martes, 23 de agosto de 2016

La Tacita de Plata (O Cadi que dirían allí) 2ª parte.

Os lo advierto. En esta entrada sobre el segundo día en la provincia más meridional de la península, no tendrá muchas pistas para un viaje chulo (aún así, alguna hay) porque a veces, los viajes sirven para tirarse en la piscina, rascarse la barriga o comerse unos guisos de caza para quitarse el sombrero en un ambiente relajado, y, me atrevería a decir, familiar.



Porque de eso trató nuestro segundo día en Cádiz. De rascarla a dos manos. Y de vez en cuando...como apetece, oye.


Tras un "copioso" desayuno a base de tila y jamón cocido (si, yo estaba mal del estómago y había pasado la noche con fiebre), nuestra querida anfitriona Marta, nos llevó al campo, a Zahora, concretamente, pequeño pueblo muy cercano a lugares más conocidos como Barbate o Conil, y no muy alejado tampoco del famoso cabo Trafalgar.


Saliendo del Puerto de Santa María (de Valdelagrana, para ser más exactos), observé con curiosidad la churrería/pollería que se encuentra muy cercana al lugar donde nos hospedamos.


Y mi cerebro (probablemente aún afectado por la mala noche), comenzó a valorar si los churros tendrían sabor a pollo, o los pollos sabor a churro. Porque por la pinta del local, no parecía que el aceite lo cambiasen muy a menudo.


Media hora más tarde, llegábamos al campo, y yo sintiendo, por fin, que ya me encontraba mejor. Tenía sed. Y hambre. Pocos indicativos como éste para saber que uno está mejor.


Tras untarme en crema y parecer la versión hormonada de Iniesta, tocaba disfrutar de una agradable mañana/mediodía/tarde en la piscina.



Sufrir lo que es sufrir, no sufrimos mucho. Sol, risas, piscina, perros juguetones, y más risas.



Y la comida. Ayyy, la comida. Eso fue lo que me curó definitivamente. Guisos de venado y jabalí. Que delicia. Como digo, mano de santo para el estómago.
Por si acaso, eso sí, me tomé una Cruzcampo. No me pareció prudente beber cerveza todavía...xD


¿El resumen de la tarde? Pues aprovechando la frase de la canción de Sabina..."y después, ¿para qué mas detalles? Ya sabéis, copas, risas, excesos...¿Cómo van a caber tantos besos, en una canción?"


Vale, besos, besos, no hubo... Pero el masaje que me hizo Marcos de paso que me ponía la crema para el sol...en fin. Más erótico que cualquier beso. No tengo palabras para describir esa sensación.


Haceos cargo, 4 pivones y un calvo tomando el sol. Yo, de picaruelo, preguntando si alguien me podría echar la cremita.



¿Y quién contesta? Si, el calvo. Cara de decepción es poco.


Pero fue ponerme las manos encima...y derretirme. Para que veáis, queridos lectores, que el amor se encuentra en los lugares mas insospechados, jajajaja.


Fiona, Marta, Cris, Aurora...gracias por NO ofreceros ninguna a ponerme la crema. Estáis más buenas, si. Estoy de acuerdo. Y Marcos y Sergio también están de acuerdo...pero...ese masaje está al alcance de unos pocos elegidos.


Tras más risas, más chapuzones, y chistes variados sobre mi futuro matrimonio con Marcos (completamente interesado, por otra parte. Médico y buen masajeador...no hace falta decir más), se acercaba el anochecer.


Y nuestros guías decidieron que era buen momento para acercarnos a la playa de Zahora, con vistas al antes mencionado faro de Trafalgar, y donde los ingleses nos pegaron una buena paliza marítima a franceses y españoles, y tomarnos un mojito observando la puesta de sol.



Así que, en una playa preciosa, con una temperatura increíble, en unas bellas aguas y con la música del chiringuito Sajorami (muy recomendable el ambiente que hay allí)...pasamos un rato genial.


La verdad, me van cayendo mejor estos andaluces. Se lo saben montar (me vais a permitir la licencia) de puta madre.



