martes, 26 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. De Tampa a Everglades City.

Tras un sueño reparador, me despierto con la primera luz del día, constante que se repitió durante toda mi estancia en Florida, y tras una última y "desesperada" comprobación, doy por perdido el teléfono. La duda es...¿tendré que comprar otro?. Bueno, es un gasto que preferiría no tener que realizar, la verdad. Pero bueno, también preferiría poder seguir comunicado con el mundo exterior, y sobre todo, seguir contando con cámara de fotos. Y el ipad, que también me llevé al viaje, me parecía un poco engorroso.

Fuese como fuese, tocaba salir de cama, disfrutar de un último y copioso desayuno en Tampa y volver al centro comercial, que a este paso, iba a tener dominado. Todo ello, lo antes posible, pues me quedaban, mínimo, 3 horitas de autopista para llegar a Everglades City, otra de las entradas al maravilloso paraje natural del que os hablé hace unos días.
Desayuno, maleteo, check out sin mayores incidencias. Y de vuelta al Malibú, y a la carretera.



Como aún era temprano, decidí dar un poco de rodeo, y apuntarme los Busch Gardens (el parque de atracciones al lado del hotel) para una posible próxima visita. Mucho más barato, y casi tan "exciting" como Disneyworld, aunque sin la magia propia de éste, decía en mi inefable guía. Y la verdad, las montañas rusas tienen una pinta estupenda.

Pero no era momento de atracciones. Así que me dirigí al centro comercial, pasando una última vez junto a mi querido Raymond James Stadium (nos volveremos a ver, pensé).



Aún no son las 10, así que una buena cantidad de adoradores y freaks de la obra de Steve Jobs, esperan en la puerta de la tienda Apple como zombies en película de George Romero. Yo entre ellos, claro.

Un gordito pelirrojo muy simpático, sale de la tienda minutos antes de abrir para establecer el orden de prioridad para las consultas de soporte técnico y garantía, y en ese momento, hago gala de mi pasado como defensa central y como jugador de fútbol americano para ocupar uno de los primeros puestos.

Me toman nota, y a esperar.

A las 10.00, comienza a abrirse la verja...y los 40 o 50 trabajadores de la tienda, perfectamente uniformados de gris, empiezan a aplaudirnos como si no hubiera mañana. "Sa jodío" que aplauden. Con la pasta que nos vamos a gastar, como para abuchearnos.

Bueno, me atiende Chris Tucker con rastas, y he de decir que es, probablemente, la persona más amable que jamás me haya atendido en una tienda, restaurante, centro sanitario, cafetería, papelería...Da igual. Si le digo que me regale un Ipad y la funda, yo creo que me lo regala.

Tras estudiar el caso, y comprobar que el dìa anterior había ido por lo mismo, finalmente se quedan con mi teléfono, y me dan uno completamente revisado. Y se que no es nuevo porque no va en la caja sellada, porque por lo demás, lo parece. Me comenta Chris "Rastafari" Tucker que en determinados iPhone 6 Plus, acontecía ese problema de no reacción de la pantalla, asi que, al estar en garantía, tengo derecho a la reparación exprés. Y como soy turista, y me voy al sur de Florida, directamente me dan uno reparado. Hoy día me pregunto en manos de quién estará mi viejo móvil.

El caso es que me voy contento como unas castañuelas. Ahora si funcionará el teléfono. Y a pesar de haber perdido algunos datos de los que no pude hacer copia de seguridad, lo principal sigue intacto.

Cojo el coche, y mientras le pido las indicaciones para ir a mi desitino, le comento a Celia Cruz que haría buena pareja con Chris Tucker. Ella sólo me dice que gire a la derecha. Está muy sosa la tía, y eso que ya hace una semana que nos conocemos.



Conduzco tranquilamente y relajado, atravesando nuevamente el espectacular Sunshine Skyway Bridge y me incorporo a la Interestatal 75, pero ahora en dirección sur. Al ser lunes a media mañana, el tráfico es mucho menor que el viernes en hora punta, y puedo disfrutar mucho más. Aún así, los camiones que me adelantan por derecha e izquierda, me siguen poniendo los pelos como escarpias.

3 horas más tarde, sobre las 2 pm, llego a Everglades City. City? en serio? mil habitantes da como mucho para Everglades Town, o Glades Village o algo así.

Pero que preciosidad de lugar. Palmeras, árboles tropicales, casas típicas americanas, un bonito puerto deportivo (agua dulce navegable hasta Marco Island y al parque de las 10.000 islas, un idílico entorno marino muy popular), un ayuntamiento precioso, y también, la población más grande en la zona de los Everglades. El último reducto de la civilización, vaya.



Tras hacer el check in en el espectacular Ivey House (no es barato, pero me interesaba por las interesantes excursiones que ofrece por la zona), y ver que hay hoteles de cinco estrellas que no tienen tantas comodidades, busco un lugar donde comer.



No es fácil en un pueblo tan pequeño, pero en uno de los bares locales, me permiten comer al mismo tiempo que los empleados, aunque ya estaban a punto de cerrar. Repito, serán lo que sean, pero la hospitalidad de los americanos, me ha dejado realmente sorprendido para bien.



El caso, es que, estando en los Everglades, era obligatorio pedirme una hamburguesa de caimán. Y que rica. Quién dice que sabe a pollo, o miente, o nunca ha comido pollo. Yo más bien diría que tiene un toque a pescado, pero con la textura de la carne. El caso es que está deliciosa.



Vuelvo al hotel, y me tumbo en una de sus dos enormes camas (mi habitación da a la piscina interior) mientras comunico a mis seres queridos en España que todo va bien, antes de que sea demasiado tarde en la península.

Y de pronto, descubro la pega de Everglades City. Todas las ventanas y todas las puertas son dobles, además de tener mosquitera. Los mosquitos aquí, en la estación húmeda (que aún está terminando) son del tamaño de portaaviones, y pueden resultar realmente molestos. De ahí que cuenten con esa maravillosa piscina interior. Aquí sería una locura ponerla exterior.



Me duermo una pequeña siesta aprovechando el fresquito de la habitación (en el exterior, como siempre, el calor es abrasador, aunque algo menos que en Tampa) y cuando me despierto, está llegando el atardecer.



