunque el sol no volvió a verse hasta el día siguiente, y los relámpagos seguían muy visibles, especialmente en cuanto la noche empezó a caer.

Tomé el bus camino del American Airlines Arena (en Downtown, pero pegado al mar, y en un emplazamiento inmejorable) y tuve la suerte de que me salió gratis. La máquina de introducir los billetes no funcionaba, así que el hijo afroamericano de Carlos Sainz, me dijo que no pagase, y acto seguido empezó a tomar las curvas como si Luis Moya se las fuese cantando.

Con el temor de otro chaparrón, disfruté del paseo por Downtown desde la parada hasta el AAA.

Los rascacielos son impresionantes, e iluminados tienen una magia especial. Pero yo, sobre todo, quería llegar a tiempo al partido.



El baloncesto no es mi deporte favorito, y estos dos equipos tampoco me decían nada, pero el espectáculo prometía, y la verdad es que estrellas como Wade, Bosh, Whiteside, Millsap o Horford, garantizaban buenos minutos de juego.

Antes de entrar, primera curiosidad. Por los altavoces, en castellano y en inglés, se recuerda al público asistente que no se pueden introducir ni bebidas, ni comida, ni mochilas ni armas de fuego. Que mejor, las dejes en el coche. Llama la atención, pero se agradece saber que la gente no va a pasar con botellas de agua...;)



Y una vez dentro, lo pasé como un enano. El pabellón es espectacular, como una pequeña ciudad, la gente, incluso aficionados de los Hawks en permanente buen rollo y, además, me hice un poquito de los Heat...que finalmente perdieron (como no) y disfruté con el ídolo de la afición, Andersen, que en los pocos minutos que estuvo en cancha, hizo subir el nivel de decibelios del AAA hasta límites insospechados.
En el descanso, tocó comprarse la camiseta de "The Bird", apodo del rubio, barbudo y carismático pivot.

Por supuesto, no faltó la ración de himno americano ni las cheerleaders. Y realmente, en montar el show, no hay nadie como los estadounidenses.
Unas alitas de pollo y una cervecita, completaron el dibujo "typical American".



Al salir del partido, hasta triste por la derrota de un equipo que ni me iba ni me venía, me dirigí a una de las frikadas que tenía anotadas para hacer en mi viaje. Aviso a las feministas. No me crucifiquéis.
Visitar el Hooters de Bayside, a pocos metros del pabellón, y sacarme unas fotos con las chicas tal y como le había prometido a un buen amigo.

Para quién no lo sepa, el Hooters es un "sports bar" típicamente americano, con 20 pantallas enormes de televisión, retransmitiendo football, baloncesto, "soccer" y hasta petanca si hace falta. Comida rápida y cervezas. Todo normal...excepto que las camareras, tienen un uniforme muy peculiar, más bien escaso de tela, y suelen ser chicas explosivas. Para muchas, es una especie de rampa de salida hacia trabajos en el mundo de la moda.

Ahora veo que lo más difícil de mi viaje fue pedirles fotos a las chicas sin parecer un salido. No lo conseguí, a pesar de la excusa de que es para un amigo. Supongo que eso, como mucho, hizo que me considerasen como un salido pardillo.



Al margen de las chicas, que trabajan extraordinariamente bien (y así se llevan las propinas que se llevan), el local es genial, y si pides unos nachos como entrante, te traen una fuente enorme repleta de ellos...que ni yo me pude terminar.
Con hambre no vas a salir. Y si te gustan los deportes, este es tu sitio.
También fue grato comprobar que entre los clientes había un gran número de mujeres, lo que me hacía sentir un poco menos "cerdito".

Tras soltarle una buena propina a Lena, mi camarera, que me rellenó 3 veces el vaso de Corona, me volví al hotel en autobús.
Antes de subir al mismo, un indigente joven y muy educado, me pidió algo de dinero, y yo le dije. "No soy de aquí, y tengo el dinero justo para el bus" A lo que el me contestó. "Yo tampoco soy de aquí, man. Yo soy de Virginia".
Mas o menos igual que yo, si.