Tras unos cuantos bailes y el mojito solucionando cualquier tara que pudiese quedar en mi estómago, tocaba volver a cenar, y sobre todo, disfrutar de un cielo estrellado en el cual, de tanto en cuanto, se podían observar estrellas fugaces.


Esa media hora más o menos de silencio compartido, tumbados mirando al cielo, cada uno perdido en sus propios pensamientos, pero al mismo tiempo, al lado de otras personas maravillosas, a las que quieres de hace mucho (o de hace poco, pero ya las quieres también en tu vida) fue, sin duda, uno de los mejores momentos del viaje.


A veces, hace falta parar un poquito, pensar, relajarse, vivir.



En el viaje de vuelta a casa, se respiraba paz. Se respiraba cariño. Se respiraba la inmejorable sensación de un día inolvidable.


Y al llegar a Valdelagrana, allí seguía la churrería abierta. Produciendo pollos como churros o churros como pollos. Inasequible al desaliento. Cumpliendo su función, como una metáfora de la vida.
Quizá los pollos y los churros no peguen en un mismo negocio, ni en un mismo aceite. Pero a veces, churros y pollos juntos, simplemente, funcionan. Igual que el norte y el sur. Igual que Francia y España. Igual que el mar y la piscina.


Igual que mis amigos. Y los vuestros.


Igual que este maravilloso mundo imperfecto en el que vivimos.


Igual que la vida misma.



martes, 9 de agosto de 2016

CADIZ (O Cai, que dirían allí). 1ª parte

Amigos, ya sabéis que soy como el Guadiana...aparezco y desaparezco...y hoy, tras largo tiempo vuelvo a aparecer (ohhh, diréis muchos cuando salga el aviso en vuestro muro de Facebook. Otra vez el ¨pesao¨ este.)


Han sido unos meses un poco raritos, con cambios de puesto de trabajo, y algún viajecillo (como éste que os voy a contar ahora), pero antes de nada, y aunque no sirva de mucho, quiero dedicarle una de las pocas cosas que se hacer bien a un compañero y sobre todo, amigo, que nos dejó de repente hace unos días.
Lucho, te dedicaría alguna de las técnicas de enfermería que tu tan bien hacías...pero sería como dedicarle una canción a John Lennon. Tu lo hubieras hecho mejor. Y con esa sonrisa tímida que tanto te caracterizaba.

Así que, te dedico esta entrada del blog. Si te apetece léela. Y si no, pues no. Pero hoy, y probablemente siempre, te tendré en mente. Escribiendo. Y pinchando, sondando o tomando cañas. Que eso, querido Lucho, se nos daba muy bien. Sobre todo lo último.


Hoy voy a hablar de Cádiz, lugar que tuve el privilegio de visitar hace un par de fines de semana, aprovechando el puente del día da Galiza.






Y lo mejor que puedo decir es que se me hizo corto. Muy corto. Y me muero de ganas de volver.


Para empezar, mis amigos y yo, tuvimos la suerte de tener una guía excepcional... Martita, mil gracias por invitarnos, y mil perdones porque nos volveremos a autoinvitar.


Tanto tú como tu gente (debería poner GENTE, así, en mayúsculas) nos hicisteis sentir en casa.


Pero como cualquier viaje del enfermero cultureta, tenía que ocurrir algo digno de contar en el blog. Y a fe que empezamos pronto.


Cuando estaba recogiendo a mis dos compañeros de viaje, nos llegó un mensaje de Vueling (devuelve la pasta, primer aviso) de que nuestro vuelo a Sevilla se retrasaba 4 horas.


Magnífico. Genial. Estupendo. Nos vamos un fin de semana, y nos perdemos las 4 primeras horas del mismo. ¿Las perdemos? De eso nada. Tras avisar a nuestros amigos que nos esperaban en Sevilla, y aprovechando que estaban en plenas fiestas del Burgo (pueblo que, como muchos sabréis, está pegado al aeropuerto de A Coruña), decidimos dar un paseo por las atracciones de feria. El mejor lugar del mundo para pasear. Reggaetón y música poligonera a 10.000 decibelios, tómbolas y juegos destinados a atracarte con una sonrisa, y atracciones sin (presuntamente) ninguna medida de seguridad.