Pocos atardeceres tan bonitos he vivido como el de aquel lunes de noviembre, paseando por las calles de Everglades City, con las casas y el ayuntamiento cambiando poco a poco de color, variando entre tonos amarillos y anaranjados, y el avistamiento (lejano, todo hay que decirlo) de mi primer caimán (hamburguesa al margen), en un lago y con el sol poniéndose de fondo.



Pierdo la noción del tiempo observando ese lago, y alcanzo un estado de absoluta relajación. Los días anteriores habían sido algo estresantes (si es que con el maravilloso viaje que me estaba pegando, se podía hablar de estrés), con tanta conducción, ciudades magníficas, pero ciudades al fin y al cabo, horarios que cumplir y un teléfono estropeado.



Por fin no tenía prisa para nada. La excursión en kayak por los Everglades, que reservé nada más llegar al Ivey House, estaba programada para el día siguiente, con lo que ese atardecer lo tenía solo para mi.
Maravillado por los contrastes de la cada vez más escasa luz, y la tranquilidad con la que el caimán patrullaba sus territorios, aproveché para hacer balance de un año difícil pero que tanto me había aportado, y de un viaje que ya había pasado su ecuador, pero que estaba resultando mejor de lo imaginado.



Con la noche cerrada, volví al hotel con la linterna del móvil puesta, no fuese a pisar una serpiente o un gecko.



Serpientes no vi (quizá ellas a mi si), pero geckos trepando por las paredes, los que queráis.
Cogí el Malibú y conduje hasta el restaurante que recomendaba la guía, para tomar una típica cena sureña. El Oyster House.



En su primer fallo, Celia me lleva conduciendo hasta la residencial y paradisíaca isla de Chokoloskee, a un par de millas de Everglades City, pero el restaurante está a medio camino entre ambas, así que deshago el camino andado y en 5 minutos, llegaba al lugar de mi cena

Cuando pensáis en el típico restaurante/bar del sur de USA, de madera, con parafernalia deportiva y animales disecados en las paredes, máquina para elegir la música y camareras sureñas con acento de paletas, pero tremendamente eficientes y serviciales, estáis pensando en el Oyster House, solo que aún no lo sabíais. De nada.



Me pido una cerveza Samuel Adams (muy recomendable), y un plato de ancas de rana (insípidas por completo) gambas picantes (ríquisimas), patatas fritas dulces (plato típico cajún) y coliflor (si, lo sé. No suena apetitoso. Pero es lo típico, y pega muy bien con el resto del plato. Si, disfruté la coliflor. Se que no tengo perdón, pero así fue.



Tras tomarme un helado de piña de postre, tocaba marcharse de tan típico lugar, y refrescarme en la estupenda piscina que os comentaba antes.



Allí me pasé una hora chapoteando (lo sé, tampoco hice la digestión. Vivo al límite), y me metí en la cama para ver desde allí el Monday Night Football.
Me costó dormir, porque al día siguiente...tocaba hacer kayak por los Everglades, y, esperaba, ver de cerca por fin a los "Gators". ¡¡Que nervios!!

martes, 19 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Día 2 en Tampa.

8 de Noviembre. Día D. El día del partido de los Buccaneers en el Raymond James Stadium. Jujujuju. Que nervios!! Que ilusión!! Que alegría!!!



Suena el despertador...y no lo puedo apagar. Está tonto el iPhone. Bueno, no tiene importancia. Ahora lo miro. Coño...el puñetero teléfono arde. Y la pantalla no responde en general. No fue cosa puntual del despertador. Mucho calor en Florida para un Apple gallego (ou sexa, unha mazá, jajajaja).

Bueno, lo apago un rato, que seguro que no hay problema. Me ducho, me visto con mi ropa de la NFL, y enciendo el teléfono. Funciona perfectamente. Menudo alivio. Me bajo a desayunar...y vuelve a fallar. Solo funcionan los botones, pero no la pantalla. Y coge un calor preocupante en tres minutos. Las tortitas ya no me saben igual que ayer. Es más, no recuerdo ni que narices desayuné ese día. Menos que el día anterior seguro. Por salud, claro. Y por el agobio.

El "teléfono-de-los huevos" (pronúnciese así, todo junto), es mi vía de comunicación con el mundo, mi cámara de fotos, mi entretenimiento en los momentos de soledad, y, aunque eso sería a mi vuelta, una herramienta fundamental para mi trabajo (los enfermeros eventuales como yo, sabéis de lo que hablo).

Los pequeños momentos de respiro los aprovecho para comentarlo con mi consejer@ espiritual. Como siempre, me tranquiliza y aporta el lado razonable al asunto. ¿Qué se puede hacer? ¿Hacia donde enfocar mis esfuerzos? Gracias mil. Una vez más.

¿Resultado? Tranquilidad lo primero, que no se acaba el mundo. Lo segundo, buscar una tienda de Apple, que en Tampa (o en USA en general) no debería ser muy difícil. En el peor de los casos, comprar un iPhone nuevo me saldría más barato que en España. Y seguro que lo que le pasa a mi móvil tiene una explicación sencilla y es fácil de arreglar.

Con dificultades, porque el teléfono sigue haciendo el indio, localizo una tienda Apple en un centro comercial muy próximo al estadio de los Buccaneers. Normalmente critico las compras en los días festivos, pero sinceramente, ese día olvidé mis principios y me hizo muy feliz comprobar que en USA, todos los domingos abren las tiendas.

Tras unos 15 minutos de conducción, paso junto al estadio, observando que a esas horas (11 de la mañana), ya hay colas para entrar a los parkings....siendo el partido a las 4.15 de la tarde.
Bueno, no es mi problema, pienso, porque en el Raymond James, solo aparcan en las zonas oficiales los poseedores del pase de temporada. Yo, una vez solucionado el asunto del teléfono, tendré que buscarme la vida para dejar el Malibú.

1 milla y media más adelante, está el impresionante International Plaza and Bay Street, un enorme centro comercial (más grande aún que el Dolphin Mall de Miami), donde, en algún punto de sus 29.000 metros cuadrados, se hallaba una tienda de la manzana mordida.



La encuentro sin dificultad, e inmediatamente hablo con uno de sus empleados. Sé que soy un poco fanboy de Apple, pero la atención al cliente de esta compañía, es inigualable. Me han tratado bien en muchos sitios, pero como las veces que he lidiado con la empresa de Steve Jobs, jamás.