Sin más incidencias, me subí al autocar.
Ah, por cierto. En los buses no devuelven cambio. 2.50, importe exacto. Y si metes 5 dólares, te quedas sin vuelta.
Eso si, siempre puedes contar con un conductor enrollado, que tras meter tu billete de 5, le dice al siguiente pasajero que te de los 2.50, y hala, listo.
En serio. Solo me encontré gente maja en los 11 días que duró el viaje.



Y tras tan largo día, vistazo al Facebook, un rato de lectura y a dormir.

P.D. Y si, si que me había quemado por la mañana, jajajaja.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL VIAJE DE MI VIDA. El porqué de elegir Florida, los preparativos y el viaje de ida.

Hola amigos!!

¡¡Aquí estoy de nuevo!! No me había olvidado de vosotros, pero compromisos laborales complicados, asi como una época difícil de estudios, me han tenido entretenido.

Bueno, y para que mentir...también estuve de vacaciones, jajaja.
Y vaya vacaciones... En los próximos días, os voy a desgranar las experiencias increíbles, curiosas, divertidas que me ocurrieron al otro lado del charco.

Porque si amigos, ¡¡el enfermero cultureta, por fin cruzó el charco!! ¿Destino? Florida.



La Florida que descubrió Ponce de León y hogar ancestral de los indios semínolas.
La Florida salvaje de los Everglades y el pijerío de South Beach.
Un estado que a veces es muy poco Estados Unidos, y otras veces, es Estados Unidos mismo.
Un viaje irrepetible que estaría encantado de repetir.

La historia de como acabé allí empezó hace mucho tiempo. Quizás en el 2000, cuando me compré el Madden. ¿el Madden? ¿Qué es eso? ¿en el 2000? ¿En serio?



Vale, vale. Tranquilos. Ahora os lo explico.
El Madden, es el videojuego de fútbol americano más famoso y vendido de la historia, y de esto que me dio la "pedrada" de comprármelo sin tener ni idea de fútbol americano.

Pero el juego era adictivo y, a base de jugar, me aprendí las normas, y resultó que el football se convirtió en mi deporte favorito junto al fútbol de toda la vida. Y resultó también que había un equipo que tenía un logo muy chulo...que era de una ciudad con nombre de producto íntimo femenino, y cuyos jugadores tenían muy buena media (y que hoy son mis ídolos) y era muy fácil jugar con ellos.



Este equipo eran los Tampa Bay Buccaneers, y llevo 15 años como fan, disfrutando en esos primeros años (incluso ganaron la Superbowl en 2003) y sufriendo en el resto.

Y en aquel momento, cuando empecé a seguirlos en las retransmisiones del Plus, me prometí a mi mismo que los vería en directo en la ciudad de Tampa, en el Raymond James Stadium, y que oiría las detonaciones de los "cañones" del icónico barco pirata de uno de los mejores estadios de la NFL, y que retumban cada vez que el equipo anota un touchdown.



Es cierto que antes de este viaje, y aprovechando las International Series, vi a mis Buccaneers caer apalizados dos veces en Londres...pero no era lo mismo. Wembley es un estadio increíble, pero no era Tampa. No era Florida. Me faltaba algo. Era como la leche sin lactosa, o como ir a un rodicio y comerte la ensalada. Estaba bien...pero no era la experiencia completa.

Asi que, en el año 2012, me puse a pensar en serio como llevar a cabo mi objetivo. Obviamente, no iba a pasarme 10 horas de avión y 3 más de coche para ver un partido y volverme. Así que empecé a investigar que cosas podría haber en Florida interesantes para complementar "el capricho" del partido.

Miami, ciudad de vacaciones (si, Marina D'or en grande) y el parque nacional de los Everglades ya me llamaban la atención...pero hete aquí que descubrí otras atracciones imprescindibles para un cultureta, como el Dali Museum de St. Petersburg (a 20 minutos de Tampa), varias construcciones impresionantes, como la Overseas Highway que une los cayos de Florida, o el espectacular Sunshine Skyway Bridge, un enorme y precioso puente que atraviesa la bahía de Tampa.

Empezaba a pintar mejor Florida. Sonaba a algo más que playa y sol. Aunque unas playas como las de Florida y un clima tan benigno como el del "Sunshine State" eran otros alicientes para recorrerme 1/3 de mundo, no os voy a mentir.



