jueves, 25 de febrero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. De vuelta a la realidad.

Pues nada. Todo lo bueno se acaba (y lo malo también, por suerte). Pero en este caso, se acababa un sueño que había durado 11 días.

11 días maravillosos, 11 días de sol y de tormentas, de calor, y de más calor, de exploración, de deportes vistos en vivo, y también practicados. En hoteles y en moteles. De playa, de campo y de ciudad. 11 amaneceres y 11 atardeceres.



11 días que estarán, por siempre, grabados a fuego en mi memoria.

Pero tocaba volver a la realidad. A mi casa. Con mi familia y mi perro. Con mis amigos, y, esperaba, con otra mentalidad, y otra manera de afrontar la vida, con menos agobios estúpidos y más agradecido por lo que tengo.

Así que, como no, me levanté temprano para poder conducir sin prisa de vuelta a Miami (unas dos horitas y media), arreglar el asunto del coche (sabía que me caería una lagrimilla al despedirme de mi Chevy Malibú y de mi GPS, aka Celia Cruz).



Pero había algo diferente esa mañana. Me picaba todo el cuerpo, especialmente los brazos y las piernas.
¿Que me había pasado?
Pues nada. Que si los cayos hubiesen sido zona de riesgo, yo me hubiese contagiado esa noche de malaria, dengue, chikunguya y fiebre amarilla. Dos veces. Cada una.
Los mosquitos de Florida son probablemente el principal problema del estado del sur, especialmente en la estación lluviosa que, como os dije, estaba terminando.
Un par de picaduras (del tamaño de disparos de rifle, y tras ponerme repelente, eso si) haciendo kayak por los Everglades, habían sido hasta ese día mi única experiencia con los abominables insectos.
Pero...ahora lo recordaba, la noche anterior había cometido un error. Salí a hacer la colada, dejé la puerta entreabierta, pues iba cargado de ropa...y había olvidado la peor pesadilla del sur de Estados Unidos. Bueno, una de las tres peores, junto al Ku-Klux-Klan, y a Donald Trump.



Y lo iba a pagar. No tanto hoy, como durante la primera semana en A Coruña, que el picor era continuo. Quién me pudo ver, da fe de que hay enfermedades de la piel que dejan marcas más pequeñas que las que tuve yo durante 10 días, especialmente en las piernas.

En ese momento, aún no lo sabía, así que preparé la maleta tan feliz, y me fui a por un último desayuno en el Wooden Spoon (hoy, tortitas con chocolate y un zumo de piña), hice el check out en el estupendo Sea Dell Motel...y rumbo al Miami International Airport.

La conducción fue placentera, y disfrutaba de cada sonido del motor del Chevy, cada nota de música de la radio, cada rayo de sol, cada vista del mar.

Espera...¿quién eres tú y qué has hecho con Hugo? Mi último día de vacaciones, vuelta al trabajo y a la rutina...y estaba disfrutando las cosas!!!!!

Sorprendente.

Al llegar a Key Largo, una hora larga después, me fijo en los interesantes carteles de la marisma, dónde indica que hay que tener cuidado con los cocodrilos.
Me imagino que los cocodrilos tendrán carteles señalándoles que tengan cuidado con los seres humanos (o con los sentimientos, como diría nuestro ínclito presidente Mariano Rajoy).



Finalmente, tras rellenar el depósito del Malibú...POR SEGUNDA VEZ EN 11 DÍAS, llegó a la zona de vehículos de alquiler del aeropuerto.
Comprueban que todo esté correcto y me devuelven los 36 dólares que pagué al alquilarlo para no tener que llenar el tanque de gasolina (no me acordaba) y me pongo muy contento, porque llenarlo me había costado 20. Sin querer, gano 16 dólares.

Y tras coger mi equipaje, con los ojos húmedos por la tristeza de decirle adiós al Chevrolet, y las axilas igual de húmedas por el infernal calor (si, lo sé, no es romántico, pero le imprime realismo a la narración), me dirijo a la terminal de vuelos internacionales, buscando Air Europa.

Lo encuentro sin dificultad, y...oh sorpresa. Como mi vuelo sale a las 7 de la tarde, el mostrador de Air Europa, no abre hasta las 5...y son las 12 de la mañana. Me quedan solo 5 horas en el aeropuerto, cargando con las maletas.

Mi idea era facturarlas lo antes posible, y acercarme a comer al centro de Miami en taxi. Pues va a ser que no.

Tampoco hay consigna, no vaya a ser que pongas una bomba o dejes allí droga...asi que, nada. Las siguientes 5 horas dan para un tratado acerca de las mil y una maneras fallidas para evitar el aburrimiento en un aeropuerto sin WIFI.

Finalmente, recuerdo el libro de Hemingway comprado en Key West, y me lo leo.



Tras observar y confirmar que absolutamente todos los empleados de aeropuerto son latinos (cubanos sobre todo), e hincharme a nachos, hamburguesas y coca colas (light, eso si), dan por fin las cinco. Facturo, paso el control de seguridad más exhaustivo jamás pasado (hora y media), y por fin me puedo sentar y relajarme, esperando a que salga el vuelo.