Bueno, el caso es que el empleado (otro más con familia en Toledo) me atiende fantásticamente, me indica que quizá el calor haya jugado un papel importante en el fallo del móvil, pero me recomienda probar primero a resetear el software del sistema, previa copia de seguridad, cosa que hacemos allí mismo.

Mágicamente, tras 20 minutos de copia de archivos, el teléfono comienza a funcionar perfectamente. Todo ello, por supuesto, sin coste alguno. Me indican también, que si vuelve a fallar, que vuelva al día siguiente, pero que parece que podría estar bien.

Más contento que unas castañuelas, y como aún es temprano, doy un paseo por el centro comercial, y me compro una camiseta nueva de los Buccaneers, disfrutando del aire acondicionado, pues el calor fuera, para variar, sigue siendo infernal, y además, amenaza tormenta.

El centro comercial está lleno de gente con camiseta de los Buccaneers, pero también hay muchos fans de los Giants de New York, sus rivales de esta jornada. Está claro que Florida es un estado con habitantes de todas partes de USA, especialmente jubilados, y además, un lugar ideal para las vacaciones invernales.
El hecho de que además, el rival sea uno de los equipos más populares de la NFL, tampoco ayuda. Creo que veremos mucho azul en el partido de hoy.

Tras hacerme con una camiseta de Gerald McCoy, me paro a pensar si será mejor aprovechar que estoy estacionado en el centro comercial e ir andando hasta el Raymond James, o bien probar suerte para aparcar en algún lugar más cercano.



En cuanto salgo por la puerta, la hostia del calor hace que se me vayan las dudas de golpe. Y eso que está nublado como Mordor en invierno. Cielo negro, negro...
Va andar la milla y pico su tía con este calor.

Cojo el coche, y paso nuevamente junto al estadio por la avenida Dale Mawbry, donde está situado, y veo que ya no hay colas. Todo el mundo está dentro de los aparcamientos, disfrutando de las típicas barbacoas, bebiendo cubos de cerveza situados en la parte de atrás de sus rancheras, y lanzándose balones de NFL. Todo muy americano...y con un olor espectacular a carne a la parrilla.

Tras un par de vueltas, empiezo a fijarme en que los habitantes de Tampa (ya sabéis, casas unifamiliares con amplios jardines) están a la puerta de sus domicilios, con carteles de 20 $, 15 $ y 10 $, y veo que muchos coches van aparcando en los jardines particulares a cambio de ese dinero.

Vamos...como en los pueblos en los días de romería. Definitivamente, pienso, Estados Unidos no es más que una aldea gigantesca. Y mola.

Busco el lugar más cercano al estadio de entre todos los que me piden 10 dólares (el aumento de precio, como habréis adivinado, es directamente proporcional a la proximidad al campo) y tras pagar la tarifa adecuada a una amable ancianita (clavadita a esas que le venden el coche de su difunto marido a Richard Rawlings y su tropa del Gas Monkey Garage), me doy un paseo de 5 minutos hacia los aledaños del coliseo bucanero.



El ambiente es extraordinario, como decía. Ambas aficiones compartiendo "tailgate", es decir, la fiesta previa al partido, en completa armonía.

Son las 2.30 de la tarde, y entre nube negra y nube negra, surge un sol abrasador, y, al igual que en las playas de Miami y en otros lugares de Florida, la gente (yo incluido a pesar de la gorra), se echa crema para el sol en los expendedores públicos, cortesía de la asociación americana contra el cáncer de piel.

Buena iniciativa, porque aquí los índices de melanoma, tienen que ser de los más altos del mundo.

Finalmente, se abren las puertas de acceso al estadio, y, como no, tras un exhaustivo cacheo (prohibidas mochilas, bolsas opacas, paraguas y armas blancas y de fuego), entramos en manada al precioso Raymond James Stadium.

Ya no es uno de los campos más modernos de la NFL, pero en comparación con la mayoría de los estadios europeos (el nuevo Wembley incluido) es la octava maravilla del mundo.

Una auténtica miniciudad, con tiendas de todo tipo, escaleras mecánicas y todas las comodidades imaginables. Todas menos una. Cubierta para los espectadores. Como llueva...que tiene toda la pinta...nos vamos a empapar. Pero bueno, a más de 90 grados Fahrenheit, tampoco pasa nada. En Florida, uno puede permitirse estar en un estadio descubierto.

Tras agenciarme un perrito caliente tamaño XXXL, y una coca cola (el vaso conmemorativo del partido para llevar, y para rellenar las veces que quieras, como siempre), ocupo mi asiento, bastante elevado, pero con una visión perfecta del campo y disfruto de las vistas. A la izquierda, el emblemático barco pirata, a la derecha, videomarcadores espectaculares con todo tipo de información y publicidad, y de frente, el "ring of honor", un homenaje a los jugadores más importantes de la franquicia bucanera.



Estoy en mi salsa, y disfruto de cosas como el calentamiento de los jugadores o videos de jugadas de las temporadas anteriores.



Pero se va acercando la hora del partido, y, por supuesto, la parafernalia típica americana (reconozcámoslo, me gusta).
Y hoy, siendo la celebración del "Veteran´s day", es decir, homenaje a los veteranos de guerra, la parafernalia será mayor aún.

Antes de la salida de los equipos al campo, se muestra en las pantallas al asistente más ilustre del partido, el mítico Buzz Aldrin, uno de los tres primeros humanos en viajar a la luna. Ovación cerrada, por supuesto.

Salen los Giants al campo, y a pesar de que los abucheos son mayoría, hay muchos aplausos. Como decía, mucha camiseta azul.

De repente, cambia la música. Mucho más cañera. Una enorme bandera de los Buccaneers cubre el campo, y entre llamaradas que aumentan aún más el calor ambiente, salta el equipo local al campo.



Éxtasis total, parte 1.

El speaker, de pronto, nos insta a fijarnos en el cielo. A lo lejos, un avión sobrevuela el estadio, y de pronto, tres paracaidistas saltan del mismo, siendo seguidos por una estela de humo de colores, y aterrizan en el estadio.

Bueno, aterrizar, aterrizan dos. El otro, nos cuentan, ha tenido un problema con el paracaídas principal, y aunque llega a tierra sin problemas con el de emergencia, lógicamente no puede hacer las piruetas y aterrizar con la precisión de todos los demás.