El paraíso de cualquier persona.


Con la cabeza como un bombo y tras gastarnos 5 euros en intentar pescar minions en una máquina trucada (si Marta, intentamos llevarte un minion. Otro más.), llegó el momento del "highlight" de la tarde:


La colchoneta tobogán de Bob Esponja, donde el amigo feriante, con su acento "tombolero" indicaba lo siguiente:


"El tobogán con el que todos los niños sueñan. Entrar por la boca de Bob Esponja...y salir por detrás"






Prometo que no me lo invento. Añadiré que los niños de ahora tienen sueños muy raros, que harían a Sigmund Freud replantearse muchos de sus postulados.


Tras esta peculiar galería de los horrores, decidimos tomarnos un bocadillo y unos refrescos e irnos al aeropuerto.


Allí las noticias seguían siendo las mismas. 4 horas de retraso (Vueling, paga tus deudas, segundo aviso).
Tras cumplimentar la hojita de reclamaciones (indemnización al canto por retraso superior a 3 horas), nos dispusimos a morirnos del asco en el aeropuerto de A Coruña.


La tienda de libros y revistas cerrada, y nosotros indignados a mas no poder.


Finalmente, a las 00.30 horas, comenzamos el embarque. Destino a Sevilla...por fin.



Al aterrizar, allí nos estaban esperando Marta y Chema. A las 2.45 de la mañana. Gracias de verdad...otra vez.


De camino a Cadiz (a Valdelagrana para ser exactos), un poco de conversación, y un mucho de pegar cabezadas. Espero que el conductor no las diese...porque tras todo el día de tensión, me quedé K.O.


Tocó llegar, dormir con una sonrisa...y esperar a disfrutar de las maravillas de Cádiz al día siguiente, sábado 23 de Julio.


Nuestro primer día en la provincia mas al sur de la península, lo empleamos en visitar la capital. Tras un agradable desayuno, y atravesar el imponente puente de la Constitución (muy del estilo del Sunshine Skyline Bridge, de Tampa) primer bañito en las aguas gaditanas en la coqueta playa de la Caleta, junto al castillo de San Sebastián, una de las imágenes icónicas de la ciudad.






Como sabéis. Cádiz es la ciudad más antigua de Europa occidental, con más de 3100 años de historia, y es fácil perderse en sus calles centenarias y repletas de lugares de interés.


Pero antes de perdernos por sus calles, Sergio y yo decidimos perder la dignidad, despelotarnos, quedarnos solo con el bañador y guardar nuestros calzoncillos en un bolso de mujer (Fiona, gracias por conservar nuestras prendas íntimas, jajajaja), y de allí nos fuimos al agua.


Básicamente, la playa con nosotros era como meter dos conguitos de chocolate blanco en una bolsa de conguitos de chocolate. Parecíamos de Wisconsin y Idaho. Altos, guapos (ejem) y blancos, blancos. Diría más. Níveos.



Después de disfrutar de las tranquilas aguas de la Caleta, nos dirigimos hacia el centro, por las estrechas calles que uno se imagina cuando piensa en Cádiz.
Así llegamos al Mercado, con numerosos puestos de comida (incluso uno gallego con las ¿famosas? albóndigas de pulpo tan típicas de...bueno, que si lleva pulpo, es gallego, ¿vale?)


Eso si, había Estrella Galicia. La Cruzcampo es bebible, y con el calor que hace por ahí, más bebible aún...pero...amigos. Una Estrella fresquita en el mediodía andaluz, es como una lágrima de ángel caída sobre tu vaso. Un manjar. Maná venido del cielo.



Seguimos hacia la plaza Flores, donde, oh, sorpresa, hay un montón de flores, y junto a ella una de las típicas freidurías gaditanas, donde nos sentamos a comer.


El cazón riquísimo (eso si, repite un poquito), los chocos, espectaculares, la tortilla de camarón...manjar de dioses...pero sobre todo, me quedo con las "papas aliñás", patatas hechas de manera muy simple, con una salsa tipo vinagreta, y a veces acompañada de atún o melva.