¿Puedo? Pues tampoco. En las televisiones se muestran inquietantes imágenes de un tiroteo en algún lugar del mundo.

Me acerco, y veo que se trata de París, nada más y nada menos. Un par de escalofríos me recorren la espalda según va aumentando el número de muertos y se conocen más detalles de la tragedia.



Ha sido un día larguísimo, y acaba con un extraño silencio en la zona de embarque. Con gente de todo el mundo pendiente de la televisión y sin alzar para nada la voz.

Por fin, toca embarcar. Ocupo mi asiento (que me aspen si no es el mismo que el de la ida), pero esta vez, detrás no hay ningún orondo pasajero. Ni flaco tampoco, nadie. Quizá en este viaje si que pueda dormir, me digo.

Cenamos el pollo con puré de patata que nos traen las amables azafatas (las mismas de la ida), y me pongo por enésima vez El Señor de los Anillos. Tras las hostias como panes de Las Dos Torres, se me cierran los ojos.

Son las 10 de la noche hora del este de USA, y entre el cansancio y que mi compañera de asiento se ha descalzado proporcionado un ambiente similar al de una fosa séptica, no puedo mantenerme despierto.

Cuando abro los ojos, han pasado 5 horas. Así si que mola viajar. Ya estamos sobrevolando Portugal, y las azafatas nos traen el desayuno.



El aterrizaje y la escala en Madrid no tienen mayores incidencias...y en el vuelo Madrid-A Coruña, sorprendentemente, vuelvo a dormir. Repito. Así, si que mola el avión.

En el aeropuerto me esperan mis padres y mi pequeño Brego...y sonrío mucho. Muchísimo. Estoy en casa, por fin.

Vaya viaje, amigos. Vaya viaje. Un viaje que me acompañará el resto de mi vida.

Espero que hayáis disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiéndolo.

jueves, 18 de febrero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. JOHN PENNEKAMP CORAL REEF STATE PARK

Amanecía el último día que pasaría completo en Florida, y era inevitable sentir un nudo en la garganta y un ataque de melancolía.
Había sido (estaba siendo) un viaje increíble, y una pequeña parte de mi se quedaría para siempre en las aguas turquesas de Florida. Pero esa sensación de tristeza desapareció con un potente desayuno en el Wooden Spoon a base de té frío artesanal y Key Lime Pie, la típica tarta de lima de los Cayos.



¿A que dedicaría mi día de hoy? Desde luego, no a conducir. Bastante había cogido el coche en los días anteriores...y además, tendría que conducir 120 millas más al día siguiente de camino a Miami.

Así que, tras una lectura de mi guía Lonely Planet, decidí dirigirme unas 20 millas al norte, al Parque Estatal del Arrecife de Coral, para realizar varias de las múltiples actividades que ofrecía este espectacular parque de Key Largo. Una vez allí, ya vería cuales realizaría y cuales no.

La verdad es que, tras hacer kayak por los Everglades, ya me veía hasta buceando entre tiburones. Así me había cambiado la mentalidad. Ya veríamos al llegar al parque, si seguía pensando lo mismo.

Tras menos de media horita de coche, lo que en USA, especialmente en los Cayos, es poca cosa, llegué al parque John Pennekamp.
Pennekamp fue un periodista de Miami especialmente comprometido con la preservación de la naturaleza de Florida, fundamental para la consideración de los Everglades como parque nacional y principal valedor de la necesidad de un parque para proteger la barrera de coral del Caribe, la segunda más grande del mundo tras la Australiana.



Y es que el parque estatal del arrecife de coral, es, en su mayoría, un parque marino, siendo el primero de su clase en los USA.

La primera alegría del día es que no me cobran entrada. Es el Veterans Day, y todos los parques y museos son gratis hoy. Aunque no hayas estado en Vietnam o en Corea. Punto positivo, americanos.

La extensión "terrícola" del parque es muy limitada. Una cafetería, un merendero, una pequeñísima playa, un puerto deportivo y un aparcamiento. Como decíamos, es un parque marino. Parece que habrá que mojarse para disfrutar de la visita.



La guía recomienda tres actividades por encima de las demás. Kayak por los manglares, buceo en la barrera de coral y paseo en un barco con fondo de cristal para disfrutar al mismo tiempo de la navegación y del fondo marino.

También es cierto que se recomienda cierta experiencia para bucear en la gran barrera de coral, y la mía no pasa de meter la cabeza a medio metro en la piscina, así que me quedaré con las experiencias 1 y 3. La próxima vez, me digo.

Además, el Cristo del Abismo y los Corales, seguro que merecen mucho la pena...pero sería presa fácil de tiburones y morenas. Repito, la próxima vez.