Y tras tres años trabajando y ahorrando, este mes de Abril me tiré al monte, me compré la guía de Florida de Lonely Planet (siempre recomiendo las guías de Lonely Planet, aunque no son baratas) y empecé a mirar el calendario de los Buccaneers para ver que día podía ser el mejor para verlos en casa, y montarme el resto del viaje alrededor de ello.
Mi contrato acababa en el mes de octubre, con lo que el mes tenía que ser Noviembre. Y es que la NFL se disputa en otoño e inicios del Invierno (me alegro de ser fan de un equipo de Florida. Me imagino viendo a los Packers en Wisconsin o a los Vikings en Minnesota...)

Y pronto marqué la fecha en rojo en mi calendario. 8 de Noviembre. Tampa Bay recibía a los Giants de New York.

Asi que a primeros de junio, buceaba por internet y cogía el vuelo y reservaba los hoteles. Del 2 de Noviembre, al 13. 11 días...aunque a casa llegaría ya el día 14.

Reservé con Air Europa. No puedo decir que quedase descontento, y la diferencia de precio (especialmente con la antelación que los cogí yo) era realmente importante. Repetiría con esta compañía sin dudarlo.

También contraté un seguro de viaje (los hay muy asequibles y con gran cantidad de coberturas) y un coche de alquiler. Pues si. Con dos huevos. A conducir por las circunvalaciones de 80 carriles que vemos en las películas. Pero de la conducción, hablaré más abajo y otros días.

¿Los hoteles? A distancia razonable del centro, y de precio asequible...que al final (esta frase nunca se la habéis oído a nadie) solo los quería para dormir.

De los hoteles hablaré en su momento, pero antes de pasar a relatar el viaje contestaré a la otra duda que acecha vuestras mentes...especialmente si me conocéis desde hace tiempo. ¿Este "pringao" se fue solo a Florida? ¿El mismo que le tiene fobia a llamar por teléfono o a preguntar en las tiendas?

Pues si. Me fui solo.
Este viaje no solo era un viaje turístico. Era un reto personal. Una "autodemostración" de madurez y de que cualquiera puede hacerlo. Era un viaje para ver cosas, pero sobretodo, para encontrarme a mi mismo.
Y teniendo en cuenta que ese era el objetivo principal...podemos decir que el viaje fue un éxito.
Asi que ya podéis parar de preguntar si fui solo y mirarme como miraríais a Batman. ¡Que no me fui a Siria o a Sudán!

Bueno, las chicas podéis seguir mirándome como miraríais a Christian Bale, no hay fallo.

Pero sigo. Tras el verano más largo de todos los tiempos, y el más largo Octubre aún, por fin llegó el 2 de Noviembre.

A las 12.15 de la mañana salía mi vuelo hacia Madrid, donde, a las 15 horas, cogería el enlace que me llevaría a Miami.

A las 9, para no variar, aún estaba haciendo la maleta. Con sus tres revisiones pertinentes para comprobar si tenía todo.

Al final, si tienes una tarjeta, dinero y el pasaporte...lo demás sobra. Esas son las únicas cosas imprescindibles.
¿Ropa para ir al sur de Florida incluso en Noviembre? Bañadores, pantalones cortos, camisetas, camisas coloridas, chanclas, protector solar, gorra o sombrero y zapatillas de deporte. Lo demás sobra. En serio. Sobra.
Ah, y gafas de sol. Si, esas que me olvidé, y por lo cual me pasé 11 días con cara de estreñimiento.

Bueno, también recordaros que antes de cualquier viaje a USA, tenéis que rellenar la solicitud de entrada al país, conocida como ESTA. Y recordad que debéis imprimirla y llevarla encima durante la entrada al país, porque os la van a pedir bastantes veces.

Mostrador de facturación. Primera petición de la ESTA, comprobación de pasaporte, maleta, equipaje de mano. Todo en orden. Al ser todo en Air Europa, la maleta, va directa a Miami.

Una preocupación menos para la escala.