Aún así, en cada aterrizaje, éxtasis total partes 2 y 3.

Después, el inefable himno de los Estados Unidos, el conocidísimo "Star Spangled Banner".
5 fulanos que no conozco de nada, y parece ser que son muy conocidos en su casa a la hora de comer (mis compañeros de asiento, llamémosles "el negro gracioso que muere en todas las pelis" y el "gordo de Lost, pasado de drogas" tampoco saben quienes son).

Aún así, el momento resulta emocionante, máxime cuando, como sorpresa final, un enorme bombardero, y dos helicópteros Black Hawk pasan volando bajo sobre el terreno de juego, y los fuegos artificiales iluminan el nublado cielo de Tampa.

Éxtasis total, y hasta lagrimillas, joer!! Que estaba a 6000 kilómetros de mi casa cumpliendo un sueño de niño!!
Lo bueno es que con la pinta de guiri que tengo, y con 40000 americanos emocionados por su himno, nadie se fijó en mi.

Y entonces, comenzó el partido. No os voy a aburrir con el transcurso del mismo...en especial porque mis Buccaneers perdieron, aunque es verdad que el partido estuvo apretado, y fue un subidón ver el Touchdown de Jameis Winston que recortaba distancias justo debajo de donde me encontraba.



Lo que si diré es que la lluvia que cayó durante el tercer cuarto, no fue ni medio normal. En lo alto del Raymond James Stadium, se podían ver relámpagos a lo lejos, y caían jarros de agua, y de hecho, llovía tanto que se hacía difícil ver a los jugadores...pero el agua estaba taaaan fresquita. Vamos, que aquello no fue el diluvio universal, sino más bien, maná caído del cielo. Qué bien sentó aquel chaparrón.
Al final del partido, como prueba del calor reinante, estaba más seco que cuando había llegado.



Tras despedirme del "negro gracioso que muere en todas las pelis", que había dejado de sonreír cuando quedó claro que no ganaríamos, y del "gordo de perdidos", que seguía gritando como 3 horas antes, al inicio del encuentro, sentí una honda satisfacción a pesar de la derrota.

Había cumplido mi sueño. Ganar o perder, por una vez, era lo de menos. Nadie me quitaría aquella experiencia. Nadie me robaría lo que había vivido aquel domingo de Noviembre. Y las fotos que había sacado, perdurarían para siempre.

O no. Porque no se si el calor de otro día, o la mojadura, o las dos cosas, hicieron que el iPhone volviese a fallar de camino al coche. Menos mal que aprovechando el wifi gratis del estadio había mandado cosas a diestro y siniestro, especialmente vídeos, y los podría recuperar, porque mucho me temía que al día siguiente habría que jubilar el teléfono.

Aún así, ya no me importó como por la mañana. Ni tampoco el tráfico infernal de Downtown Tampa con todos los aficionados de camino a casa, ni los relámpagos, ni la lluvia que volvía a caer con fuerza.

Disfruté la hora entera que me pasé entre atasco y atasco hasta llegar al hotel, sonriendo y pensando en lo afortunado que soy de haber podido cumplir uno de mis sueños. No todo el mundo tiene tanta suerte. ¿Podía un simple teléfono amargar un día tan genial? ni por asomo.

Como era bastante tarde, decidí no complicarme la vida para cenar, y volví a ir al Taco Bell, donde el camarero aprovechó para decirme lo mucho que le gustaba mi camiseta, en clara "pulla" a los otros dos clientes, un padre y su hijo de 10 años, originarios de la India.

La verdad es que me cayeron tan simpáticos que compartí mesa y mantel con ellos. Bueno...mantel...es un Taco Bell. Solo mesa, obviamente.

Habían conducido desde Jacksonville, al norte de Florida para ver a sus Giants, y en el caso del niño, era también su primera vez, igual que la mía. Y el crío no solo había podido ver a su equipo en directo...sino que había conseguido que nada menos que Odell Beckham Jr. le firmase la camiseta!!! Sé que os sonará poco, pero es una de las grandes estrellas de la NFL y portada de la edición 2016 del videojuego oficial de la competición. Un suertudo el chaval.
Mientras pensaba en noquearlos a él y a su padre para llevarle la camiseta, el señor me contó una de las historias más curiosas que he oído nunca.



Su hermano, que vive todavía en Mumbai y que trabaja (oh, sorpresa) en una empresa de alta tecnología informática, es fanático de los Green Bay Packers, pero el merchandising americano es extraordinariamente caro para el sueldo medio de la India, y el hombre no podía comprarse nada de ropa del equipo de Wisconsin.

Un día, se encontró a un turista americano con una gorra de los Packers, y le ofreció un trueque. ¿Sabéis que le ofreció? un ordenador nuevo. En serio. El tío le dio al americano un ordenador portátil de última generación a cambio de una "mísera" gorra.

Para que veáis que el precio de las cosas es algo completamente relativo.



Tras despedirme de los indios, me volví al hotel, comprobando que el móvil seguía medio tonto, y tras ver por primera vez en la vida un "Sunday Night", es decir, el partido de la noche de la NFL, a una hora razonable, dormí como un bebé.
Muy contento y con una sensación de autorrealización que resulta muy difícil de explicar.


P.D. Al igual que la foto de los rayos de la última entrada, varias instantáneas del día de hoy no son mías, ya que como dejaba caer, solo pude rescatar los vídeos y alguna de las fotografías que envié.
En la próxima entrada, os comentaré como apañé el problema del móvil.

P.D.2. Voy a presumir un poco. En el diario deportivo As, me publicaron un artículo sobre mi experiencia yendo al partido de los Buccaneers. Contiene un par de erratas, pero estoy muy satisfecho de él. Si aún no lo habéis leído, aquí os dejo el enlace.

http://masdeporte.as.com/masdeporte/2015/12/26/nfl/1451135040_427847.html

miércoles, 13 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Tampa y Saint Petersburg.

Toque de diana por la mañana muy temprano. Tan temprano que no hay más que ver la foto, y como comentaba en la entrada anterior, a disfrutar del desayuno.



Me preguntaron varias personas si es verdad que te puedes hacer tus propias tortitas. Para ser exactos, la masa líquida está preparada. Tú solo te encargas de ponerlas en el calentador hermético, de darles la vuelta y vigilar que no se quemen (o que algún aguililla coja la que estás preparando tú mientras vas a por el zumo).