Compro mi ticket para el barco, y como tengo dos horas hasta que salga, me voy a por la actividad número 1.
Me agencio un portaobjetos impermeable, meto móvil, cartera y llaves del coche en el mismo, y me alquilo el kayak para el circuito corto. Sobre una hora de trayecto entre manglares, con la única ayuda de un mapa de plástico que me proporciona un tipo con pinta de surfero. Allá vamos.

El trayecto es delicioso, y el agua fresca que de cuando en cuando entra en la embarcación se agradece debido al calor reinante y al esfuerzo físico. Hay que tener cuidado, eso si, con las embarcaciones a motor, que producen oleaje, y en una ocasión, me faltó el canto de un euro para caerme al agua.



Aún así, como decía, el trayecto entre los manglares es fantástico, y en todo momento estás acompañado por aves marinas y peces tropicales.

Una hora después, vuelvo al punto de inicio sorprendido por mi buen sentido de la orientación, el cual, cuando conduzco por Coruña fuera de mis rutas habituales, es cuestionado frecuentemente por mis copilotos, jajajaja.

Me acerco a la cafetería a reponer líquidos y energías, y me pido una coca cola gigante, y un perrito XXXL, que haría palidecer a Nacho Vidal o a Rocco Siffredi. Y que rico el jodío. El perrito digo. No vayamos a confundir conceptos.

Me conecto un ratito al WIFI en la terraza con vistas al océano, hablo con mis seres queridos, no olvidando la parte fundamental, consistente en dar mucha envidia, y espero a que sea la hora de coger el barco.

Finalmente, las 12.00. Toca embarcar. El barco va a ir bastante lleno, por lo que veo, y ya hay hostias para colocarse en la zona del fondo. Yo me voy a la cubierta aprovechando que llevo gorra y que no he olvidado embadurnarme bien en protector solar.



El viaje es espectacular, y merece muchísimo la pena. La embarcación comienza desplazándose lentamente entre los manglares, y una suave brisa hace más llevadero el intenso calor.
Posteriormente, llegamos a mar abierto, y cogemos velocidad de crucero, mientras los cormoranes nos observan desde las boyas y otras señales marinas.



Navegamos surcando las aguas del océano Atlántico, y entonces, y no solo una, si no varias veces, consigo ver a mis animales favoritos de Florida (hasta ese momento no lo sabía)...las tortugas marinas.

Que maravilla. Que elegancia nadando, que agradable sorpresa ver ese color entre verde y marrón, y como vuela mi imaginación imaginándolas recorriendo una "autopista" como en Finding Nemo.

También vemos un par de delfines. Magnífico. Pero mis ojos buscan, sobre todo, más tortugas marinas.



De pronto, unos 20 minutos más tarde, y muy alejados ya de la costa, el barco se detiene sobre unas zonas más verdosas, y entonces, bajamos al fondo marino...con nuestros ojos. Estamos en la Barrera de Coral Americana.

El fondo de cristal del navío, permite muy buena visión del arrecife, y podemos observar corales de múltiples tonalidades y pequeños peces de colores en cuanto nos detenemos.
Flotamos sobre el arrecife, con pequeños acelerones para cambiar la zona, y es curioso comprobar los escalones que se producen en la barrera de coral, e incluso, ver como las tonalidades del agua son muy diferentes en los extremos del arrecife. Más claros sobre el mismo, más oscuros a medida que nos adentramos en el océano y la profundidad aumenta.



Un consejo si alguna vez realizáis esta actividad. No miréis todo el rato el fondo. Tomaos pequeños respiros.
Estáis flotando en un barco, mirando a través de un cristal y fijando mucho la vista. Receta ideal para marearse.
3 o 4 personas, tienen que abandonar el interior de la nave para salir y vomitar a gusto durante el resto del viaje. Es mejor perderse un tiburón, que pagar por marearse.

Aproximadamente, pasaremos 45 minutos sobre el arrecife, mientras la tripulación (4 o 5 chicas rubias y de muy buen ver, por cierto) nos explican que estamos viendo en todo momento.

¿Que qué vimos? De todo. Anémonas, corales, el invasivo y superdepredador (pero precioso) pez león, originario del Índico, pero que debido a irresponsables aficionados a los acuarios se ha vuelto una plaga en el Caribe y el Golfo de Méjico, un par de barracudas y, sobre todo, bastantes tiburones nodriza (en ingles nurse shark...o sea, como yo, enfermero) y la estrella, un tiburón de arrecife caribeño. El único animal realmente peligroso que vimos (aunque un mordisco de barracuda, también sería "pa´verlo").



El tiempo se pasa volando, y me da la sensación de estar en un acuario gigante...donde los observados somos nosotros, mientras la vida se desarrolla a nuestro alrededor.
Finalmente, casi dos horas después de partir del puerto del parque estatal, volvemos a toda máquina hacia el mismo.



Subo a la cubierta, y disfruto del viaje mientras la luz empieza a tomar las tonalidades propias del atardecer, aunque aún es muy temprano.
Tras un último vistazo a los manglares, y tras agradecer a las guías su amabilidad, me bajo del barco con cierta pena, recordando que esta es, posiblemente, la última actividad de mis vacaciones.