Me subo al avión, con las consabidas lágrimas de mi madre y la mirada compungida de mi padre en la memoria (esto todo es muy teatral, pero en realidad, mi madre estaba trabajando, y mi padre me dijo...mira, te dejo aquí, que así no tengo que meter el coche en el parking)



Bueno, eso, que me subo al avión...y compruebo que es una avioneta. Muy pequeño. Acojone total. No le tengo miedo a volar, pero tampoco es mi pasatiempo favorito, y tengo una teoría muy solidaria. Cuanta más gente vaya en el avión, más gente se jode si se estrella, con lo cual, me da menos rabia pensar en palmar.
Pero claro, en ese avión tan pequeñito que ni siquiera iba lleno,  me sentía terriblemente inseguro y lamentando la mala suerte que tendríamos unos pocos cuando nos estrellásemos.

Finalmente, en un día precioso y soleado, sin una pizca de viento, mis edificantes pensamientos se equivocaron, y llegamos sin novedad a Madrid.
El gordo que se sentaba a mi lado, no puede decir lo mismo. El 90% de su coca cola se le derramó por el pantalón. Es lo que pasa cuando no entras en el asiento, y además, abres la bandeja, pides una coca cola e intentas leer el periódico al mismo tiempo.

En Madrid, un muy amable agente de seguridad, nos cogió los billetes y las ESTAS a todos los pasajeros del vuelo a Miami y nos hicieron un nuevo control de seguridad donde solo les faltó tocarme el "paquete". Bueno, para que voy a mentir. Si que me lo tocaron. Con mucho tacto eso si, jajajaja.
Y eso que ya estábamos dentro de la zona "segura". Primera muestra de la obsesión de los estadounidenses por la seguridad.

El vuelo salió con retraso, lo que me permitió comerme un grasiento pepito con queso y una coca cola a precio de caviar Beluga y Moet Chandon.



Pensamiento número 1: ¿La gente que trabaja en el aeropuerto de Madrid, especialmente los que atienden la zona de vuelos internacionales, no deberían de tener alguna noción básica de inglés? ¿Al menos los números y poder traducir el menú del local en el que atiendes?

Pensamiento número 2: ¿La comida y bebida de los aeropuertos tiene que ser 400 veces más cara que la de fuera? Si queréis ir a un restaurante exclusivo, olvidaos de El Bulli o el Diverxoo.
La cafetería del aeropuerto os puede arruinar en 10 minutos. Ahí si que no puede ir cualquiera.

Venga, toca la cola para embarcar. Y ahí descubres que los americanos y los españoles, somos igual de gilipollas. Ya pueden decir que primero van a embarcar los de las filas 30 a la 15, que se levanta todo Dios, como si subirse al avión fuese el juego de las sillas. Embarqué el último. Ningún problema. Sobreviví. Aunque no lo creáis.



Alegría. Este avión si que es grande y está lleno de gente.
Disgusto. En los asientos de un vuelo transatlántico, tampoco me caben las piernas.
Bueno, espera. Parece que si echo el asiento para atrás, si que quepo. Pero...pero...¿por qué no funciona? Vistazo hacia atrás...y compruebo que Peter Griffin se sienta detrás de mi.
Imposible mover el asiento ni un milímetro. Genial. Me quedan 9 horas y media tieso como una vela, viendo películas taquilleras y explicándole al matrimonio de Valencia que tengo al lado como funcionan todos los artilugios tecnológicos, como se rellena la declaración de bienes, como se abre el paquete de mantequilla...y hasta donde está el servicio. Eso si, para rellenar la declaración, consigo que me dejen un bolígrafo a regañadientes. No tengo claro si nuestra relación fue simbiótica o parasitaria.
Bueno, cuando casi consigo dormirme, la señora aprovecha para poner en práctica que entendió donde estaba el servicio, y me despierta.
Conclusión: totalmente parasitaria.

La azafata de Valladolid pasa una vez. Me habla en inglés y le contesto en castellano. Pasa otra vez y me pregunta si prefiero Orange Juice, Pineapple juice or Coke, le digo que coca cola, gracias.
Vuelve una tercera vez y a la pregunta de si "chicken or paella" (pronunciado paiela, como no), le digo que pollo.
Y ya cuando viene una última vez, me rindo y le digo, "coffee with milk, please".
Me lo pone, y me dice, "aquí tiene caballero". 😒

9 horas y media después, tras tragarme Fast and Furious 7, Niño 44, La Comunidad del Anillo y los ronquidos del señor de Valencia y de Peter Griffin, llegamos a Miami.
19.30 hora local. 90º Fahrenheit. O sea, 30º centígrados.