Delicioso, y simple. Habrá que hacerlo por aquí.


Tras reposar un poco la comida, nos dirigimos por el casco antiguo de la ciudad (o sea, Cádiz-Cádiz) hacia la plaza del ayuntamiento y la Catedral, que destaca por su cúpula dorada que se atisba con facilidad desde casi cualquier punto de la capital andaluza.
Lo mejor que se puede decir del interior, tras haber estado en Notre Dame o en la catedral de Santiago es que se está fresquito.



En cambio, las vistas desde el campanario (tras recuperar el resuello) son incomparables, y hacen que uno no se arrepienta de haber echado el higadillo subiendo hasta allí.



Briconsejo: es recomendable no estar en lo alto de la torre cuando suenan las campanas si uno quiere seguir conservando los tímpanos.


Tras tomar un smoothie y un granizado (no recomendable hacerlo de penalti, porque puede ser mortal para el estómago...según me han contado), seguimos la visita por las catacumbas del Beaterio, en la calle Valverde.


Y es que Cádiz esconde múltiples secretos en sus profundidades, como Roma, y una de ellas son estas catacumbas que un tipo muy pedante llamado Eugenio Belgrano, ha puesto a diposición de todos los visitantes.
Este espeleólogo nos conto las historias de las criptas de una Iglesia situada en un hogar de beatas en pleno centro de Cádiz.


Por primera vez en vuestra vida oiréis hablar de la desamortización de Mendizábal fuera de la clase de Historia, y la verdad es que, pedantería al margen, Belgrano narra de manera interesante y con un discurso nada preparado (ironía: on) la historia de este sobrecogedor lugar.



Resumiendo, esta cripta fue durante muchos años, hogar de la logia masónica de Cádiz, y la verdad es que resulta curioso comprobar in situ, la simbología de los otrora mal vistos, masones.


También nos explicó el uso de estos túneles (de los que hay cientos de kilómetros más) durante la guerra civil, así como contarnos que antiguamente, eran hogar de piratas y contrabandistas. Hoy día no los necesitan, puesto que ahora ocupan los sillones del congreso y los ayuntamientos, a plena luz del sol.


Si queréis más información sobre este peda...o sea, sobre las catacumbas, el tipo tiene documentales en el Discovery Channel, Telecinco y no se dónde mas. Y por supuesto, podéis seguirlo en Facebook. Si lo hacéis, ya me contáis.
Y ya de paso, le decís que el chiste con la granada de mano de la guerra civil, ni puta gracia.


Al salir...una de las mayores alegrías de mi vida. Me encontré, de frente, con una amiga gaditana que hacía 16 años que no veía. Nada más y nada menos.
Tras un buen rato de abrazos y sonrisas, la vida parecía un poquito más feliz.



Después, continuamos el paseo por la zona más señorial de Cádiz, con las casas y edificios más elegantes, nos encontramos con una procesión en pleno mes de julio, y seguimos hacia el conocidísimo teatro Falla, donde tiene lugar el popular concurso de chirigotas y comparsas durante los famosísimos carnavales de la ciudad, y que cuenta con un peculiar sistema para mejorar la sonoridad del recinto, aprovechando el agua del mar por unos canales subterráneos.




Cádiz, lugar singular y con curiosidades como ésta, que merecen mucho la pena.


Con la puesta de sol que pudimos disfrutar en el parador nacional (tan caro como espectacular) se ponía fin a un día maravilloso, que hubiese sido más genial aún sin haber bebido tantos líquidos gélidos tan deprisa. Como os decía, me lo han contado.



En la próxima entrada, hablaremos de otros maravillosos lugares de la provincia de Cádiz. Ahora mismo, solo pienso en buscar un ratito, y tomarme un mojito en el Sajorami, el chiringuito de la playa de Zahora. Uy, perdón. Esto es "spoiler", jajajaja.


Estoy enamorado de A Coruña, lo sabéis. Pero creo que podría hacer un esfuerzo y vivir en Cádiz. Nunca me había sentido tan en casa estando de viaje como allí.


Nos leemos, amigos


P.D. Y caló. Musha caló!