Me tumbo un rato en la minúscula playa del parque, mientras el sol se pone, y pienso en lo mucho que me ha aportado mi viaje. La pena desaparece. Me hubiese quedado otros 10 días aquí. O 20. Pero mis seres queridos están al otro lado de ese océano que estoy contemplando, y la verdad, ya tengo ganas de verlos. Y de que ellos me vean a mi. Y sobre todo, siento que este viaje ha merecido muchísimo la pena. Por todo lo que os he contado aquí. Por lo que he visto, y lo que he sentido. Pero sobre todo, ha merecido la pena, porque la persona que vuelve a A Coruña, es mucho mejor persona que antes, un poquito más sabia, un poquito más madura, y, en definitiva, sale un Hugo más molón de todo esto (y con un teléfono nuevo).



Había cumplido muchos sueños que me parecían irrealizables: Ver a los Buccaneers en Tampa, ver un partido de la NBA, ver caimanes, tortugas, delfines, manatíes y tiburones en su medio natural, pisar América, desenvolverme solo a 6000 km de casa, conducir en dirección contraria (bueno, este no era un sueño, y no tengo ganas de repetirlo, jajajaja) y muchas otras vivencias increíbles.
Si había podido hacerlo...¿Cuántos sueños "irrealizables más me quedaban por alcanzar?



Mientras conducía de vuelta al Motel, ya con la noche cerrada, lágrimas de felicidad corrían por mi rostro.
Y cuando encontré un Taco Bell en Marathon...aún fui más feliz.

Dormí como un bebé, no sin antes prometerme que éste no sería las últimas vacaciones de este tipo que haría.
En la próxima entrada os hablaré del viaje de vuelta, que sin duda, fue movidito.

P.D. Las imágenes de la tortuga y del Christ of the Abyss, no son mías.

jueves, 11 de febrero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Los Cayos meridionales y Key West.

Me desperté temprano para variar, con la intención de aprovechar a tope mi penúltimo día completo en Florida.
Como os decía, el Sea Dell Motel es genial, está excelentemente situado y tiene una extraordinaria relación calidad-precio, pero no ofrecen desayunos.

En el mismo cayo de Marathon, en cambio, mi inefable guía de Lonely Planet me recomendaba un lugar tradicional de desayuno típicamente americano, y con extraordinarios productos.



Allí me dirigí, al Wooden Spoon. Y famélico como estaba, me pedí dos pancakes con arándanos, un zumo de mango y un café. Tras 10 días en los USA, aún no había aprendido a no pedir ese líquido oscuro e intragable llamado café. Excepto en el Starbucks, que si está rico...pero a precio de sangre de unicornio.

Las tortitas eran tan grandes, que no me las pude acabar, pero estaban deliciosas. Lo de los zumos en Florida, como ya os había comentado...es orgasmo culinario.
El café, como habréis imaginado...ahí se quedó!



Mayor aún que el disfrute de los manjares, fue el del ambiente. Cafetería puramente americana, muy del sur, camareras cincuentonas en minishorts y con camisas escotadas, cocineros negros, y todo el mundo hablando a voces.

Si en vez de un lugar turístico como los cayos, esta cafetería estuviese en alguna zona inhóspita de Louisiana o de Mississipi, hubiese sido igual...pero me hubiesen mirado al entrar como miran a los forasteros en las películas.

Pero me tocaba continuar hacia el sur, en busca del lugar más meridional del Estados Unidos continental. Por cierto, me río del "continental". Los Florida Keys, son eso, Keys. Cayos. Islas, vamos. Les ponen una carretera (espectacular obra de ingeniería, todo sea dicho), y ya, "con dos cojones", se convierten en parte del continente.
La verdad es que los americanos son únicos pensando a lo grande. ¿como será todo en Texas, que son los más "brutos" de entre los estadounidenses?



Pero antes de llegar a Key West (me niego a utilizar la deleznable traducción Cayo Hueso), había una par de paradas interesantes.

La primera de ellas, justo tras el espectacular Seven Mile Bridge, que une Marathon con Bahía Honda Key. Como su nombre indica, es un puente de 7 millas, el más largo de la Overseas Highway, y en el que si, por fin, tienes la sensación de conducir por encima del mar. El sol de la mañana pegando por la izquierda, en el Océano Atlántico, y a la derecha, el Golfo de Méjico. Otra de esas experiencias difíciles de explicar, pero que dan una sensación de libertad espectacular.



El último par de millas del puente, corre paralelo al antiguo puente que conectaba Marathon y Bahía Honda. Ahora es una especie de paseo marítimo que se adentra en el mar, y que los locales (y no tan locales) aprovechan para correr, andar en bici, pasear o pescar.