El caso es que, como buen español ante un buffet libre, cogí todas cuantas cosas podía, sin ningún tipo de medida. Bueno, como buen español no sé. Pero sin duda, siendo fiel a mi mismo. Eso. Sin medida.

Tras salir flotando del comedor, me dirigí a mi primer destino del día. Downtonwn Tampa. Quería dar un paseíllo mañanero por la zona más céntrica de la ciudad del Golfo.



El día anterior era de noche, así que prácticamente no había podido apreciar bien la ciudad. Conduciendo hacia el sur, en dirección al caudaloso río Hillsborough en torno a cuya desembocadura se desarrolla la zona más emblemática de Tampa, pude comprobar que, si bien Miami es una ciudad tropical, y Naples una pequeña localidad quasivacacional, Tampa se parece mucho a la imagen que tenemos de una ciudad sureña de los USA. Casas bajas, con amplios jardines, avisos de huracán y tornados, con las zonas de evacuación perfectamente indicadas, y mucha población de raza negra.
Y con unas distancias enormes, cosa común en Norteamérica. La ciudad tiene 350.000 habitantes repartidos en 440 kilómetros cuadrados, aunque el área metropolitana de Tampa presume de ser una de las más pobladas del sudeste americano, con más de 2 millones y medio de personas.

El calor sigue siendo sofocante, pero el cielo de Tampa tiene cierta tendencia (aumentada hacia las últimas horas de la tarde) a estar siempre gris. Como decía, raro es el día en que no llueve, especialmente durante el verano y el otoño, a menudo con aparato eléctrico.

Es sábado por la mañana, y las inmensas circunvalaciones que llevan a los diferentes puntos de la ciudad, o a otras ciudades de la bahía (Saint Petersburg, Sarasota o Clearwater) están casi vacías de coches, lo cual agradezco, porque no son las calles mejor señalizadas que he visto. Gracias a Celia, que aquí sigue, inasequible al desaliento, en poco más de 15 minutos llego a Downtown Tampa.
Los rascacielos son menos emblemáticos y menos rascacielos que en otras grandes urbes americanas, pero pegados al río Hillsborough, y rodeados por un precioso paseo marítimo, proporcionan un bonito entorno típico de ciudad sureña, especialmente cuando el sol del atardecer se va hundiendo en las aguas de la bahía, tornando de color dorado las cristaleras de los edificios.



Aprovecho para dar una vueltilla por el paseo marítimo, mientras camino junto al barco pirata del capitán Gasparilla, que da nombre a uno de los festivales (tipo desembarco vikingo de Catoira, o moros y cristianos) más populares de la ciudad.

Es sorprendente la cantidad de gente (más aún aquí que en Miami) que te saluda cuando cruzas la vista con ellos, o que intenta ayudarte al comprobar que eres turista. Debe ser lo que llaman hospitalidad sureña.



Tras un paseo por una zona arbolada llena de espectaculares mansiones victorianas, me dirijo nuevamente al coche con dirección al Manatee Viewing Centre, un curioso observatorio de vida salvaje que se halla en el peor de los enclaves imaginables. Una central térmica.



Si, tal y como lo leéis. Una central térmica bajo la cual, sobre todo manatíes, pero tambien otro tipo de fauna, se reúne desde finales del otoño hasta pasado el mes de marzo para disfrutar de las excepcionalmente cálidas aguas resultantes de la refrigeración de la central.

El manatí de las Indias Orientales está críticamente amenazado, especialmente debido a los accidentes con lanchas y barcos recreativos, así que desde que se descubrió ese peculiar santuario (al que también acuden tiburones toro, mantarrayas y tarpones), el estado de Florida cuida con mimo el entorno de la central térmica.
El Manatee Viewing Centre, está a unas 15 millas del centro de Tampa, en la localidad de Apollo Beach, y al ser un "simple" observatorio, es completamente gratis.

Llego sin mayor novedad, pero los voluntarios encargados del centro, indican que, a pesar de estar ya bien entrado Noviembre, va a ser difícil avistar ningún manatí. Es uno de los otoños más cálidos de la historia, así que las enormes vacas marinas no han precisado aún buscar las cálidas aguas cercanas a la central.

Aún así, hay suerte. Una enorme bestezuela nada tranquilamente ante mis ojos, y me mira como curioso y confiado. Bonito no es...pero entrañable, al máximo. Como el típico amigo gordito.



Parece una hembra preñada, nos explican, de ahí que haya acudido al refugio de invierno antes que el resto de sus congéneres. Parece increíble que alguien pueda hacerle daño porque sí a estos animalitos. Y más aún, que los marineros de hace siglos, los confundiesen con sirenas. Supongo que tras meses en el mar, se produce un fenómeno similar al conocido como "ligue de las 6 de la mañana, a estas horas todo vale".

La verdad es que el calor en la zona es infernal, entre la temperatura ambiente y el calor de la central, pero es sumamente relajante e hipnótico observar el lento desplazamiento de la manatí por las aguas, a muy pocos metros de nosotros, y tan amistosa, que parece que quisiese invitarnos a entrar.

A unos metros de distancia, ya más cerca del mar abierto, y ciertamente también, muy impresionante, las mantarrayas saltan (no sabía que lo hacían) probablemente pescando, o huyendo de las aletas (si, van a ser tiburones) que aparecen de cuando en cuando sobre la superficie.
Un contraste increíble este de ver tanta vida salvaje al lado de una edificación tan horrible y contaminante. Al final será cierto que la naturaleza se abre camino.

Hacia las 11 de la mañana, el calor se va haciendo insoportable, así que decido coger el coche y volver hacia el norte, cruzando uno de los espectaculares puentes sobre Tampa Bay, hacia otro de los momentos clave del viaje. El museo de Dalí de St. Petersburg.
Bueno, he dicho "uno de los" espectaculares puentes. La verdad es que el Sunshine Skyway Bridge, es una auténtica virguería. Un puente colgante que atraviesa la bahía de Tampa, dejando el Golfo de Méjico a un lado, y la bahía al otro, teniendo la sensación de ir por el medio del mar, durante casi 2 kilómetros, y alcanzando una altura en su punto más alto de 131 metros. Conducir por este puente con la música a tope (mientras las zarigüeyas cruzan la carretera en plan suicida y te sobrevuelan halcones y pelícanos) es de las experiencias más satisfactorias que he tenido nunca al volante de un vehículo. La próxima vez, en un descapotable.