Que aeropuerto más cutre y viejo. Primera pregunta. ¿Estaré en Miami o en La Habana? Solo oigo hablar español con acento cubano. Bueno, en realidad, no me coge de sorpresa.

Recogemos la maleta (oh, maleta, mi maleta!!) sin mayores incidencias y me dirijo al control de pasaportes.

Lo pongo en el maquinillo...y hala, no funciona. Acceso denegado. Magnífico. Luego leo la letra pequeña, y si nunca antes has estado en los USA, no puedes hacerlo automático y tienes que pasar una "entrevista personal" con una agente de inmigración que te hace desear no haber nacido.

La agente Rodríguez haciendo preguntas sobre inmigración. Irónico, ¿verdad?
El caso es que, como no tengo nada que ocultar, son 5 minutos, comprobando pasaporte, ESTA y que tienes vuelo de vuelta. A que lugares tengo pensado ir, y poco más.
Acojona más la mirada que te echa la tía, que las preguntas. Realmente, ningún problema.
Atravieso la puerta, y el agente Salas me dice "Welcome back". ¿En serio tengo tanta cara de gringo?

Toca guiarse por las siempre laberínticas indicaciones de los aeropuertos (en Miami, hay más indicaciones en castellano que en inglés, así que los que no dominéis el idioma de Hemingway, no tenéis nada que temer).

Cojo el metro gratuito con destino a la zona de alquiler de coches, y me dirijo a la agencia Álamo, que es con la que contraté. Hay un edificio del tamaño de un estadio de fútbol, solo para el alquiler de coches.
La verdad, es que me tentó alquilar un Mustang (muy asequible) pero el precio del seguro y que había otras cosas en las que prefería gastarme el dinero, me hicieron decantarme por la opción más económica. Un Kia pequeñito.
Llega mi turno tras una pequeña cola ante 8 mostradores. En 7 de ellos hay mujeres latinas, en el séptimo, un tipo pelirrojo y de ojos azules. El empleado encargado de la cola me dice, en perfecto inglés, que ya que soy español y el chico ese habla español, que vaya con el.
Con mi nivel de inglés, no necesito que hable español, pienso. Pero no estoy muy seguro de que sea esa precisamente la persona que mejor habla español de todos los que están aquí trabajando.

En efecto. Su español es, aproximadamente, como mi francés. Cuatro palabras, y mal pronunciadas. Unos cuantos chistes picantes en referencia a las pocas chicas que voy a poder meter en el Kia, y nada más.
Me empeño en hablar en inglés, porque nada me jode más que no entenderme con alguien por estar usando el idioma equivocado. Pero el chaval se toma muy en serio su gran nivel de castellano (aquí, en el CV, pondríamos español nivel medio) y la conversación se hace muy difícil.
Pensad en una conversación para alquilar un coche, seguros, gasolina y peajes en castellano con el senegalés que intenta venderos las pelis del top manta. Pues más o menos.

Al final, me da el GPS, entiendo que me lo pone en castellano, creo que entiendo que todos los peajes me costarán hasta un máximo de 3 dólares al día, e intuyo que tengo que coger el coche en la planta menos dos.

Concordamos en que todo lo demás está ya pagado. No me queda muy claro lo de si tengo que llenar el depósito al entregarlo, porque me dice dos cosas distintas según el idioma. Decido llenarlo justo antes de devolverlo, para terminar aquella conversación de besugos (besHugos en este caso), y me voy a por el coche.

La empleada de abajo, dominicana, tras una bonita anécdota que le aconteció en el metro de Madrid cuando vivió allí, y que podría ser considerada de dos rombos, me dice que no quedan Kias, asi que puedo coger un precioso Chevy Malibú blanco. ¡¡¡Un Malibú!!! ¡¡¡Que mítico!!! Vale que no es igual que el de las películas, pero sigue siendo un Chevy Malibú.



Me subo, coloco el asiento, el volante...y me quedo mirando a la palanca. Mierda, es verdad. Son automáticos.
Tras media hora dentro del coche, con la maleta en el asiento trasero porque no se como se abre el maletero, y ajustando el aire acondicionado (que calor y que manera de sudar), e intentando averiguar como coño funciona un automático, salgo de la plaza de aparcamiento.