Pero como os decía, mi primera parada del día era en el Parque Estatal de Bahía Honda, donde, decía la guía, estaban las mejores playas de arena blanca de los cayos de Florida. Y es que tendemos a pensar que los Keys son una especie de paraíso de playa y arena fina, cuando, a pesar de la existencia de un par de bonitos arenales, la mayoría de las islas están rodeadas de manglares, y, a pocas millas, arrecifes de Coral, con lo cual, si. Es un paraíso, pero más natural, que puramente vacacional.

Pagados los dólares de rigor por la entrada al parque estatal, descubrí EL paraíso. Bahía Honda, tras pasar por varias playas increíbles durante mi viaje (South Beach, Key Biscayne, Naples, Clearwater o Honeymoon Island) se llevaba la palma. Pero no con una playa, sino con dos. La que da al Golfo de Méjico especialmente, pero casi igual de espectacular era la playa Atlántica.



Tras un baño en cada una (y un paseo entre bandadas de pelícanos, y centenares de mariposas de muchos colores), decidí que aquel era mi parque estatal favorito de Florida. Vaya lugar. Tras pasarme un par de horas a caballo entre el Golfo y el Atlántico, era hora de seguir rumbo a los cayos meridionales.



La siguiente parada, Big Pine Key, nombre muy adecuado para una isla repleta de pinos enormes. Big Pine Key es el hogar del Key Deer, el ciervo de los Cayos.

Esta huidiza y tímida especie, endémica de esta zona del mundo, aprovecha los frondosos bosques de algunos de los islotes, especialmente este de Big Pine, para vivir tranquilamente, siendo su mayor amenaza los coches que atraviesan la Overseas Highway. Es preciso desviarse un poco de la misma y adentrarse en el corazón de la misma, para llegar a algunos de los espectaculares senderos entre los bosques y que son el lugar ideal para huir de la civilización, y, con algo de suerte, encontrarse a estos pequeños Bambis. Y es que el ciervo de los Cayos, es una versión de bolsillo de los ciervos que estamos acostumbrados a ver. Pocos llegan a medir más de un metro de altura.



Tras pasear largo rato por alguno de estos senderos (me falto tirar migas de pan, como Pulgarcito, para saber volver al coche), y disfrutar de un fantástico paseo "a la sombra de los pinos", como no había quién me cantase, y ciervos no conseguí avistar ninguno, me volví al coche con la intención de continuar, ya por fin, hacia Key West.

Y a los 200 metros de arrancarlo, una familia de Key Deers, se pusieron a cruzar la carretera de tierra, mirándome cautos, sabedores de que, como es habitual, el humano es su principal amenaza. Yo había detenido el coche a unos 25 metros de los animales, así que éstos, se tomaron su tiempo para cruzar. Como las señoras mayores en los pasos de peatones, "ma o meno".



Con una sonrisa en la cara, volví a poner el Malibú en movimiento cuando el último ciervo del grupo desapareció entre los árboles.

Al final, entre caimanes, ciervos, manatíes, algún lejano tiburón y mantarrayas...había podido ver bastantes de los animales más emblemáticos de Florida. Y no tengo muy claro si hubiese sido bueno avistar osos negros, pumas, cocodrilos o serpientes de cascabel. Así que, estaba muy contento por ello.

Continué rumbo sur, hasta el final de la Overseas Highway, y por fin, a la localidad más al sur de Estados Unidos. Key West.

Uno entra en Key West, y comprueba inmediatamente que es un nido de hippies. Hay rumores de que aquí fundaron Podemos.
La vida, ya con el primer vistazo, se ve que tiene otro ritmo. Las casas coloniales en Duval Street y sus alrededores, están engalanadas con banderas americanas, pues es la víspera del Veteran´s Day, y por la tarde tendrán lugar los típicos desfiles que tanto les gustan a los estadounidenses.



La gente pasea con sus helados y sus refrescos por la calle, y los looks moteros, descuidados y hipsters están a la orden del día. También es hogar de una importante comunidad gay, y es común encontrarse banderas arcoíris por toda la isla. Nadie parece tener prisa...y todo el mundo parece estar moreno. En Uganda, mi tono de piel no hubiese llamado más la atención.
En pleno paseo, cae un chaparrón de 3 minutos que refresca el ambiente (no lo he dicho, pero las temperaturas siguen por encima de los 30 grados Celsius), y refresca también mi camiseta...durante unos 5 minutos hasta que se seca nuevamente.



Camino hacia el final de Duval Street, paso al lado del cuartel del ejército Estadounidense, y a pocos metros del mismo, el famoso monolito que indica que estamos en el Southernmost point del país. Al margen de la osadía que supone considerar Key West como América continental, ni siquiera es cierto, pero el lugar más meridional de Key West, está dentro del área restringida del cuartel.

Nos conformaremos con la típica foto junto a una horda de turistas, y seguimos el paseo, ahora en dirección opuesta, hacia el norte de Duval Street, buscando la zona donde vivió el gran Ernest Hemingway.