Una vez llegados a Saint Petersburg, y tras pasar junto al Tropicana Field (estadio de los Tampa Bay Rays, de béisbol), Celia Cruz me dirige, como os comentaba, hacia el Dalí Museum.

Salvador Dalí, sin duda mi pintor (y por añadidura, artista) favorito, nunca vivió en Florida, pero si pasó un tiempo exiliado en los Estados Unidos, donde conoció a la familia Morse, y les donó gran cantidad de sus obras,  especialmente del período tardío, así como manuscritos y dibujos de su niñez y juventud.
Los Morse si se mudarían años después al sur de Florida, y es allí donde erigieron el museo.

La visita al "Dalí" en sí, merecería un capítulo aparte del blog. Que edificio tan espectacular, inspirado en el propio Salvador, y que personaje tan excepcional era el genio de Cadaqués.
Merece muchísimo la pena, y si sois amantes del arte, no lo dudéis ni un segundo. Los 24 dólares que cuesta la entrada, no son nada en comparación de la sensación que experimentaréis una vez dentro del museo, que, como no, se halla al final de Dalí Boulevard, en un enclave privilegiado junto al mar.



Si queréis más información, no dudéis en visitar la página oficial del museo ,http://thedali.org/ que os informará mucho mejor que yo.

Pero si digo que El Retrato de Lincoln y El Torero Alucinógeno, me dejaron con la boca abierta. No son las únicas obras, pero si son dos pinturas que juegan con las perspectivas y las ilusiones ópticas de una manera inimaginable para cualquiera que no sea un genio como Dalí.



Solo por estas dos obras, merece la pena recorrerse 6000 kilómetros desde casa. No exagero.
Pasé 3 horas espectaculares visitando cada rincón del edificio (que en sí, es una obra de arte) y empapándome de un poquito de cultura gracias a las audioguías gratuitas que tenemos a nuestra disposición una vez hemos pagado la entrada.

Tras una tapa de tortilla (como no podía ser menos, los cocineros de la cafetería son catalanes) y una coca cola, me dirigí a la tienda de regalos, y después, a comer.



La guía recomendaba el Moon Under Water, muy cerca del museo, en la zona del puerto. Un restaurante indio que me dejó más que satisfecho, y en el que, además, pude disfrutar de varios partidos simultáneos de fútbol americano universitario.



Tras un breve paseo para hacer la digestión, y siempre siguiendo los consejos de mi guía (bendito Lonely Planet), me dirigí más al este, a la isla con el nombre más romántico del mundo, Honeymoon Island (si, la isla de la luna de miel), donde se haya un parque estatal (ya sabéis, 4 dolarcillos por coche) que merece mucho la pena. Varias playas maravillosas, y senderos entre palmeras y vegetación, donde, eso si, es conveniente vigilar donde se pisa, ya que en toda la isla hay letreros de cuidado con las Serpientes de Cascabel.



Tras un breve paseo por la isla, me dirijo a una de las preciosas playas de la isla, aunque al ser sábado, dista mucho de parecer una playa paradisíaca. La arena es blanca, las piedras y las conchas son preciosas. El agua es azul y transparente...pero para mi gusto, demasiados niños jugando y demasiada gente gritando.

Creo que por la semana, la experiencia hubiese sido aún mejor. Aún así, un nuevo bañito en las aguas del golfo, tras el calor pasado por la mañana, es reconfortante.



A unas pocas millas, se haya la localidad de Clearwater, famosa por tener otra de las mejores playas de Florida...y por ser la cuna (aún hoy está allí su cuartel general) de la Iglesia de la Cienciología.

Hacia ella me dirijo aprovechando lo despejado del día, para disfrutar de una maravillosa puesta de sol sobre las aguas del golfo, y la verdad es que no quedo decepcionado. Las tonalidades anaranjadas que cubren la playa, y por añadidura, la ciudad, proporcionan un cuadro idílico, y que difícilmente podría ser más espectacular. Bañarse en la playa de Clearwater (que hace honor a su nombre) mientras el sol se hunde sobre el mar es otra de esas experiencias que quedan grabadas a fuego en la mente y en el corazón de cualquiera que disfrute de las pequeñas cosas de la vida.



Tras acudir a un bar deportivo, y tomarme otra hamburguesa con jalapeños mientras veo jugar (y palmar) a la universidad de Florida State, debatiendo con los habitantes locales si el quarterback está preparado para la NFL o no, me retiro a mis aposentos en Tampa, a unas 20 millas de allí. Mientras conduzco, compruebo como el cielo de la bahía, sin nubes durante todo el día, decide llamar la atención con unos cuantos relámpagos aquí y allá, haciendo honor al nombre de Lightning Capital of the World (aunque si nos ceñimos a los datos, Tampa sería "sólo" la capital estadounidense del relámpago).



Al día siguiente era el gran día. Por fin, iba a ver a los Buccaneers en su estadio. Estaba como un niño en la noche de Reyes. Y como un niño en la noche de Reyes...me fui a cama temprano...y me costó conciliar el sueño.

martes, 12 de enero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Del Atlántico al Golfo de Méjico.

Hola amigos. Continúo con la narración de mi viaje en uno de los poquitos ratos libres que me quedan estos días, en los que nuestro querido señor Servizo Galego de Saúde ha decidido que semana y media era tiempo más que de sobra para poner la fecha de la oposición.


En fin. Dejemos eso por un rato, que ahora mismo tiene difícil solución, y sigamos.

Me levanté temprano (como todos los días de mi viaje) y tras hacer la maleta, y tomarme unos cereales con yogur de mango que previamente me había agenciado en un supermercado cercano, me despedí del recepcionista y me di un paseíllo con la maleta hasta el aparcamiento donde estaba el Malibú, que esperaba (Celia Cruz mediante) me llevase sano y salvo a mi destino en Tampa, unas 300 millas al Noroeste. (500 kilometritos de nada).



A esas horas (8 de la mañana), para variar, el calor apretaba de lo lindo, y entre llevar la maleta y la mochila, y esquivar a una iguana cabreada, llegué al coche sudando como un pollo.

La próxima vez, melón, haz el favor de ir a por el coche primero, y luego ya subes el equipaje. Pero bueno, de donde no hay, no se puede sacar, jajajaaja.