Al señor que registra mi salida, le pregunto para que son todas las letras de la palanca.
Tiene sentido. P (de park, aparcar), R (rear, marcha atrás), S (stop), D (drive, conducir) y M (manual).
Nada, de momento, drive y "palante", que cambiar con un secuencial y sin embrague por una ciudad que no conozco y siendo noche cerrada, me parece mala idea.

Pongo la dirección del hotel en el GPS, donde una señora con un bello acento de Camagüey por lo menos, me habla en millas y pronuncia las calles en el inglés de Mariano Rajoy. Creo que ponerlo en inglés hubiese sido mejor, pero conduciendo, no va a poder ser.

"Gire a la derecha" me dice Celia Cruz, y yo, obediente, giro a la derecha. Todo muy despacito, porque eso del automático no lo domino mucho.

Lo siguiente que veo, tras ese "gire a la derecha, miamol" es una avenida de 4 carriles por la que estoy yendo en sentido contrario. Afortunadamente, son las 9 hora de Miami, y no hay nadie viniendo de frente. Aun así, acojone máximo. Piso el freno suavemente para cambiar de sentido, y el embrague a fondo para que no se cale el coche. Espera...¿embrague? esto no tiene embrague. Frenazo brusco. Consigo cambiar de sentido a pesar de temblar como un flan, y sigo sin más incidencias las indicaciones del GPS. Me fijo en una pequeña circunvalación a la derecha de la avenida, que es la que tenía que haber tomado yo, y veo que Celia Cruz no me deseaba mal alguno. Es solo que yo no estaba todo lo atento que debía...y la iluminación de ese camino de cabras era deficitaria.

Le pondré una reclamación al alcalde del condado de Miami-Dade.

Me relajo, coloco la pierna izquierda en posición de contorsionista para recordarme que EL EMBRAGUE NO SE TOCA, y empiezo a disfrutar de conducir mi Malibú por las grandes avenidas de Miami, plagadas de palmeras...y de cochazos.

Mi hotel está en South Beach, la zona más conocida de la ciudad (una ciudad aparte, de hecho) y en 20 minutos llego sin mayores incidencias.
Me bajo del coche, y aún siendo de noche, el calor me da una maravillosa bofetada. Estás en Miami, Huguito. ¿Quién te lo iba a decir a ti?



Mañana os hablaré del hotel y de mi primer día real en los Estados Unidos.

martes, 8 de septiembre de 2015

PENNY DREADFUL

Tras unos días de mucho trabajo enfermero (y poco tiempo para las culturetadas, aquí estamos de vuelta).


Y os traigo mi opinión sobre una de las mejores series que se pueden ver actualmente.
La verdad, es que tenemos la fortuna de estar viviendo un tiempo de maravillosas producciones televisivas, y si antes era complicado encontrar alguna que nos llenase, casi podríamos decir que hoy en día lo difícil es encontrar el tiempo para ver todas las series que merecen ser vistas.


Pero al lío, que ya conocéis mi legendaria facilidad para irme por las ramas. Hoy hablaremos de Penny Dreadful.



Penny Dreadful hace referencia al nombre que recibían las historias de terror (de ahí lo de dreadful) que se vendían en el Londres del siglo XIX y principios del XX por el módico precio de 1 penique (y de ahí lo de penny).


Eran escritos pequeños y sencillos y con historias no muy elaboradas, pero que explotaban los clichés del género de manera que entusiasmaban a los lectores. Vampiros, Hombres Lobo, Monstruos, lluvia, niebla, relojes que dan las 12 y todas esas cosas que, aún hoy, tras estar mas que trilladas, siguen haciendo que algo de miedo se remueva en nuestro interior.


Pues la serie parte de esta premisa. Desde el primer momento veremos como el misterio y lo sobrenatural invaden la pantalla del televisor y desde los lugares comunes que os comentaba antes y con la ayuda de un magnífico guión, una excelente dirección, y una interpretación espectacular, consiguen hacer de cada capítulo, algo inolvidable.


Vampiros, misterios egipcios, Frankenstein y sus creaciones, Dorian Gray, médiums, posesiones demoníacas, y muchas otras sorpresas conforman la extraña fauna de Penny Dreadful, pero la bizarra mezcla, como digo, resulta maravillosamente atractiva.