Al pasar de nuevo junto al cuartel, veo a la iguana más grande que jamás he visto, tras la valla. Menuda bestia. Todo el sur de Florida, especialmente los Cayos, es hogar de estos tranquilos reptiles, pero tras haber visto unas cuantas en los días anteriores, ésta impresiona, pues tiene el tamaño de una de sus gigantescas primas de las Galápagos.



Al llegar a la casa de Hemingway, decido no entrar. Muchísimos turistas, elevado precio, y, según la guía, escasos recuerdos del genial escritor.

Eso sí, me compro una edición en inglés de "The Old Man and The Sea", que devoraría dos días más tarde en el avión de vuelta a la realidad.



Pero el hambre apretaba, y decidí tomarme el sándwich típico de Key West en un tranquilo restaurante situado a pocos metros de la señorial casa del amigo Ernest. El Six Toed Cat. (en homenaje a los gatos de seis dedos que acompañaron al escritor durante su vida en el sur de todos los sures)

Había leído, como os decía, que entre todas las delicias marinas que se pueden degustar en los Cayos, destacaba una por su sencillez y asequible precio. El sándwich de langosta Reuben. No quedé decepcionado. Que cosa tan rica el Lobster Reuben. Un día de estos, me lo preparo en casa, aunque sea con langostinos congelados.



Mientras degusto este manjar, me llaman la atención la multitud de gallos y gallines que pasean por las callea de Key West, como Pedro por su casa. De hecho, se han convertido en el símbolo de la ciudad. Una especie de vacas sagradas con plumas!!



Tras pasear parte de la tarde entre los vehículos militares y civiles que van a participar en el desfile, me planto en el bar más famoso, quizá, de toda Florida. El Green Parrot, que presume de ser, al mismo tiempo, la primera cervecería de Estados Unidos (en tiempo histórico) y la última (en localización geográfica).



El ambiente es increíble. Dardos, billar, conversaciones de todo tipo, múltiples cervezas (a destacar la de elaboración artesana por la propia cervecería, y llamada como ella. Green Parrot) y un local que cuenta con más de 100 años y con el techo más curioso jamás visto. La tela de un globo aerostático, que está en constante movimiento gracias a los potentes ventiladores que también refrescan el interior.



Tras un par de Green Parrots (la normativa americana es más laxa en cuanto al porcentaje de alcohol en sangre permitido para conducir), y con el sol escondiéndose en las aguas del golfo, conduje de regreso al Motel, 50 millas al norte.

Un nuevo atardecer en Florida. Como los iba a echar de menos.



Tras una duchita, me fui a cenar al Papa John's (tanto ver a Peyton Manning anunciando sus pizzas en los intermedios de la NFL lo hacían lugar obligado para visitar), y poco después, tras unos capítulos de Family Guy (bendito Netflix) me metí en cama, sin tener muy claro que haría al día siguiente. Lo decidiría durante el desayuno.



Buenas nochezzzzzzzz

jueves, 4 de febrero de 2016

EL VIAJE DE MI VIDA. Kayaking the Everglades

Como os comentaba en la anterior entrada, los nervios ante la aventura que me esperaba por la mañana, me hicieron dormir poco y mal. Y cuando por fin logré conciliar el sueño, sonó el despertador. O eso me pareció al menos.



Ya os hablé de lo maravilloso que me pareció el Ivey House, y aunque solo sirven desayunos (incluidos en el precio), el comedor está abierto las 24 horas para coger zumos, té frío, agua y hielo.

Pero me tocaba desayunar. Ah...el desayuno más estupendo jamás tomado. Quizá lo saboreé más ante la posibilidad de ser el último (soy un poco tremendista, lo sé), pero esa colección de frutas tropicales, bollería artesana (si, en USA bollería artesana) y, nuevamente, tortitas que podías hacerte tu mismo añadiéndole toda clase de siropes...merece un puesto en el Olimpo de los desayunos.



Con el estómago lleno, cosa muy recomendable para hacer kayak 4 horas por gélidas aguas repletas de caimanes, me puse a hacer la maleta para tenerla lista cuando volviese de los pantanos. Y si no volvía, sería más fácil enviarle mis pertenencias a mis padres si las tenía ya recogidas, jajajaja.

Al volver a la recepción del hotel, ya está allí Jack, un hombre de unos 55 años nativo de Illinois, y que será nuestro guía. El grupo, además, lo componen dos parejas francesas de mediana edad, dos jóvenes alemanes, una pareja de Ohio y una señora en edad de jubilación nativa de California, que por lo que cuenta, ya ha ido en barca por el Zambeze (probablemente el río más peligroso del mundo), buceado en el lago Victoria, y acampado en solitario en el parque de Yellowstone. Si os parece increíble, pensad en que yo estaba a punto de meterme con esa señora en un sistema fluvial plagado de caimanes...sin haber dado una palada de kayak en mi vida.