La idea era tomar la Tamiami Trail (que obviamente, conecta Tampa y Miami) y a unas 40 millas de Miami, parar en una de las entradas más habituales al parque nacional de los Everglades, otro de los momentos cumbres de mi viaje. Esta entrada, tiene nombre de guarida de villano de cómic. Shark Valley.



Este lugar es uno de los más populares para los turistas por su cercanía a la principal metrópoli del sur de Florida, y por las posibilidades que tiene para visitar el parque en su zona más norte.

Supongo que la mayoría habéis oído hablar de los Everglades, una inmensa extensión de pradera húmeda y pantanos, que supone uno de los espacios naturales más espectaculares en cuanto a flora y fauna de todo Estados Unidos, entrando solo en competencia, quizá, con Yellowstone. Poned voz del Oso Yogui (No lo confundas con Jellystone, Bubu, jujujuuuu).

El animal más emblemático de los Everglades es sin duda el aligátor (o caimán) americano, en general pequeño y poco agresivo, pero también podemos encontrar peligrosos cocodrilos americanos (en áreas cercanas a la costa, aunque son muy escasos), osos negros, zarigüeyas, linces, ciervos, todo tipo de aves rapaces y zancudas, serpientes de cascabel, mocasines, y la rarísima Pantera de Florida (una subespecie de puma).

Pues bien, debido a mi bien conocida querencia por la fauna salvaje, la posibilidad avistar a alguno de estos animales (o a varios) era, para mi, uno de los momentos clave de mi estancia en Florida.

Sin embargo, como os dije, solo planeaba pasar parte de la mañana en el parque, puesto que iba a pernoctar a 250 millas de allí, y no quería llegar muy tarde.

Os comentaba también que Shark Valley ofrece múltiples posibilidades...y la que había elegido yo era la de alquilar una bicicleta para recorrer el sendero circular de 13 millas (que poquito parecen 25 kilómetros dichos en millas) que se adentra en el corazón de los Everglades.

Para entrar en este parque nacional es preciso pagar 12 dólares (en contraste con los 4 dólares por coche que cuesta acceder a los parques estatales), pero también da permiso para entrar y salir cuantas veces se quiera durante una semana. Guardando el recibo, por supuesto.

El amable guardabosques (si, lo sé. Habéis puesto voz de oso Yogui otra vez) de la entrada, me comentó algo de sus vacaciones de juventud en Madrid y las borracheras, pero en vista de que el coche de detrás llevaba 5 minutos esperando, la conversación no pudo ir mucho más allá.

En el centro de visitantes de Shark Valley (ahora pienso más en Parque Jurásico), te dan información y mapas sobre esa zona de los Everglades, además, como decía, de la posibilidad de alquilar una bicicleta y continuar por el sendero asfaltado que se extiende a continuación. Alguna gente lo hace paseando, y otros esperan al típico trenecillo turístico, pero la estrella, sin duda, son las bicis.

El alquiler de la bicicleta es de 9 dólares la hora (esperaba no tardar más de dos horas en recorrer las 13 millas) y te recuerdan que lleves agua y líquidos abundantes. Ha sido el mejor consejo que me han dado nunca desde que mi madre me decía que no hablase con extraños.

Qué maravilla...y qué calor!! 33 grados, zona pantanosa, sin sombra y pedaleando medio acojonado por si me encontraba con un aligátor o una serpiente de cascabel.

Cualquiera disfruta de esto, ¿no? Pues yo (demos gracias al Gatorade y al agua fesquita) lo disfruté como un enano.

Antes de coger el sendero, unos letreros avisan del comportamiento y la distancia de seguridad que debemos guardar en caso de encontrarnos fauna salvaje, y obviamente, de la inconsciencia que supone alimentar a un caimán. Que emoción...allá vamos...



Y en mitad del pedaleo...hostia. Que la bici no tiene frenos. Ya se que están muy de moda las bicicletas "fixies", pero esa, con pinta de BMX no se parece a una "fixie", y sobre todo: yo jamás me había subido a una bici sin frenos. Voy probando como reducir velocidad invirtiendo el pedaleo, y bordeo la "hostia terrible" en varias ocasiones. Finalmente me hago con el control del vehículo, que realmente, es muy simple. Pero como con el coche automático, hizo falta acostumbrarse.

Dominado el pedaleo por fin, comienzo a observar el paisaje bajo la protección inestimable de mi gorra y de la crema para el sol.



Garzas, buitres negros, halcones, ranas, lagartos, cuervos y hasta un martín pescador pasan muy cerca de mi, e incluso me miran como aburridos de ver gente por esa carreterilla.

Pero caimanes, nada de nada. Aún así, la sensación de caminar por lo salvaje es espectacular. Hay muy poca gente, y apenas me cruzaría con dos o tres parejas de ciclistas en los 25 kilómetros del trayecto, y el paisaje es increíble. Humedales, anfibios y aves por doquier y una enorme extensión de terreno llano y verde que da una sensación de amplitud y soledad que sobrecoge.



Tras cubrir las primeras 7 millas del sendero, se llega a un observatorio elevado (muy feo, pero magníficamente situado), que nos proporciona un poco de sombra y unas vistas increíbles, que, con el día soleado, llegan a más de 10 millas a la redonda.

Allí, mientras unos buitres me sobrevuelan, me siento en la gloria. Pero ha pasado ya una hora desde que comencé el trayecto, asi que me hidrato nuevamente, y continúo por el sendero, que, como os decía, es circular, ya de vuelta al centro de visitantes.



En todo el camino de vuelta tampoco veo ningún caimán, así que no puedo negar que me frustro un poco, pero vuelvo a disfrutar de fauna que no había visto antes, como cigüeñas americanas y una enorme tortuga mordedora, que a mi paso, se introdujo rápidamente en su charca.

También, un esqueleto de serpiente de cascabel en el medio de la calzada, daba prueba de que, se viese o no, la fauna más salvaje y peligrosa no andaba muy lejos.



Al llegar al centro de visitantes, sudando como nunca en mi vida, y justo dentro del límite para pagar dos horas de alquiler, pensé que, aún no viendo ningún reptil peligroso...aquellas habían sido unas pedaladas para no olvidar nunca, en un entorno increíble y con unas sensaciones inigualables.