¿Y qué decir los actores?Hay superproducciones de Hollywood con actores menos conocidos y de menor nivel. Josh Hartnett está espectacular en su papel de americano atormentado, Timothy Dalton y su voz grave llenan la pantalla a la perfección, Rory Kinnear (difícilmente reconocible) infunde a la vez compasión y temor...y después está Eva Green.


Esta mujer no es de este mundo. Vaya actriz, vaya actuación poniéndose en la piel de un personaje que no es nada fácil, y vaya actractivo demoníaco desprende en cada capítulo. Quizá Eva Green sea la diferencia entre una buena serie y la maravilla que es Penny Dreadful.



La escena de la fiesta, tras la aparición de Madame Kali, es lo más erótico (sin mostrar nada) que haya podido ver nunca antes en una película o serie.


Como en cualquier buena historia de televisión, el hilo y el ritmo lo marcarán las relaciones entre los personajes, siempre a gran nivel (vuelvo a alabar el guión) y que no flojean por ningún lado.


Las sorpresas y los sustos están a la orden del día (no, no es Juego de Tronos, pero dichas sorpresas no siempre serán agradables). De hecho, aún derramo alguna lagrimilla recordando la primera intervención de Caliban (y hasta ahí puedo leer).


El primer capítulo comienza con la unión entre Hartnett (Ethan Chandler), Green (Vanessa Ives) y Dalton (Sir Malcom Murray) con el objetivo de encontrar a la desaparecida hija del último, Mina Murray (¿a alguien le recuerda a algo este nombre?).


Las pistas apuntan a seres que no son de este mundo.


Desde ese momento, y siempre con la búsqueda en mente, y la aparición de personajes nuevos y claves para la historia como la prostituta Brona Croft, el joven y obsesivo Viktor Frankenstein (magnífico Harry Treadaway) o el refinado Dorian Gray, iremos conociendo el pasado de los personajes que, en ocasiones, es más interesante y oscuro que el presente.



Mi capítulo favorito es, sin duda, aquel en el que por fin conocemos que relación existía en el pasado entre el explorador Malcom Murray y Vanessa Ives, y como ello está relacionado con Mina.
Lo comento precisamente para aclarar que los flashbacks de Penny Dreadful distan mucho de ser un relleno, sino que son de las piezas mas importantes que completan el puzzle.


Si no habéis comenzado a verla, creedme, esta serie os enganchará desde el primer momento, aunque quizá, si sois algo sensibles...os haga encender la luz del pasillo cuando vayáis a dormir.






P.D. No quería irme sin mencionar la estoica posición del criado de Sir Malcom, Zembene. Siempre callado, siempre hierático. Siempre con la espada a punto para ayudar a los protagonistas. De esos personajes secundarios a los que se les coge cariño si o si.


jueves, 13 de agosto de 2015

LA TRILOGÍA DE LA OSCURIDAD.

Hola amigos. 


Quizá no me hayáis oído nunca decir que soy fan de los vampiros, jajajaja.
Y claro, cuando me enteré de que Guillermo del Toro (junto a Chuck Hogan) iba a sacar una trilogía de libros de temática vampírica, mojé las bragas....ehmmm...perdón.
Me emocioné mucho quería decir, jajajaja.



Sabréis también que me encantan los vampiros clásicos, góticos y terroríficamente atractivos.
Así que cuando vi que estos vampiros se desviaban del arquetipo clásico, la sonrisa se me desvió a mi también un poco.
Estos vampiros surgían por una especie de virus y se parecían (se parecen de hecho) más a insectos, con una inteligencia colectiva tipo enjambre, y no tienen colmillos sino una especie de aguijón.
Vamos, que no me convencía mucho, pero mi querida madre me regaló el primer libro y decidí darle una oportunidad.






Y ahí descubrí que estaba siendo injusto. Esta serie de libros (Nocturna, Oscura y Eterna) está ya por méritos propios en mi olimpo de literatura de terror.
La plaga que invade la ciudad de Nueva York tiene lo mejor de los vampiros clásicos (nocturnos, de origen ancestral, y que tienen preferencia por sus seres queridos), y le añade dosis muy adecuadas y originales de ciencia ficción moderna.