Jack nos tranquiliza desde el principio mientras nos lleva en su furgoneta hasta el lugar indicado para comenzar la actividad, que se halla en la muy cercana reserva de Big Cypress (si veis los documentales de guardianes del pantano del Discovery Max, es probable que os suene).
Nos indica que los caimanes, por amenazadores que parezcan, son los crocodílidos más tranquilos que existen, y tendrán tan pocas ganas de acercarse demasiado a nosotros, como nosotros de acercarnos a ellos.



Los cocodrilos si son peligrosos, pero son escasísimos, y viven en zonas más cercanas al mar, con aguas salobres. En 14 años trabajando en los Everglades, solo ha visto dos, nos dice. Y una sola "Florida Panther". Malo será, me digo.

Bajamos los kayaks del remolque entre todos, y ya veo el primer problema. Uno de los dos alemanes, se cae al agua intentando subirse a la embarcación. Esperad a que vaya yo, pienso. He tenido la precaución de meter mi nuevo teléfono en una bolsa hermética de plástico, y esta a su vez, en el bolsillo del chaleco salvavidas.
Toda precaución es poca.

Tras una serie de titubeos, consigo subirme a mi canoa gris sin mayores incidencias, pero las primeras paladas son lamentables, y me voy continuamente hacia la izquierda. Veo que, señora de California aparte, los que vamos solos (las dos parejas francesas y los de Ohio van en un K-2) tenemos serias dificultades, especialmente el alemán que cayó al agua nada más subirse.



Eso me tranquiliza...o no. Quizá seamos devorados por una horda de animales salvajes debido a su (nuestra) inutilidad.

Aún así, enseguida llegamos a una zona más ancha, de belleza indescriptible, donde practicamos determinados movimientos para girar rápido, avanzar, e ir hacia incluso hacia atrás. Con una mente privilegiada como la mía, no es difícil hacerme con el control del asunto, y pronto se vuelve automático. Mientras, enormes garzas y martines pescadores, campan a sus anchas por el trecho de río en el que nos encontramos, y todo el grupo, abrumados por la belleza del lugar, e iluminados con la luz de la mañana, guardamos un respetuoso silencio, intentando en lo posible, no interferir con la vida salvaje que está a nuestro alrededor.



Y entonces, mientras Jack, antes de adentrarnos en zonas más angostas del río, nos da una serie de recomendaciones de seguridad, aparece un aligátor. Un caimán, vamos. Nadando relajado y probablemente acostumbrado a más excursiones, no nos presta mucha atención, pero a mi me sobrecoge, y mientras todo el grupo intenta mantenerse en su posición, sin golpear mucho el agua con el remo, la californiana, probablemente pensando que somos unos sosos, intentando tomar las mejores fotos posibles, e ignorando lo de la distancia de seguridad, comienza a remar hacia a el.



El caimán piensa que verdes las han segado, e introduce su cabeza en el agua, y adiós muy buenas, ya no hay caimán. Por un momento, te apetece que el enorme terremoto que se espera en la falla de San Andrés para un futuro próximo, coja a esta señora en la bañera.

Continuamos avanzando, un poco temerosos (cagaos ,vaya), y observo como, de pronto, todos los turistas cogemos el remo mucho más lejos de los extremos, no sea que metamos la mano en el agua y la saquemos sin un dedo.

Voy de último de la fila en ese momento, y cuando paso por la zona donde el caimán se sumergió, de pronto, miro a la derecha, y ahí está, a poco más de un metro de mi, completamente tranquilo, y observándome con sus ojos de reptil, tal y como miraría un Velociraptor de Parque Jurásico.
Se me pone toda la carne de gallina, pero entiendo también, que salvo imprudencia, esos animales tienen pocas ganas de buscar bronca.
Nunca imaginé estar tan cerca de un animal tan salvaje, pero siento una comunión con la naturaleza que nunca había sentido antes. Y no, no fumé ningún tipo de hierba aromática. Es difícil de explicar esa sensación, pero la recomiendo por completo. Está claro que no estamos jugando con cachorritos, y hay que tener mucho respeto por los caimanes (y por todo tipo de animales salvajes), pero es una especie de vuelta a los orígenes, una manera de sentirse Mowgli, y una mejor forma de entender la canción de Baloo (The Bare Necessities - Lo más vital no más). Somos parte de esta naturaleza, y esa naturaleza, forma parte de nosotros.



La carne de gallina por el miedo, deja lugar a la carne de gallina típica de un placer extraordinario, y continúo disfrutando de la zona más angosta, pasando incluso por debajo de un puente, en el que tengo que agacharme para no golpearme la cabeza.

Disfruto un montón el mero hecho de surcar las aguas, y me prometo a mi mismo volver a hacerlo en A Coruña, que será por agua.

La fauna y la flora es espectacular, y vemos águilas calvas, aves zancudas e incluso, un pájaro carpintero. De cuando en cuando, los caimanes hacen acto de presencia, aunque siempre alejados de nosotros, y les perdemos poco a poco el miedo, aunque nunca el respeto (excepto Miss California 1954, que no le teme a nada).