Realmente, eso es lo bonito de la naturaleza. Que es imprevisible. Para ver animales a tiro fijo, hubiese ido al zoo de Miami. Yo quería otra cosa, y realmente, cuanto más lo pienso, más contento estoy de esas 13 millas en bici bajo el sol de Florida recorriendo uno de los parajes naturales más espectaculares del mundo.

Bueno, pues con mi camiseta de la universidad de Alabama (por cierto, campeones de la NCAA esta noche pasada) empapada hasta decir basta, y con el coche más caliente que el séptimo círculo del infierno, cogí camino al oeste, hacia la ciudad de Naples, ya en el golfo de Méjico.

La guía indicaba que era una encantadora ciudad, con amplias avenidas, parques, y la mejor playa urbana de toda Florida. El paraíso de los jubilados americanos, me han dicho después, jajajaja.

Casi 80 millas más tarde llegué a Naples, tras conducir por la siempre recta Tamiami Trail, entre avisos de peligro por ser lugar de paso para la "Florida Panther", múltiples anuncios de paseos por los Everglades, poblados de los indios Semínolas supuestamente intactos, y la estación de correos más pequeña de los Estados Unidos, que se encuentra en Ochopee, a tiro de piedra de Everglades City, que sería otro de mis destinos en mi regreso hacia la costa Atlántica, unos días más tarde.



A las 2 de la tarde, hora tardía como sabéis por estos lares, me costó encontrar en Naples un lugar donde comer, pero finalmente, pude agenciarme una sabrosísima hamburguesa con jalapeños que, eso si, precisó de 4 coca colas light para apagar el infierno que, del coche, se había trasladado a la lengua.



Tuve dos pensamientos en ese momento. El primero, que qué maravilla que pagando una vez cualquier refresco, te lo rellenen las veces que haga falta. El segundo, no tan edificante: todo lo que pica cuando entra, pica cuando sale.

Bueno, y ¿ahora? tras un breve paseo por el bonito puerto deportivo de Naples, me dirigí a la playa, a ver si era tan espectacular como decían, y a pegarme mi primer baño en el Golfo de Méjico, aprovechando que no estaba mi mamá para decirme que esperase a hacer la digestión.



¿La playa? Espectacular es poco. Sino fuese por otra maravilla de la que os hablaré en unos días (y aún así tengo dudas) la playa más increíble que jamás haya pisado.



Un kilómetro de arena blanca y fina, palmeras, aguas turquesas, peces de colores y pelícanos. Siii, pelícanos!! Con lo que molan a mi los pelícanos!!

El baño fue obligado, y el agua, perfecta, ni muy caliente ni muy fría, me sirvió para recargar pilas tras el largo de día de bici, calor y conducción.



Me hubiese quedado allí toda la vida, especialmente pensando en el espectacular atardecer que se avecinaba, pero me quedaban aún 170 millas (unas dos horas y media) por la interestatal 75, hacia el norte, rumbo a la bahía de Tampa, así que abandoné el paraíso terrenal, y me volví a subir al Malibú.




La Tamiami Trail, viene siendo un equivalente a una carretera nacional en España, y salvo los avisos de "peligro, panteras cruzando", la conducción es relajada.

La interestatal 75, que va desde el sur de Florida hasta los Grandes Lagos y Canadá, es lo más parecido al "sálvese quién pueda". Una autopista de tres carriles en toda regla, con un montón de tráfico en ambas direcciones y State Troopers (policías con Chevrolet Camaro encargados de las infracciones de tráfico) cada 10 o 20 millas.



Ah, y eso que vemos en las películas de camiones largos como un día sin pan, adelantando por la izquierda es la pura realidad. Tú vas a 90 millas por hora (velocidad máxima permitida), y a veces, para qué negarlo, un poco por encima, y un camión como el del coche fantástico te pasa por la derecha y otro más grande y potente aún, por la izquierda.

Y aún así, conducir por esa interestatal es de las cosas más divertidas que he hecho con un coche nunca. Se ve que ya lo tenía dominado, y como no había muchos desvíos que tomar, hasta Celia Cruz callaba y disfrutaba del viaje.

El sol poniéndose a mi izquierda, música country o rock clásico en la radio y a disfrutar.



Al llegar a la altura de Saint Petersburg, la segunda ciudad más grande del área de la bahía, en la península opuesta a Tampa, empezó a llover a cántaros (yo creo que en Tampa Bay llueve un poco todos los días, y un mucho algunos de ellos además de ser la capital mundial de la tormenta eléctrica) y con la noche cerrada y el siempre caótico tráfico de la zona, la conducción se hizo un poco más estresante, pero a eso de las 20.30 h, estaba en Tampa, y unos 20 minutos más tarde, en el hotel Baymont Inn and Suites near Busch Gardens. Si, lo sé. Hay reyes con nombres más cortos.
Pero los americanos son así. no se complican. ¿Carretera de Tampa a Miami?...Tamiami.
¿La cuarta calle? 4th Street.
¿Hotel de la cadena Baymont Inn cerca de Busch Gardens? Pues eso. Baymont Inn and Suites Near Busch Gardens.



El hotel, si bien sencillo, es muy grande y está razonablemente bien situado, teniendo en cuenta que hablamos de una ciudad extensísima, al lado de la Universidad de Central Florida, y de (si, lo habéis adivinado) los Busch Gardens, un muy interesante parque de atracciones, y cuenta con una estupenda piscina, un amplio aparcamiento, y una habitación enorme con cama King Size y televisión tamaño pantalla de cine, hall con sofá y otra televisión, escritorio y por supuesto cuarto de baño completo.



El desayuno tipo buffet, con todo tipo de manjares (adoro hacer tortitas yo mismo) y el personal muy atento y servicial.

Es verdad que la habitación no es supermoderna, y hay cosas que quizá podrían estar mejor cuidados, pero por lo que pagué...barato me pareció.

Tras el largo viaje, y pese a que era viernes y bastante temprano, me bajé rápidamente al Taco Bell más cercano (¿¿¿en serio sólo  4 dólares por un burrito + un taco + refresco con todos los "refills" que quieras???) y luego, a aprovechar la cama King Size. Me quedé frito viendo a Alabama contra LSU en el partido estrella del viernes de football universitario.



Seguro que soñé con pelícanos, tortugas y playas paradisíacas. Vaya día había sido, amigos. Vaya día.