La historia comienza en un avión que aterriza en el JFK de la Gran Manzana y de pronto, deja de dar señales de vida. Silencio absoluto, máquinas apagadas y sin respuesta de la tripulación.
¿Un virus mortífero? ¿Un envenenamiento masivo? ¿Tendrá algo que ver la misteriosa caja de tierra procedente de Alemania?
Es ahí cuando el atormentado doctor Ephraim Goodweather y su compañera en el Centro de Control de Enfermedades, Nora Martínez, son llamados para investigar lo sucedido en el avión y evitar la propagación de la posible plaga.
Al mismo tiempo, el prestamista judío Abraham Setrakian reconoce los signos de una amenaza que creyó olvidada pero para la que nunca dejó de prepararse.
Ah, y el eclipse que está por llegar. Un eclipse total de sol que los agoreros anticipaban como el fin del mundo. Y quizá, esta vez, no estaban tan lejos de acertar.



Lo que sucede a partir de aquí no os lo voy a contar y tendréis que averiguarlo vosotros mismos...si es que no habéis visto aún la maravillosa adaptación televisiva de la FOX, "The Strain".


Ya va por su segunda temporada, y es, si no os apetece leer, muy recomendable.




- Por qué leerlo?


Porque es una obra imprescindible del terror moderno, los momentos de suspense son de lo mejorcito que he leído y las referencias a otras obras del género de terror constantes.
Lo disfrutaréis si sois fans del terror, de la ciencia ficción y de los giros argumentales inesperados.
Además, los protagonistas se van entrecruzando de manera brillante, y todos tienes bastantes aristas y lados oscuros.
Setrakian, Eph, Nora, Gus Elizalde y Vasili Fet son los poco usuales héroes de la trilogía. Y la incertidumbre de saber si sobrevivirán o no, os mantendrá en vilo durante las tres novelas. Yo, desde luego, no destriparé nada.




- Personaje favorito


A pesar del indudable carisma del viejo Setrakian, de las contradicciones del Doctor Goodweather y de la chulería de Gus, el personaje mas carismático es el extrerminador de plagas ucraniano Vasili Fet.
Es un personaje en la más completa acepción de la palabra. Sarcástico, irónico, avispado e ingenioso.
Un ídolo en el libro, y más aún en la serie. Excelente elección del actor Kevin Durand.




-Momento favorito


La trilogía, como no podía ser de otra manera, tiene múltiples momentos inolvidables, pero me quedaré con la transformación del siniestro cantante Gabriel Bolívar. Los cambios que se van produciendo en él desde que es infectado, son varios de los momentos más surrealistas de cualquier libro que haya leído (y en la serie también se plasma con mucho acierto).
Además, la resurrección de los vampiros analizados en el depósito de cadáveres (un clásico de cualquier temática de terror) me encanta, como no podía ser de otra manera.



- Momento más flojo


Un cineasta como Del Toro sabe mantener la atención en todo momento y eso se plasma a la perfección en estas novelas.
Incluso consigue que los "flashbacks" de Setrakian en el campo de concentración nazi no solo no sean momentos de relleno, sino que se conviertan en algunos de los puntos más álgidos de los libros.


- Si te gustan estos libros te gustará:


Aquí, aún a riesgo de repetirme, volveré a mencionar los libros de temática vampírica, de los que bebe (nunca mejor dicho) la trilogía con continuas referencias (Drácula, Carmilla o El misterio de Salem's Lot) y también otros de estilo apocalíptico como Cell de Stephen King o World War Z.
Asimismo, como ya decía más arriba, la serie de TV os encantará, leáis o no el libro.




Queridos lectores, esta trilogía de la Oscuridad supuso una grata sorpresa para mi y la prueba de que innovar en el género vampírico no implica necesariamente meterlos con calzador en historias de amor, o en luchas contra hombres lobo. Y no miro a ninguna saga que tenga nombres parecidos a esta, jajaja.
Vale que los vampiros no sufren ante las estacas o las cruces. Vale que se reflejan en los espejos (aunque de manera peculiar). Vale que no tienen colmillos.
Pero aún así, reconocemos a nuestro ancestral archienemigo en cada insecto surgido de la nueva plaga. Reconocemos nuestro lado oscuro en cada aguijonazo.
Y vemos, nuevamente, como el amor y el trabajo en equipo serán las claves para desterrar al mal una vez más.
Como en todos nuestros libros favoritos.