Antes de descansar y tomarnos un refrigerio en el lago más idílico que os podáis imaginar, tenemos que atravesar un espectacular túnel de manglares. Sabéis que los manglares (o mangles) son esos árboles que captan el oxígeno del agua, de ahí esas raíces intrincadas que se adentran en las aguas de zonas tropicales, y que a veces, pensamos, fastidian playas paradisíacas. Nada mas lejos de la realidad. Los manglares son fundamentales para el ecosistema, y cuando forman conjuntos como el que atravesamos, sin dejar pasar la luz del día, se convierten en algo mágico. Arañas enormes al margen, pasar bajo el túnel de manglares es una experiencia singular.
Se recomienda dejar el remo en el fondo de la canoa, y desplazarse agarrándose a las ramas, porque incluso diviéndolo en dos, como en las zonas más estrechas, tocaría con las ramas haciendo imposible la navegación.
Lo grabo todo en un video maravilloso con mi flamante iPhone...hasta que, por usar una sola mano para agarrarme a los manglares y moverme así...me quedo atascado entre las raíces del mangle, y con la parte trasera de mi kayak tocando también contra otro árbol.
Bonita broma, pienso, porque vuelvo a ir de último. Tras dos minutos maniobrando como cuando aparcas con 3 centímetros de margen por delante y por detrás, y habiendo guardado el móvil, como no, consigo salir del atasco, y llego enseguida al lago que os decía. La verdad es que navegar entre la penumbra y llegar a un sitio así, pleno de luz, de aguas transparentes, nenúfares y peces, es solo comparable a coger el metro de Roma, y salir en la parada del Coliseo. Digamos que esto, es su equivalente natural. Solo que el trayecto por el túnel de manglares, es bastante más interesante que el del metro.



Al llegar, veo que yo no iba de último. Falta una de las parejas de franceses. Se ve que se quedaron atascados también, pero finalmente aparecen y cuentan que, en efecto, tuvieron un problema similar al mío, aunque en su caso, más entendible, puesto que su canoa, lógicamente, es más grande.

Tras tomar un par de chocolatinas y la muy necesaria agua, atravesamos el túnel de nuevo, de camino a la civilización.
Esta vez, voy abriendo el grupo y por suerte, recorro el manglar sin problemas, y es en cambio, uno de los dos alemanes (el más torpe) el que se queda a verlas venir en el medio del trayecto.



Un par de caimanes y 2000 maravillosas paladas después, el mágico viaje se acaba. Recogemos las embarcaciones, y le damos los chalecos salvavidas y una propinilla para Jack por ser el gran guía que es. Cuando cojo el móvil de la bolsa, está más caliente que el palo de un churrero. Mierda!! Me dejé el video puesto cuando me atasqué, y ahora tengo un vídeo de 1 minuto de manglares, y dos horas de oscuridad. Entre eso, el calor reinante y la bolsa de plástico...a ver si no conseguí estropear el teléfono en menos de 24 horas.

Pero no, en cuanto lo apago, se enfría, y funciona (hasta el día de hoy) perfectamente.

Ducha rápida, check out, y a por el Malibú.

Me quedaban 160 millas (unas 3 horas de coche) hasta llegar a Marathon, uno de los cayos centrales de los "Florida Keys", y última parada de mi maravillosa aventura.

El viaje transcurrió sin más incidencias, comiendo un par de sándwiches y bebiendo te frío rosa, hasta llegar a Key Largo, el primero de los cayos. Supuestamente estoy en una isla, pero es tan ancho, que apenas veo el mar en ningún momento. Cuando paso a Islamorada, tres cuartos del mismo. Creo que se han pasado con la carretera a través del mar (Overseas Highway) y ya no se ve ni el mar.

La conducción se hace un tanto aburrida, hasta que por fin llego a Duck Key, un pequeño cayo en el que por fin, puedo ver el mar a ambos lados de la carretera. A continuación está Marathon, justo en el centro de la Overseas Highway y que serviría de centro de operaciones para mis últimos 3 días en Florida.



Llego cansado, y al atardecer. Así que, tras hacer check in en el Sea Dell Motel (espectacular también. Precio muy asequible, con tu apartamento individual perfectamente cuidado, y el WIFI más rápido que jamás he visto) me zapateé en la piscina aprovechando los últimos rayos del día, en la compañía de un matrimonio mayor de Kansas City que bebían cerveza como si fuese zumo de piña, y de pequeños lagartos, muy abundantes en los Keys.



Tras cenar en el Wendy´s cercano al motel, y leer 10 minutillos, me quedé dormido temprano incluso para los estándares estadounidenses. Poco descanso el día anterior, y un día lleno de emociones y esfuerzo físico, me condujeron "ipso-facto" a los brazos de Morfeo. La comodidad de la cama y el suave mecer del ventilador de techo, también tuvieron su parte de culpa.



Soñé con ese ojo antediluviano que me observó tan de cerca, y con tanta curiosidad, al menos, como la que tenía yo.